Parte sin título 7

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  SIETE
La campanilla de la puerta de la tienda sonó a las cinco y diez, anunciando la llegada de otra persona. No había dejado de tintinear en todo el día, para gran sorpresa de Hermione, que alzó la vista maquinalmente. Cuando su mirada se cruzó con la de Harry de manera igualmente maquinal, se ruborizó y el corazón le dio un vuelco.
Estaba atendiendo a una clienta, de modo que él no se acercó. Enarcó una de sus cejas negras y empezó a vagar por los pasillos, examinando la mercancía con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y la chaqueta del traje abierta. Se había aflojado el nudo de la corbata, y su cuello disfrutaba de algunos centímetros de libertad.
Hermione intentó ayudar a su clienta pero, al mismo tiempo, quería observar a Harry. Se sentía nerviosa, ansiosa por recibir su aprobación, como una madre cuyo hijo estuviera actuando en la obra de teatro del colegio. ¿Y si hacía algún comentario halagador desprovisto de entusiasmo? Hermione no sabía cómo se lo tomaría.
La mujer de mediana edad terminó comprando varias madejas y un libro con motivos para colchas de punto. Cuando se iba, Lorcan salió de la trastienda y se acercó a Hermione.
-He puesto el cerrojo en la puerta de atrás y he limpiado las habitaciones. ¿Va a cerrar a las cinco y media? Porque, entonces, esperaré a mañana para pintar la otra habitación.
Harry se acercaba a paso lento, sin dejar de contemplar la mercancía, y Hermione lo miró por encima del hombro de Lorcan.
-Sí, cerramos a las cinco y media.
-La seguiré en mi coche cuando acabe, señora Potter -se ofreció Lorcan, pero parecía más una condición que un ofrecimiento.
-No te preocupes -dijo Harry con fluidez, que se acercaba por detrás-. Yo me quedaré con ella hasta la hora de cierre, así que puedes irte ya a casa, si quieres.
Lorcan se dio la vuelta y sus ojos castaños con vetas doradas se cruzaron con los de Harry, más verdes. Había visto a Harry de lejos, así que enseguida supo quién era, pero nunca los habían presentado. Hermione se encargó de hacerlo.
-Harry, este es Lorcan Scamander. Lorcan, mi marido, Harry.
Potter le tendió la mano, un saludo de hombre a hombre, y Lorcan la estrechó con fluidez, como si no hubiera esperado nada menos.
-Señor -dijo, con sus inquebrantables buenos modales.
-Me alegro de conocerte, por fin –dijo Harry-. Hermione habla maravillas de ti. Según creo, no podría haber abierto la tienda sin tu ayuda.
-Gracias, señor. Fue un placer ayudarla, y me gusta trabajar con las manos.
Como si pensara que había dicho todo lo que era preciso decir, Lorcan se volvió hacia Hermione-. Entonces, me voy a casa. Llamé a mamá cuando salí del colegio y me dijo que estaba trabajando en un artículo, así que se habrá olvidado de comer. Será mejor que la obligue a zamparse un sándwich antes de que enferme y no pueda escribir. Hasta mañana, señora Potter.
-Bien. Ten cuidado -le advirtió Hermione.
Lorcan desplegó una sonrisa brillante, tan brillante que resultaba cegadora.
-Yo siempre tengo cuidado. No pienso dejar que me paren.
Cuando Lorcan se hubo marchado, Harry dijo con recelo:
-¿Cómo va a ir a su casa?
-Conduciendo -dijo Hermione, con una pícara sonrisa.
-¿ y solo tiene quince años?
-Sí. Pero la policía nunca lo para, porque parece tener la edad para tener permiso de conducir. Además, es un excelente conductor -después, no pudo contenerse más-. Bueno, ¿qué te parece?
De nuevo, arqueó una ceja con sarcasmo mientras se apoyaba en el mostrador.
-¿La tienda o Lorcan?
- Bueno... todo.
-Estoy impresionado -dijo con franqueza - Tanto por Lorcan como por la tienda. Esperaba encontrarme un lugar desangelado y, en cambio, se percibe una sensación de permanencia, como si la tienda llevara aquí siglos. Los artículos de arte son excepcionales, ¿cómo los consigues?
-Me los traen los propios artesanos. La cerámica y los edredones hechos a mano están muy cotizados.
-Ya me he dado cuenta al mirar las etiquetas -murmuró-. Lorcan parece un chico increíble. ¿Estás segura de que solo tiene quince años?
- Luna afirma que los tiene, y ella debe saberlo. Cumplirá uno más el mes que viene.
-Dieciséis no cambia mucho las cosas. Ese chico es una mole.
-Lo he contratado para que me ayude por las tardes y en los fines de semana. Estaba trabajando en una tienda de comestibles, pero una de las cajeras lo estaba acosando, así que Luna me preguntó si quería tenerlo de ayudante. Aproveché la ocasión.
-Es demasiado joven para trabajar.
-Está ahorrando para ir a la universidad. Si no trabajara conmigo, lo haría en cualquier otra parte, tanto si a Luna le pareciese bien como si no. Tengo la impresión de que, una vez que se propone un objetivo, ni siquiera una carga de dinamita lo apartaría de su camino.
El tintineo de la campanilla interrumpió la conversación, y una joven madre entró con un niño pequeño en brazos y otro de unos cinco años pegado a los talones. Harry la miró; después, vio a los niños y algo se extinguió en su mirada. Se quedó inmóvil, y una máscara inexpresiva disipó todo rastro de vida de su rostro.
Retrocedió, y Hermione le dirigió una mirada de impotencia antes de acercarse a ofrecer su ayuda a la recién llegada. La joven sonrió y expresó su interés por la colección de payasos de porcelana; su madre los coleccionaba y pronto sería su cumpleaños. Mientras la mujer examinaba los muñecos, dejó al niño en el suelo. El mayor rondaba el mostrador, contemplando boquiabierto los payasos.
Pasó un momento antes de que tanto Hermione como la madre advirtieran que el más pequeño se había alejado.
-¡James, vuelve aquí!
El niño profirió una risita mientras caminaba, con paso vacilante, hacia un extremo del mostrador, en línea recta hacia Harry. Hermione había sentido una punzada de dolor al oír el nombre del pequeño, y estuvo a punto de gritar al ver que Harry estaba amarillo como la cera. Se echó a un lado para esquivar al niño sin ni siquiera mirarlo.
-Esperaré en el coche -dijo con una voz áspera y tensa que no parecía la suya, y salió de la tienda con la espalda rígida. La mujer no se había dado cuenta de la reacción de Harry; levantó en brazos a su hijo errante y le hizo cosquillas en el estómago.
-No voy a poder soltarte ni un minuto, granuja.
Compró dos payasos y, en cuanto se fue, Hermione dio la vuelta al letrero para indicar que había cerrado y empezó a recoger. El corazón le latía con fuerza, y quería estar con Harry. Echó un vistazo por los cristales y lo vio sentado en su coche, a pocos metros de la tienda, mirando al frente. Pensando que querría estar solo unos minutos, Hermione cerró la puerta con llave y se dirigió al aparcamiento. Cuando salió en su Datsun del callejón, el Mercedes de Harry avanzó con cuidado detrás de ella.
Se mantuvo callado mientras subían al piso en el ascensor. Tenía la mandíbula contraída, la mirada lúgubre.
-¿Harry? -dijo Hermione con vacilación, pero él no la miró ni dio muestras de haberla oído. Ella esperó a que la puerta del piso se cerrara tras ellos. Entonces, le puso la mano en el brazo-. Lo siento. Imagino cómo te sientes...
-¿ Qué diablos sabes tú sobre cómo me siento? -le espetó con aspereza, y retiró el brazo-. Avísame cuando esté preparada la cena.
Hermione permaneció inmóvil durante unos instantes, después de que Harry se hubiese alejado, sintiéndose como si la hubiese abofeteado. Moviéndose como un autómata, se quitó el abrigo, lo colgó y se dirigió a su dormitorio para ponerse ropa de casa antes de preparar la cena. El rostro que la miraba desde el espejo estaba pálido y tenso, y los ojos sombríos por el dolor.
Apretó los labios y adoptó un semblante inexpresivo. Había saltado el muro y había recibido una severa regañina. Harry quería mantener una distancia emocional entre ellos y Hermione debía recordarlo.
No se permitió esconderse en su dormitorio, aunque sentía la necesidad de lamerse las heridas. Se dirigió a la cocina y se dispuso a preparar la cena con la mayor calma posible. Después, lo llamó a la mesa con voz exenta de reproche o de rencor. Harry no entabló ninguna conversación, así que ella también se abstuvo de hablar.
Cuando terminaron, Harry se demoró unos instantes junto a la mesa, como si intentara decir algo. Como no quería incomodarlo, Hermione se entretuvo recogiendo la cocina, incluso tarareando en voz baja mientras trabajaba, aunque habría sido incapaz de identificar la melodía. Después, dijo con naturalidad:
-Voy a darme una ducha y a acostarme temprano, para recuperar el sueño perdido.
Harry no contestó pero la observó con ojos entornados mientras ella se alejaba hacia su cuarto.
No le dio las buenas noches después de ducharse y ponerse el camisón; su dominio de sí también tenía límites. Se limitó a apagar la luz y a meterse en la cama, y permaneció acurrucada de costado, con la vista fija en la pared, incapaz de llenar el vacío que sentía.
Dos horas después, seguía despierta, oyendo los ruidos en la habitación de Harry, que se estaba dando una ducha. La ducha terminó y no oyó ningún otro ruido. Cuando se abrió la puerta, Hermione se sobresaltó y se dio la vuelta.
Harry era una silueta oscura recortada sobre la penumbra. Retiró las sábanas y se inclinó sobre ella; le sacó el camisón por la cabeza y lo arrojó al suelo. Hermione sintió sus manos fuertes en los senos y en los muslos; después, la aplastó con su peso y cerró los labios con fiereza sobre los de ella. Hermione sintió un estremecimiento de alivio y le rodeó el cuello con las manos, dejando que él le separara las piernas y la hiciera suya.
-Hasta el fondo -le exigió con aspereza, mientras ella elevaba las caderas hacia él-. Déjame entrar hasta el fondo. Más. ¡Más! Sí, así. ¡Así!
Después, guardó silencio, mientras la poseía con violencia apenas controlada. Hermione se entregó sin resistencia a las respuestas tumultuosas que exigía de ella, consciente de que el consuelo de su cuerpo sería el único que Harry aceptaría. Alcanzó deprisa la cúspide del placer y Harry aminoró sus movimientos, obligándose a penetrarla con más suavidad. Cuando Hermione empezó a moverse otra vez debajo de él, diciéndole sin palabras que el placer crecía otra vez en su interior, Harry dio rienda libre a su deseo y la penetró con un poder que la dejó sin aliento, nubló sus sentidos y la catapultó de nuevo al éxtasis.
Nunca la había tomado así, con un ansia desnuda y desenfrenada, sujetándola con tanta fuerza que se sentía aplastada. Pero cuando terminó, empezó a apartarse de ella, y el pánico la dominó. Antes de poder arrepentirse, lo retuvo con la mano.
-Por favor -susurró con voz tensa-. Abrázame un poco.
Harry vaciló. Después, se estiró sobre la cama y la atrajo hacia él para que apoyara la cabeza en su hombro. Hermione cerró los dedos en tomo al vello de su pecho, como si así pudiera retenerlo durante toda la noche. Amoldó su cuerpo a los contornos firmes de Harry y, relajada, se adormeció con un suspiro de felicidad.
Varios minutos después, los movimientos de Harry, mientras se desasía con cuidado, la despertaron. Harry se levantó sin hacer ruido de la cama y Hermione hizo un esfuerzo por permanecer inmóvil, con los ojos cerrados, hasta que lo oyó salir de la habitación y cerrar la puerta tras él. Entonces, abrió los ojos de par en par, ardientes y brillantes, anegados de lágrimas. Se hizo un ovillo y se tapó los labios con la mano para ahogar los sollozos que era incapaz de reprimir.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Harry dijo con brusquedad:
-Si anoche herí tus sentimientos, lo siento.
Diciéndose que no debía ponerse sentimental ni franquear de nuevo sus barreras, Hermione le dirigió una sonrisa amable pero ligeramente altiva.
-No te preocupes -dijo sin más, y se encogió de hombros. Después, cambió de tema preguntándole si tenía algún traje que llevar a la tintorería.
Harry la miró pensativamente, con la mandíbula contraída con férrea determinación. Hermione se acorazó contra uno de los interrogatorios que eran el sello distintivo de Harry y el terror en Spencer Nyle, pero se dijo que ya no era una empleada de la compañía y que no tenía por qué permitir que él hurgara en sus emociones. Quizá Harry reparara en su distanciamiento porque, pasado un momento, aceptó el cambio de tema.
Cuando salía por la puerta, dijo:
-Esta noche, tengo una cena de negocios, así que vendré tarde.
-Muy bien -repuso Hermione con calma, sin preguntarle dónde estaría o a qué hora, más o menos, volvería.
Un leve ceño afloró en la frente de Harry, que se detuvo.
-¿ Te gustaría venir? Lo conoces, es Leland Vascoe, de Aames y Vascoe. Puedo llamarlo y decirle que traiga a su esposa.
-Gracias, pero mejor otro día. Lorcan y yo tenemos que pintar, así que acabaremos tarde de todas formas -la sonrisa que Hermione desplegó fue natural, como el beso con el que Harry se despidió. Hermione intuyó que habría querido prolongar y profundizar el beso, pero ella se retiró, todavía sonriente-. Hasta esta noche.
El acero de su semblante se intensificó mientras se iba.
Decidida a no dejarse abatir, Hermione lo mantuvo apartado de su mente durante el día. Estuvo muy atareada porque, cuando la tienda se quedaba vacía, iba a los cuartos de la trastienda para remozarlos. Lorcan se presentó nada más salir del colegio, con una hamburguesa en la mano y un refresco en la otra.
Cuando no había nadie más en la tienda, Lorcan se mostraba más abierto y afectuoso. Sonrió a Hermione y levantó la hamburguesa.
-Mamá se ha tomado a pecho el artículo. Tendré que vivir de estas cosas hasta que termine.
Hermione le devolvió la sonrisa.
-Tengo una idea. Harry trabaja esta noche hasta muy tarde, así que cuando terminemos en la tienda, podríamos encargar una pizza gigante y llevarla a casa de cena. Igual hasta podemos despegar a tu madre de la máquina de escribir.
-Si la pizza lleva salami, te lo garantizo –dijo Lorcan con placidez.
Pintó él solo hasta que Hermione cerró la tienda y se puso un mono para echarle una mano. Entre los dos, terminaron antes de las siete, y Lorcan se fue a su casa mientras Hermione se acercaba a una pizzería y encargaba la pizza más grande de la carta. Cuando llegó al bloque de apartamentos, Lorcan salió a ayudarla con la pizza, y ella supo que había estado esperando en el portal. Cuando entraron en el piso de la planta baja en el que vivían Lorcan y Luna, el joven susurró:
-Ya verás como no tarda ni diez segundos en olerla -se acercó a una puerta cerrada, a través de la cual se oía el tecleo entrecortado de la máquina de escribir, y movió la caja de la pizza hacia delante y hacia atrás. En cuestión de segundos, el repiqueteo se fue debilitando hasta que cesó por completo.
-¡Lorcan, granuja! -chilló Luna, y la puerta se abrió de par en par-. ¡Dame esa pizza!
Riendo, Lorcan la mantuvo fuera de su alcance.
-Vamos, siéntate a la mesa y la comeremos como es debido. Luego, podrás volver a tu artículo y te prometo no abrir la boca para pedir comida hasta mañana.
-Cuando dirás: «¿El desayuno, mamá?» -lo imitó Luna de forma chistosa y, entonces, vio a Hermione-. ¿Tú también has participado en este complot?
Hermione asintió y confesó.
-Se trata de la Operación Salami.
-¡Lo peor es que funciona! -suspiró Luna-. Venga, vamos a ponemos las botas.
El calor de aquella familia, el profundo cariño que se tenían madre e hijo, atrajeron a Hermione como un imán, y se entretuvo en su apartamento hasta bien avanzada la noche. Su propio piso, a pesar del empeño que había puesto en convertirlo en un hogar cálido y seguro, estaba dolorosamente vacío porque le faltaba el elemento crucial para la estabilidad: el amor. Luna la puso al corriente de sus progresos con el artículo y, después, se disculpó y se encerró de nuevo en su estudio. Lorcan la invitó a jugar a la brisca, pero en mitad de la partida se pusieron a hablar sobre el juego del veintiuno y lo dejaron a medias. Lorcan empezó a enseñarle cómo contar las cartas utilizando el sistema más indicado para acabar expulsado de cualquier casino, y Hermione concluyó que Lorcan era un tahúr, además de un niño prodigio. También sabía calar a las personas, porque debía de intuir que ella se sentía perdida y estaba haciendo lo posible para distraerla hasta que se sintiera capaz de volver a su apartamento. Era un buen chico, y muy sabio.
A las diez le dio las buenas noches a Lorcan y subió a su casa. Las habitaciones estaban frías y sombrías. Se apresuró a encender las luces y, acto seguido, la calefacción. Apenas habían transcurrido cinco minutos, cuando oyó un portazo que anunciaba la llegada de Harry. Hermione estaba en su dormitorio, preparándose para darse una ducha, y se acercó al umbral a saludarlo. Estuvieron a punto de chocar, pero Hermione retrocedió enseguida.
-¿Dónde diablos estabas? -rugió Harry, que entró en el dormitorio y se cernió sobre ella como un ángel vengador-. Te he estado llamando sin parar desde las siete y media. Y no me digas que estabas en esa condenada tienda porque también probé a llamarte allí.
Hermione lo miró, estupefacta, incapaz de comprender por qué estaba tan furioso. Y estaba furioso, encolerizado. Tenía los ojos negros de ira, y había dicho «condenada tienda». ¿Significaría algo? Hermione creía que la idea de tener otro trabajo le había parecido bien, pero sus palabras estaban impregnadas de desprecio. A ella no se le daba bien discutir, ni plantar cara al arrebato de Harry con un acceso de furia similar, como Ginny habría hecho; se replegó en sí misma y levantó un escudo mental contra sus posibles ataques.
-Lorcan y yo nos quedamos pintando hasta las siete; después, compré una pizza y la compartí con Luna y con Lorcan, para no cenar sola. Lorcan y yo hemos estado jugando a las cartas hasta ahora. ¿Para qué me has estado llamando?
El tono sereno, frío y remoto de su voz pareció encolerizarlo aún más.
-Porque -masculló- Leland Vascoe se presentó con su esposa y ella quería conocerte. No tenías por qué cenar con los Lovegood, si el problema era que no te apetecía cenar sola. Ya te había invitado a venir, pero tú tenías que pintar un cuartucho. Ahora me dices que terminaste antes de las siete, o sea, que podrías haber cenado conmigo de todas formas. Tu apoyo resulta abrumador -dijo con hiriente sarcasmo.
Hermione estaba inmóvil, con los hombros crispados.
-No sabía a qué hora terminaríamos de pintar - dijo en voz baja.
-Maldita sea, Hermione, has trabajado durante años en la compañía, ya sabes cómo funciona. Es normal que quiera que me acompañes a estas reuniones sociales y de trabajo, en lugar de andar trajinando en esa...
- Tienducha -terminó Hermione por él, sin arredrarse ni bajar los ojos. Una sensación fría empezaba a propagarse por su pecho-. Antes de casarnos, dijiste que respetaríamos nuestras respectivas responsabilidades laborales. Estoy dispuesta a asistir a todas las cenas de negocios que quieras y, en cuanto termine las reformas de la tienda, no será necesario que me quede hasta muy tarde. Pero no se trata de eso, ¿verdad? No quieres que tu esposa trabaje fuera de casa, ¿no?
-No es preciso que trabajes -le espetó.
-No voy a quedarme aquí de brazos cruzados todo el día. ¿Qué otra cosa podría hacer? Solo puedo quitar el polvo un número limitado de veces al día, si no quiero que esa fascinante ocupación me resulte aburrida.
-Ginny no se aburría.
La pulla letal dio en el blanco, y Hermione abrió los ojos de par en par, aunque esa fue la única pista que le dio sobre su dolor. Lo miró con expresión lúgubre y dijo:
-Yo no soy Ginny.
Y ese era el quid de la cuestión, pensó, mientras se alejaba de él. No podía quedarse quieta, permitiendo que la dejara hecha picadillo. Ginny le habría plantado cara, y la discusión hacía tiempo que se habría apartado del problema original. En un par de minutos, se estarían besando y cayendo, abrazados, sobre la cama, exactamente como Ginny le había contado que ponían fin a sus discusiones. Hermione no podía hacer eso.
No era Ginny, no tenía ni su temperamento ni su fortaleza. Eso era lo que Harry jamás podría perdonarle: no ser Ginny.
En el umbral del cuarto de baño, se volvió de nuevo hacia él con semblante pálido e inexpresivo.
-Voy a darme una ducha y a meterme en la cama -dijo sin rastro de inflexión en la voz-. Buenas noches.
Harry entornó los ojos y, de repente, con un escalofrío, Hermione comprendió que había cometido un error al huir. La naturaleza agresiva de Harry, su instinto de cazador, lo impulsaba a perseguir a su presa. Hermione se quedó helada, a la espera de que él atravesara la estancia como una exhalación y la capturara; lo veía en sus ojos, en la tensión de su postura. Entonces, Harry controló visiblemente el impulso, lo sofocó, pero siguió mirándola con ojos duros y fríos como mármol negro-.
-Vendré después -dijo por fin, en un susurro grave y amenazador.
Hermione inspiró hondo.
-No. Esta noche, no.
Su instinto animal resurgió, y atravesó como un enorme felino el dormitorio antes de aprisionar la barbilla de Hermione con la mano.
-¿ Te niegas a acostarte conmigo? Ten cuidado, nena -le advirtió, con el mismo susurro intimidatorio-. No empieces una guerra que no puedas ganar. Los dos sabemos que puedo hacer que me supliques.
Hermione palideció, y los dedos fuertes de Harry dejaban improntas rojas en su mandíbula.
-Sí -reconoció con voz ahogada-. Puedes conseguir que haga cualquier cosa, si eso es lo que quieres.
Harry contempló la faz pálida de Hermione, su expresión hermética, y un brillo salvaje destelló en sus ojos verdes.
- Tú ganas -le espetó. Salió a grandes zancadas del dormitorio y cerró la puerta.
Conmocionada, Hermione se dio una ducha y se metió en la cama. Permaneció despierta, a la espera de que Harry irrumpiera en su cuarto bien entrada la noche, como había hecho el día anterior, pero oyó cómo se recogía y, en aquella ocasión, la puerta siguió cerrada. Sentía el escozor en los ojos mientras contemplaba la oscuridad.
¡Qué ironía que tuviera que defender su trabajo fuera de casa, cuando siempre había soñado con llevar una vida familiar tradicional! Debería haber sido Ginny quien defendiera con ardor el derecho de la mujer a ejercer una profesión: siempre había estado sobrada de argumentos y opiniones. Debería haber sido Ginny la mujer trabajadora, y Hermione el ama de casa. Pero la mayor ironía de todas era que, teniendo la oportunidad de dedicarse por entero a su marido, se veía obligada a aferrarse a su trabajo para mantener cierta estabilidad en su vida. Harry solo le ofrecía conveniencia y sexo, y ella necesitaba mucho más. Necesitaba sentirse parte de un lugar, de un lugar que fuera suyo, donde se sintiera a salvo.
Si contara con el amor de Harry, se sentiría segura en cualquier parte, pero ese no era el caso. Hermione seguía fuera, contemplando con melancolía el escaparate.
Harry también estaba despierto, con un nudo de furia y frustración en las entrañas. ¡Se ponía hecho una furia cuando la veía retraerse de aquella manera! Por la mañana, había intentado disculparse por su torpeza de la noche anterior, cuando había rechazado su consuelo, pero ella se había resguardado tras un muro de indiferencia y no le había dejado redimirse. Incluso se había puesto a tararear, como si no le importara lo que él hiciera. Y, seguramente, así era, pensó con fiereza. Pero, la noche anterior, cuando había ido a su habitación para hacerle el amor, Hermione había bajado la barrera y lo había abrazado con el mismo ardor y ternura de siempre. Harry había querido fundir su carne con la de ella, hacerle olvidar las distancias, y creía haberlo logrado. Pero, aquella mañana, se había mostrado tan fría y distante como siempre, como si no hubiese perdido el control en sus brazos.
Aquella condenada tienda era lo que más le importaba, incluido él. Le había pedido que lo acompañara a una cena de negocios, pero la tienda estaba primero. Harry le había pedido que se casara con él consciente de la prioridad que ella daba a su trabajo; había accedido a darle la libertad que necesitaba, pero se estaba volviendo loco. Siempre que Hermione levantaba aquel muro gélido a su alrededor, quería derribarlo y poseerla de la forma más primitiva, hasta que ya no pudiera reconstruirlo. Ni siquiera la motivaba lo bastante para discutir; Hermione se limitaba a explicar su postura y a dar media vuelta. El desdén con que había levantado su menuda barbilla había estado a punto de ponerlo fuera de sí; pero ella había dejado muy claro que, si la llevaba a la cama, sería una violación, así que Harry había optado por retirarse para no caer tan bajo. No pretendía hacerle daño, solo quería poseerla de forma total e irrevocable. No quería volver a ver aquella expresión reservada y distante en su rostro. Y deseaba que el entusiasmo con que trabajaba en la maldita tienda se lo dedicara solo a él.
El reto que representaba Hermione empezaba a ser una obsesión, e incluso en la oficina, se sorprendía ideando maneras de minar sus defensas. Por el momento, solo lo había conseguido con el sexo, pero era un remedio pasajero. La deseaba en aquellos instantes. Estaba febril de anhelo, y se movió con desasosiego en la cama. Esperó, consciente de que si iba a su encuentro, ella se resistiría, y no la quería tensa. Deseaba verla suave y dócil en sus brazos, aferrada a él con la fuerza sedosa de sus miembros, con el semblante frío destruido por la carnalidad de su unión. Con tal de ver eso, esperaría.

Una nueva oportunidad (Harry y Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora