Capítulo 6

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A ver chicas si nos ponemos a tiro y volvemos a las pistas, así me acomode en el mercado de la soltería otra vez. El rebote a tavez de camas varias había borrado la amnesia de mi cuerpo. Y como siempre hay gente disponible para aunar fuerzas, viernes y sabadis nos encontraban a las chicas y a mí en un lugar donde yo pudiera bailar a mi antojo. Es una necesidad física que tengo, anulación de pensamientos y movimientos corporales de todos los colores. De más está decir que desde que llegaba hasta que me iba, ocupaba un espacio propio. María Susana filtraba a los pesados dándoles conversación, mientras yo ponía cara de nada y sacudia mi cadera al ritmo del hip hop.

Hasta que una noche reparé en unos ojos que no paraban de mirarme. Tizio tenía 16 años, un atrevido. No era un lugar para que un adolescente frecuentara, pero el chiquitín era un agrandado y acompañaba a sus hermanos a través  del tour nocturno. Por supuesto, yo miraba al hermano mayor, quien se acercaba a mi edad. Tizio era un objeto prohibido aunque era divino. Nadie en el mundo más bello que él, con sus ojos verdes enormes, su boca desmesurada y su mirada de desamparo. Precioso.

Ante mi estupor, Tazio me clavaba los ojos. Los viernes, los sábados; no, no era una alucinación mía. ¿Querés jugar, nene? Conmigo vas a jugar...

Y me di cuenta  de que yo insistía siempre en ir al mismo lugar porque quería ver al chico. Hasta que Tizio no llegaba, yo me aburría  como una ostra. Él lo sabía y cuandi franqueaba la puerta de entrada, me atravesaba  con la mirada y yo respiraba con tranquilidad. Asi transcurría la madrugada, en una batalla silenciosa de seducción.

Yo bailaba en el medio de la pista y él  me miraba desde la cabina. Y bajó y bailó conmigo. ¡Y cómo bailaba! Varón que baila bien tiene el ochenta por ciento ganado. Ahora, cuando es un espático en la pista, mejor obviarlo para la cama. Es una relación directamente proporcional.

Tazio era de los bueno, pero en cuanto a las poses de la cama, yo prefería ni empezar a pensar, era muy pequeñito. Sin embargo, empezamos a rozarnos. Sonrisas y lascivia, y lo prohibido se acercaba, agazapado. Un verdadero problema, porque la obviedad me aburre y lo clandestino me enciende.

Me tomó de la mano y me llevó a un costado. Tazio quería hablar. Me contó sus peripecias en un viaje reciente a Nueva York y yo me moría de ternura. Empezó a acercarse, cada vez más y me dio un beso, eterno. Mientras, me arrinconaba contra la pared. Su cuerpo era dureza pura, divino. Corrí mi boca de su boca y bajé mi lengua por su cuello. Lo lamí entero. Había algo en los movimientos de la cintura para abajo que delataba su corta edad y experiencia. Y entró en escena Caty, su hermana mayor. Se iban, ¿venís con nosotros o te quedas? Tazio me imploró  perdón con esos ojazos y garabateó mi teléfono en su mano como un adolescente. Fiel a lo que era.

Como era de esperar, tardó en llamar. Estaba una noche en la cama viendo la tele antes de dormir, cuabdo sonó el telefono. Era Tizio. Habló, habló, habló. Sentía que daba vueltas. Después del último giro en falso, me lo dijo:"¿Me podrás esperar?". Casi me muero, ¡por supuesto corazón! Tazio era virgen y me pedía tiempo para interiorizarse en el tema, una cosita.

Al día siguiente compartí mi experiencia con el grupo selecto de la redacción. Las chicas me decían que olvidara el incidente y que buscara un hombre con todas las letras. Los varones, en cambio, haciendo honor a la defensa de género, me suplicaban que le fiera esa alegría al menor, que nada iba a compararse con esa experiencia. Claro, ellos pensaban desde su ligar de macho. Qué mejor que un adolecente iniciando en la cama de una ejemplar clara del universo trash. De cualquier manera, yo sabía que iba a hacer lo que yo quisiera, pero era divertido escuchar las apuestas.

A los meses llamó, había crecido,un poquito, lo suficiente. Ya está, me dijo, quiero verte. Y vino a casa.

No hubo palabras previas, Tazio entró y me tomó de la cintura. Me besó y de la mano me llevó a la cama; me desvistió despacio y él hizo lo mismo. Intentaba mostrarse tranquilo pero yo podía intuir sus nervios. Y duró poco, previsible, a pesar de que yo no había hecho nada; no había querido intimidarlo. Su olor era delicioso, mezcla de varón y rico. Tazio no descansó. Jadeábamos y volviamos a jadear. La noche fue interminable y el chico incansable. Me acariciaba y volvía a exitarse, yo no necesitaba hacer nada. Y me pidió que me pintara la boca, queria mirarme mientras lo hacía, en cámara lenta. Y nos mirábamos fijo. Me pidió que me besara el cuerpo y lo marcara. Nunca dormimos, mi cuerpo gritaba de cansancio, pero feliz.

Alguien dijo una vez: "Quien se acuesta con niños, amanece mojado". Una falacia de algún cerebro subnormal, seguramente envidioso ante tanto brío acumulado y poca patología en el cuerpo.

Al día siguiente fui a trabajar. No me podía sentar, tenia que hacerlo de a poco. Por suerte puede disimular que la mente dormía. El grupo masculino avivaba la performance de Tazio prometiendo todo tipo de regalos. Las chicas se reían a carcajadas. Y como nunca puede faltar, estaba el grupo comando de las buenas costumbres, comformado por alguna que otra resentida que hubiera adorado pasar por mi cama y montarse sobre el adolecente. Preferían mirarme de reojo con horror, pero estiy segura de que si hubieran arrastrado sus dedos dentro de sus bombachas, habría que haberlas encarcelado por masturbación en la vía pública. Es así: algunas se reprimen y otras hacemos todo lo que esas desechan por terror. Cuánta suerte la mía.

Tazio y yo nos seguimos viendo. Ensayó conmigo todo lo que queria aprender y yo me deje investigar. Era tan perfecto que en un momento pensé que podia enviciarme. Una noche lo cité y le dije que debíamos terminar. Se le llenaron los ojos de lágrimas y tuve que hacer un esfuerzo por no contagiarme. Apretó los labios --más lindos del universo-- y se marchó.

Al tiempo me lo crucé. Iba de la mano de una noviecita. Divinos, perfectos, omnipotentes. En el momento en el qie casi nos enfrentamos, le guiñé un ojo. Él me respondió. Cómplice criminal.

BABY TRASH confesiones de una chica deliciosamente cruel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora