Capítulo 4

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Con otro, con otros, con otras. Afortunadamente la rara sensación de bajón por haber perdido tiempo con alguien, se me pasa rápido. Y sobre todo, el trabajo es un ámbito en el que me sentía tranquila. Los compañeros del diario era amables y allí las tenía a mis cómplices, María Susana, una periodista incansable, y Ana, una fotógrafa guarra. Y lo mejor de esas enormes instalaciones era la cantidad de varones. Alrededor, subiendo y bajando ascensores, en ese piso, en otros. ¿Quién sabe? Tal vez podría tener suerte.

Ante todo quiero advertir que ese no es mi único cometido en la vida, no ando arrinconando hombres. El problema es que se me ponen en frente, qué le voy a hacer... Yo miro para otro lado, pero no sé, hay un momento en el que las miradas se cruzan, la respiración se entrecorta y sucede lo que debe suceder.

El trabajo no me impidió que hiciera el scouting obligado. Entre nota e investigación, levantaba la vista y hacua un análisis exhaustivo delos candidatos: debía llegar al indicado cuanto antes. Hablaba con todos, caminaba entre sus escritorios y ellos disimulaban como mejor podían, yo sentia la reacción. Pero ninguno arremetia contra mi, eran unos caballeros comodebe ser en el lugar de trabajo. Con velocidad, la cofradía de la cercanía de los escritorios hizo su efecto. Y el Pelado, Pablito y Nico me adoptaron, sin olvidar, por supuesto, a mis amigas. Íbamos a comer después de trabajar, nos emborrachamos, nos divertiamos. Y las chicas y yo jugábamos a construir parejas imaginarias con el elemento presente.

Los mese pasaban, la panza se llenaba,pero mi cuerpo tenía frío. Nada peor, porque son solución de continuidad empezó a instalarme en mis máximas: no hay nadie para mí; soy demasiado feroz; demasiados riesgos y ellos no quieren; los chicos se aterran. Y comienzo a creérmelo, un disgusto. Por su esto fuera poco, tengo mis obsesiones y las defiendo con un afán casi patológico. Voy armando y desarmando listas, por supuesto, según mis conveniencias. De hombres hablo, de qué otra cosa podía hablar. Y en el listado del género viril, el top five va cambiando de posiciones, enfervorizamiento, y hasta soy capaz de borrarlos de un plumazo, si no se portan como es debido. El que se porta mal, recibe su merecido...

En esos meses, el puesto número uno lo tenían los escritores. Quería involucrarme con un literato, nada mas seductor. Ya me veia,la imagen era deslumbrante: lánguida entre los brazos de in hombre de leas letras, perseguida por palabras inteligentes, casi como si musa intermitente. Para soñar, a lo grande.

Y empecé a taladrarles la cabeza a mis amigos con permanente búsqueda de aquel paraíso perdido. El peor lugar lo llevaban María Susana y Ana, quienes escuchaban mi canto de sirena en el trabajo, durante las salidas, en el teléfono. Una desgracia, pobre. Pero me di cuenta que no podía hostigarlas más y organice una comida en mi casa. Mis invitados: Tere y Standard Oil. Tenía algo importante que decirles. Llegaron puntuales y como no había querido perder el tiempo entre ollas, compré empanadas. Se las tiré en frente, en el acto. Que buena la de roquefort, mmm, quiero la de albahaca... No paraban. Yo sólo quería intervenir con la solución a tanto desasosiego y les repetí por milésima vez mi deseo. Standard Oil entrecerro los líos y me dijo que idealizaba. Era la viva imagen del maestro Toda. ¿No será mucho?, preguntaba. No, no, no, insistía yo, y él buscaba respuestas. De más está decir que tengo un dominio tal de la palabra, que envuelve a cualquiera y lo llevo para mi molino. Standard empezó a confundir todo y no sabía si yo me había transformado en la nueva novia oculta de Paul Auster o si era la heroína de la ópera prima de algún novel autor. Tere, harta de explicar todo en vano, me dejaba idealizar en paz, pero reclamaba algún tipo de cura. Creo que tenía el cerebro quemado de tanto entendimiento, pobre. Pero brillante como es, pegó un grito y nos silenció. Volvía a repetir su propuesta curativa: era TANTO lo que me pasaba, que tal vez me haría bien escribir a mí. ¿Por qué no exorcizar tanto montruo? Me rasque la cabeza, miré fijo el horizonte, pero me di cuenta de que ella buscaba su propia salvación. Estaba harta de escucharme, iba como bola sin manija.

Las empanadas se terminaron pero las conclusiones nunca arribaron. Así como llegaron, Tere y Standard Oil, se fueron como muecas de desconsuelo en sus caras y yo me acosté a dormir llena de suspiros y preguntas.

Al día siguiente me presentaron a los nuevos compañeros de trabajo: Tommy y Gonza. No se muy bien por qué --bueno, me voy a ir directo al infierno si miento-- en el mismo instante en que nos saludamos, Tommy y yo sentimos la misma electricidad. Eraun escritor joven y lo ponía de manifiesto todo el tiempo. ¡No lo podía creer!

Él no se sentaba cerca mío, pero eso no impedía que yo recorriera el enorme ambiente que nos cobijaba a decenas de personas, hasta llegar, oh de casualidad, a su escritorio. ¡Qué divino tener a alguien en el trabajo con quien compartir los efluvios de la histeria! Así era otra cosa. Todas las mañanas pensaba con dedicación qué nuevo vestuario ponerme para dejar sin respiración a Tommy.

Las chicas me descubrieron al instante, me conocen como nadie. Se reían conmigo y ya creían vislumbrar y encuentro clandestino en el mínimo baño del octavo piso. Me arreglaban como locas; tampoco necesito tanto empuje...

Tommy denostaba a todo aquel que intentara sus primeros débiles pasitos en el arte de la literatura y vociferaba a grito pelado su abanico de lecturas, sobre todo, delante de otros varones. Típico. Yo tenía la suerte de pertenecer al sexo opuesto y cuando me aburría de lo que estaba haciendo me dirigía como un gatito hasta su silla, para hablar de cosas trascendentes. Para nosotros, porque en realidad, eran pavadas que servían de excusa para respirarnos cerca y hacer honor al crescendo de la histeria. A veces, me agarraba la cintura y me sentaba sobre su falda. Mmm, que cerca, demasiado...

Y me hablaba de su novia, yo en cambio, le contaba de mis experiencias... Compartimos deseos, fantasías. Nos reíamos, cómplices.

Una tarde, yo estaba sentada sobre el escritorio del jefe de fotografía. A lo lejos, vi que Tommy enfilaba hacia mi sector. Empecé a bambolear mis piernas con el sólo deseo de hipnotizarlo. Se puso a hablar con alguno de los chicos que andaban por ahi pero, como si estuviera apretado por el poco lugar, arremetió  y me apoyó la bragueta de su pantalón a cuadros contra mis piernad en sube y baja. No tenía calzoncillo, el calor me embargo. Sabía lo que tenía que hacer: tomarle la manito y llevarlo al baño. La fantasía me comía la cabeza. Encerrada con él en esa minúscula superficie y apretujarnos hasta morir. Y con la boca amordazado por el peligro del afuera. Magistal. Sí, puro sueño, el escritor joven se quedaba en la palabra.

Una noche después del trabajo fuimos todos a comer afuera. Yo llegué más tarde al restaurante de Las Cañitas porque tenía algo que hace antes. A medida que caminaba por la calle Báez y me acercaba al lugar, imaginaba que me tiraba sobre la me da y me arrancaba la ropa ante la mirada lujuriosa de Tommy.

La mesa estaba armada y Tommy rodeado. No me quedó otra que sentarme lejos. Nos mirábamos, mucho, y yo ya empezaba a hartarme. Hasta que desintegré de un codazo a la impostora que ocupaba mi lugar y me acomode. Y empezamos, secreteos, cantidad. Me dijo que quería ser uno de mis novios. Le clavé mis uñas en sus muslos y empecé a subir. Me agarró la mano en la frontera del mal y me sacó a la calle. Lo besé como una loca y apreté mi cuerpo contra el suyo. Se le cortó el aire y me dijo que era una turra. Esa noche no iba a poder venir a mi casa. En fin. Volví con Ana y María Susana y con mi animalidad vencida.  Me retaron, me dijeron que sabían, se era un histérico, un tarado, un moderno. Bueno, la nada, el vacío. Yo refute: ya verán, vaticine.

Paso una semana y arreglamos un encuento en secreto para el sábado siguiente. Si novia debía viajar y tenía el terreno libre. Llegó el bendito día, llené la bañera, me desvesti y me introduje de a poco. Quería prepararme para la jornada sexual. Se aproximaba la hora. Sono el teléfono y postergo otra vez. No puedo, tengo que ir al medico. ¡Basta!

Había hablado como es debido, había avanzado como se debe, me había meado con esos ojos azules divinos haya desangrarme entera. ¿Qué te pasa joven promesa? ¿No podes podes llegar hasta el final? ¿Tendrás algún miedo nocturno inminente? ¿O te dará terror no cumplir?

Pero el joven escritos me daba cierta ternurita. Yo hacia oídos sordos a la sarta de improperios que empezaron a gritarle todos a propósito de su reculada. Cobarde era lo mínimo que le decían. Hasta sus amigos lo sacudian pesado. Gonza se mordia el labio inferior y cerraba sus ojos con espanto; Pablito me mraba con compasión. Una desgracia, un imbécil, ¿no ves? Parece que el chico veía pero algo lo petrificaba en el proceso. Y no el de Kafka, precisamente.

Lo más normal dentro de mi mundo, hubiera sido fijarme con I'enfant terrible. Pero por suerte me cure de la enfermedad de la obsesión por lo imposible y en vez de tratar de extirpar los talentos del otro, me resulto bastante más fructífero enamorarme de los míos.

BABY TRASH confesiones de una chica deliciosamente cruel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora