El hombre que amo.

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"Soy adoptado."

El cuchillo permaneció suspendido en el aire. "¿Qué dijiste?"

Mingyu estaba muy enojado. "¡Soy adoptado, grandísimo imbécil!" gritó. "No soy descendiente del abuelo Samsil ¡¿estás loco?! ¿En verdad ibas a matarme?"

Jihoon lanzó el cuchillo: éste un sonido al chocar contra la pared para después caer al suelo. "... ¿perdón?"

"El abuelo Samsil no puede tener hijos ¡desde mucho antes de la rebelión!" dijo Mingyu entre lágrimas, levantándose. "¡¿En verdad ibas a matarme?!"

Jihoon estaba paralizado, con lágrimas cayendo por su rostro. "Dios."

"En verdad ibas a matarme ¡¿no es así?!"

"Mingyu." Jihoon no podía creerlo. La paz, el alivio, la felicidad que recorría su cuerpo. Podía quedarse con Mingyu. Mingyu no moriría. Era su omega, jamás le pasaría nada. "Mingyu."

Mingyu empujó al alfa al suelo, furioso. "¡Eres un idiota!" gruñó molesto. "¡Si eres el príncipe, entonces eres igual a tu abuelo!"

Esas palabras hicieron que algo se rompiera dentro de Jihoon. Para cuando recuperó la noción de las cosas, Mingyu había huido.

Había tantos pensamientos en su mente al mismo tiempo, que le tomó un momento asimilar todo.

Primero, estaban la felicidad y tranquilidad. Esa sensación de que el sol acababa de salir sólo para él. Mingyu - su dulce, alto, gentil, apuesto y perfecto Mingyu - no estaba realmente relacionado con la familia Samsil. Mingyu era bueno y feliz. Era sólo un pequeño omega en un mundo cruel, que se había visto envuelto en algo horrible. Algo malo, lleno de sangre y muerte. Cosas siniestras que nunca debieron haber tocado ni uno solo de sus cabellos.

Mingyu no moriría.

Mingyu estaba a salvo del peligro, y finalmente lo comprendía. Mingyu estaba a salvo. Llevaría una vida larga y perfecta, llena de amor, como merecía. Mingyu era muy bueno.

"Eres igual a tu abuelo."

Las palabras se repetían en la mente del alfa mientras yacía recostado en el suelo, observando el techo de la habitación. Igual a su abuelo. El hombre que cambió el estilo de vida de los ABOs para siempre. Un ser - una criatura que había cometido monstruosidades. Atrocidades. Cosas en las que Jihoon no podía siquiera pensar. Cosas enfermas.

Y Jihoon era igual a él.

Jihoon era la clase de chico que estaba dispuesto a matar a su omega.

¿Y para qué? ¿Por venganza? ¿Por personas que ya ni siquiera estaban vivas? ¿Era esa una buena razón para matar a un omega?

Y no cualquier omega. No. Su omega. Mingyu.

El alto y delgado. El de personalidad de cachorro. Con ojos que brillaban como las estrellas cuando estaba feliz. Con una boca que hacía toda clase de movimientos raros cuando algo no le gustaba. El que regularmente levantaba a Jihoon para alcanzar las cosas altas. El que le sonreía a su alfa como si dicho alfa tuviera al mundo en sus manos.

El de voz profunda, el que hacía que Jihoon se sintiera vivo. El que sólo podía tocar el abecedario en el piano. El que se tardaba horas en comer sus vegetales.

El que era suyo, Kim Mingyu.

Y él había pensado en matarlo. Quitarle la vida. Clavar un cuchillo en su pecho. Eliminarlo para toda la eternidad.

Dormitorio 105B (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora