capitulo 10

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DIEZ


Le plantó cara desde la otra punta del estudio, con un peso sobre los hombros que no sabía si podría soportar.
-Haría cualquier cosa por ti -dijo con voz lenta y cautelosa-. Excepto eso. Te quiero tanto que no podría lastimar nada que fuera tuyo, y este bebé es una parte de ti. Te he querido durante años, no solo durante los últimos meses, desde que estamos casados, sino antes de que te casaras con Ginny o incluso la conocieras. Quería a James y a Sirius porque eran hijos tuyos -movió la cabeza, un poco aturdida-. Imagino que no dejaré de amarte, hagas lo que hagas. Si de verdad te resulta imposible aceptar a este bebé, la decisión es tuya. Pero yo soy incapaz de destruirlo.
Harry se dio la vuelta con movimientos lentos, como un anciano ralentizado por el peso de los años.
-¿ y ahora qué? -preguntó con voz hueca.
-La decisión es tuya -repitió Hermione. No podía creer la calma con la que hablaba, pero estaba entre la espada y la pared y lo sabía-. Si quieres irte, en lugar de vivir conmigo, lo entenderé, y no dejaré de quererte, nunca. Si te quedas, intentaré... -se le anudó la voz de repente y se interrumpió; respiró pesadamente antes de arriesgarse a hablar otra vez-. Intentaré mantener al bebé alejado de ti, fuera de tu vista. Nunca te pediré que lo cuides ni que lo levantes en brazos. Te lo juro, Harry, ni siquiera tendrás que saber su nombre si no quieres. A todos los efectos, no serás padre.
-No lo sé -dijo, abatido-. Lo siento, pero no sé qué hacer.
Pasó junto a ella y, un momento después, Hermione logró controlar las piernas lo bastante para seguirlo. Harry se detuvo antes de salir del apartamento; estaba cabizbajo. Sin mirarla, dijo:
-Te quiero. Más de lo que te imaginas. Ojalá te lo hubiera dicho antes, pero... -hizo un gesto de impotencia con la mano-. Algo murió dentro de mí cuando los perdí. Eran tan pequeños, y siempre buscaban mi protección. Era su padre, y a sus ojos, no había nada de lo que yo no fuera capaz. Pero cuando de verdad me necesitaron, no pude hacer nada para ayudarlos. Lo único que pude hacer fue levantarlos en brazos... ¡cuando ya era demasiado tarde! -hizo una mueca de dolor y se frotó los ojos, se secó las lágrimas derramadas por sus hijos-. Tengo que irme. Tengo que estar solo unos días. Estaremos en contacto, de una forma u otra. Cuídate -por fin la miró, y lo que Hermione vio en sus ojos le hizo cerrar los puños para no gritar.
La puerta se había cerrado y habían pasado los minutos, pero Hermione seguía allí de pie, contemplando la superficie lisa de madera, porque no podía hacer otra cosa. Había sabido que sería difícil, pero no había imaginado que la reacción de Harry sería tan intensa, ni su dolor tan amargo. La agonía que había visto en sus ojos era como un cuchillo que le cortaba la piel. Había dicho que la amaba. ¡Qué desgracia que le ofrecieran el cielo con una mano y se lo arrebataran con la otra!
Entró a rastras en el salón y se sentó, con el cuerpo aturdido por la conmoción; pero poco a poco fue volviendo a la vida. Si la amaba, existía la posibilidad de que volviera con ella: Ya había ocurrido un milagro; ¿otro sería demasiado pedir? Y si Harry seguía viviendo con ella, con el tiempo, la herida dejada por la pérdida de sus hijos se cerraría y podría amar a otro hijo, al hijo de Hermione. Pero cumpliría con su palabra. Si se quedaba, no lo obligaría a tratar al niño.
Harry no volvió a casa aquella noche. Hermione permaneció echada en la cama que había compartido con él todas las noches desde que tuviera la gripe y lloró hasta que se quedó sin lágrimas.
A la mañana siguiente, se levantó sin haber pegado ojo y fue a la tienda, como de costumbre.
Dora reparó en su cara pálida y en los ojos enrojecidos por el llanto pero tuvo la discreción de no comentar nada. Atendió a casi todos los clientes mientras Hermione, recluida en su despacho, ponía al día los libros de cuentas. Incluso esa tarea resultaba dolorosa, porque le recordaba a Harry.
Había sido él quien había organizado los libros, había escogido el ordenador y había trabajado en aquel despacho todos los sábados... incluso era posible que la hubiese dejado embarazada sobre el escritorio en el que ella estaba trabajando.
Dora no se atrevió a preguntar, pero cuando Lorcan se presentó por la tarde y la vio, se ofreció a ayudar.
-¿Qué ocurre? -preguntó-. ¿Puedo hacer algo?
Hermione sintió una oleada de amor hacia él. Que un chico de dieciséis años pudiera ser tan maravilloso escapaba a su comprensión. A Lorcan podía sonreírle, y así lo hizo.
-Estoy embarazada.
Lorcan acercó la otra silla que había en el minúsculo despacho y acomodó en ella su cuerpo musculoso.
-¿ Y eso es malo?
-A mí me parece maravilloso -contestó Hermione con voz trémula-. El problema es que Harry no lo quiere. Estuvo casado antes y tenía dos niños preciosos. Murieron en un accidente de tráfico hace casi tres años, y no soporta estar con niños desde entonces. Le resulta demasiado doloroso.
Los hermosos ojos de Lorcan aparecían serenos, e infinitamente bondadosos.
-No tires la toalla. No sabrá lo que siente de verdad hasta que no vea al bebé. Los bebés son muy especiales, ¿sabes?
-Sí, lo sé. Tú también -dijo Hermione.
Lorcan le dedicó su hermosa y plácida sonrisa y salió del despacho para hacer sus tareas.
Pasó otra noche sin que Harry diera señales de vida, pero Hermione consiguió dormir, exhausta por la falta de sueño del día anterior y las necesidades de su cuerpo durante el embarazo. Con ánimo fatalista, comprendió que no podía hacer nada, que los dos estaban condicionados por la clase de personas que eran y las circunstancias de sus vidas. Ella había soñado toda su vida con tener un hogar seguro, un marido y unos hijos a los que amar, y se negaba a desistir. Habiendo vida, había esperanza... Debía intentarlo.

Una nueva oportunidad (Harry y Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora