capitulo 9

4.6K 204 5
                                    


  NUEVE
Al día siguiente, se encontraba mucho mejor, sin un ápice de náuseas y solo un poco de fiebre. Durmió durante casi todo el día y, cuando se despertó, Harry le dio de comer un caldo de pollo. Hermione arrugó la nariz.
-Esto es comida de inválidos. ¿Cuándo podré tomar algo más consistente, como gelatina? ¿O un plátano machacado?
Harry se estremeció solo de pensarlo.
-Por ahí no paso. Soy incapaz de machacar un plátano.
-Está bien -accedió Hermione enseguida, y una sonrisa iluminó su rostro demacrado-. Me olvidaré de los plátanos si dejas que me dé un baño y me lave el pelo.
Harry empezó a negarse, pero ella ya había adivinado la respuesta y la luz había desaparecido de su rostro. Harry suspiró y se echó atrás. Estaba demasiado débil para lavarse sola, pero comprendía cómo debía de sentirse.
-Te ayudaré después de que te tomes este caldo -accedió, y ella volvió a sonreír de inmediato.
Si había esperado verla incómoda por las confesiones que había hecho, Harry se llevó una decepción. Pensó que quizá no recordaría su conversación con mucha claridad, porque había estado febril y desorientada, pero quería que la recordara. Para disipar la duda, murmuró:
-¿Te acuerdas de haber estado hablando conmigo anoche?
Por primera vez en varios días, sus mejillas se cubrieron de rubor, pero no bajó los ojos. Se recostó en la almohada y sostuvo su mirada.
-Sí, me acuerdo.
-Bien -fue todo lo que dijo.
Llenó la bañera de agua tibia, la llevó en brazos hasta el cuarto de baño y la dejó con cuidado en el agua. Se apoyó en la pared y contempló cómo Hermione se enjabonaba y se aclaraba ella sola; al menor indicio de desmayo, la sacaría en un abrir y cerrar de ojos de la bañera. Pero Hermione terminó de bañarse sin incidentes y levantó los brazos hacia él.
-Ya está.
La naturalidad con la que le pidió ayuda lo dejó sin aliento... eso, y el que sus senos, altos y redondos, se elevaran con el movimiento. La sacó de la bañera, la dejó de pie delante de él y la envolvió con una toalla grande y esponjosa.
-Ahora, el pelo -dijo Hermione con determinación.
Se inclinó sobre el lavabo y Harry le lavó el pelo, pero era tan largo que costaba aclararlo, así que resolvió el problema desnudándose y metiéndose en la ducha con ella.
-Deberíamos haberte lavado el pelo primero -gruñó.
-Lo siento, no se me ocurrió -se disculpó Hermione. Parecía tan frágil de pie en la ducha que la atrajo con suavidad hacia él y la envolvió con los brazos. Ella le puso las manos en la cintura y suspiró de felicidad.
-Me alegro de que hayas venido.
-Mmm. Debería darte unos buenos azotes por no haberme llamado el primer día que tuviste la gripe -murmuró-. ¿Por qué no lo hiciste?
-Pensé que no te haría gracia que te interrumpiera mientras trabajabas. Sabía que no me estaba muriendo, aunque Luna se resistiera a creerlo. Harry vaciló; después, la hizo ponerse de puntillas para poder tomar posesión de su boca con avidez, mientras el agua caía en regueros por sus rostros.
-Tú me importas más que el trabajo -gruñó-. Eres mi esposa y no quiero que enfermes. La próxima vez que no me llames cuando me necesites, te llevarás una buena reprimenda.
-Qué miedo -bromeó Hermione.
Harry cerró el grifo de la ducha y la secó deprisa, para que no se enfriara. Después, le secó pacientemente el pelo con un cepillo y un secador, hasta que brilló como seda pura.
Pero cuando intentó ponerle el camisón para meterla de nuevo en la cama, Hermione se rebeló.
-¡Quiero ponerme ropa normal y sentarme en el salón como cualquier persona, y quiero leer el periódico!
Apenas podía sostenerse en pie y parecía un fantasma, pero era innegable la mueca de obstinación con la que lo miraba. Harry suspiró, preguntándose por qué una mujer por lo general, apacible e incluso dócil podía volverse tan rebelde solo porque tenía la gripe. Quería obligarla a permanecer en cama, pero también quería hacerla feliz.
-Haremos un trato -sugirió, tratando de mantener la voz tranquilizadora-. Podrás estar en el salón si te pones el camisón y la bata, porque no creo que aguantes mucho tiempo sentada, ¿de acuerdo?
Hermione estaba hasta la coronilla de los camisones, pero sabía que si no aceptaba el trato, acabaría otra vez en la cama, así que cedió. Harry tenía los labios apretados mientras la ayudaba a ponerse un camisón limpio y una bata. Buscó las pantuflas y se las puso.
-Puedo andar -protestó Hermione cuando la levantó en brazos. Harry le lanzó una mirada intensa con la que le advertía que no debía tentar a la suerte.
-Podrás andar la próxima vez.
Hermione se rindió, le rodeó el cuello con el brazo y apoyó el rostro en su hombro cálido. Sonrió un poco; estar en los brazos de Harry no era ningún sacrificio.
Descubrió que no podía concentrarse en la lectura; le exigía demasiado esfuerzo, y las manos no dejaban de temblarle, así que desistió.
Pero resultaba agradable estar en otra habitación, y estar sentada. Harry encendió la chimenea, y el alegre titileo de las llamas la hacía sentirse mucho mejor. Después, Harry se acomodó junto a ella en el sofá y se dispuso a leer en silencio el periódico.
Pasados quince minutos, empezó a sentirse cansada y somnolienta, pero no quería volver a la cama. Se tumbó de costado y apoyó la mejilla en el regazo de Harry. Él le puso la mano en la cabeza y la peinó con los dedos.
-¿Quieres acostarte?
-No, todavía no. Estoy a gusto.
Él estaba más que a gusto, pensó, tragando saliva. Contempló la brillante cabeza que tenía en el regazo y pensó en lo que le gustaría que Hermione estuviera haciendo. Intentó controlar sus pensamientos, pero con la mejilla apoyada como la tenía, era una batalla perdida.
Ella también lo sabía, la muy pícara. Deslizó una mano por debajo de la mejilla y Harry se estremeció al sentir el roce delicado de sus dedos. Sorprendió la diminuta sonrisa que se le escapó, aunque enseguida volvió a ponerse seria, y sonrió de oreja a oreja. Dejó el periódico a un lado y la sentó sobre su regazo.
-Hermione Granger, eres una provocadora. Sabes muy bien que no voy a hacer nada hasta que no estés mucho mejor, así que para ya, ¿quieres?
-Es que te he echado de menos -repuso, como si eso lo explicara todo. Abrazada a él, sabía que todo iba a salir bien. No tenía ninguna preocupación cuando Harry la abrazaba. Buscó un hueco en su hombro para la cabeza y se adormeció.
Harry la abrazó durante un rato, reconociendo lo mucho que había echado de menos estrecharla contra su pecho. Casarse había sido una genial idea. Volver a casa, al calor de Hermione, era una perspectiva irresistible.
Apenas se movió cuando por fin la metió en la cama, pero se despertó con hambre cuando Luna y Lorcan fueron a verla dos horas después. Se sentaron todos en la cocina, alrededor de la minúscula mesa de desayuno, mientras Hermione tomaba una taza de caldo. Se quejó y le prepararon una tostada, sin mantequilla, y su estómago acogió con júbilo el primer alimento consistente que había tornado en casi toda la semana. Alzó la vista del plato y sorprendió a todos mirándola; avergonzada, soltó la tostada.
-¿Por qué me miran así?
-Me alegra verte comer -dijo Luna con sinceridad-. ¡Creía que te estabas muriendo!
-Solo tenía la gripe -la regañó Hermione-. ¿No has visto nunca a un griposo?
Luna se quedó pensativa; por fin, se encogió de hombros.
-No. Lorcan nunca está enfermo.
Hermione lanzó una mirada de enojo a Lorcan, que sonrió con amabilidad. Lorcan siempre era amable, corno si se sintiera obligado a tratar con bondad a los simples mortales. No, no era una obligación... simplemente, tenía buen corazón.
La visita no duró mucho, porque Hermione se cansaba fácilmente. Cuando se fueron, se resistió a volver a la cama. Se dirigió al salón y, en aquella ocasión, logró leer el periódico. Se quedó levantada, por pura fuerza de voluntad, hasta la hora en que acostumbraba a acostarse; después, dejó que Harry la ayudara a ir a su habitación.
Harry salió para apagar las luces y comprobar que la puerta estaba cerrada con llave; Hermione estaba adormecida cuando regresó a su cuarto y empezó a desnudarse, pero abrió los ojos cuando Harry apagó la luz y se metió en la cama con ella. De repente, estaba completamente despierta y tenía el corazón desbocado. Estaba mucho mejor; no necesitaba que nadie cuidara de ella durante la noche, y era imposible que Harry no lo supiera. La atrajo a sus brazos y dejó que apoyara la cabeza en su hombro. Le rozó la frente con un leve beso.
-Buenas noches -murmuró.
¡Iba a dormir con ella! Tenía miedo incluso de pensarlo. Había habido indicios de que empezaba a encariñarse con ella; pensándolo bien, hacía tiempo que no veía la expresión lúgubre que indicaba que estaba pensando en Ginny y en los niños. ¿Estaría el tiempo obrando el milagro? Si por fin Harry estaba superando su dolor, sería capaz de volver a amar, y ella gozaba de una gran ventaja sobre las demás mujeres.
-¿Qué te pasa? -preguntó Harry con voz somnolienta, mientras le acariciaba el brazo-.
El corazón te late como una locomotora. Lo noto.
-Me he agotado -alcanzó a decir Hermione, y apretó el costado todavía más contra él. La seguridad que hallaba en su cuerpo cálido y fuerte empezó a serenarla, y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, aunque intentó convencerlo de que se encontraba mucho mejor y podía quedarse sola en casa, Harry llamó a su secretaria y le dijo que no iría a la oficina aquel día.
-Voy a quedarme -le dijo a Hermione con firmeza después de colgar el teléfono-. A ver, ¿qué te - apetece desayunar?
-¡Lo que sea! ¡Me muero de hambre!
Tomó un desayuno casi normal, y decidió que la comida era la respuesta a todos los problemas. Se sentía mucho más fuerte, capaz de andar sin tambalearse y, aparte de un ligero dolor de cabeza y toses puntuales, se encontraba bien.
Harry trabajó en el salón, desperdigando papeles a su alrededor, en lugar de en el pequeño estudio, como tenía por costumbre. Hermione sabía que no quería perderla de vista, y la idea le agradó mucho. Recibir mimos tenía sus ventajas.
A eso de las doce del mediodía, le entró sueño y dormitó en el sillón en el que había estado leyendo. Harry alzó la vista, vio que tenía los ojos cerrados y se levantó para llevarla a la cama. Hermione se despertó cuando empezó a desnudarla, pero no protestó cuando la obligó a ponerse un camisón. Se quedó dormida antes de que Harry la cubriera con las mantas.
Durmió durante casi cuatro horas. Se despertó para ir al cuarto de baño, y bebió varios vasos de agua; tenía la impresión de que no podría saciar su sed. Todavía somnolienta, regresó a la cama, y acababa de cubrirse con la sábana cuando la puerta se abrió y Harry entró en el dormitorio.
-Me había parecido oírte trajinar -dijo, al ver que estaba despierta. Se acercó, se sentó en el borde de la cama y le tocó el rostro con suavidad. No había rastro de fiebre. Estaba caliente, pero era el rubor cálido del sueño.
Hermione se estiró con pereza; después se incorporó y le puso las manos en los hombros para abrazarlo. Al estirarse, la delgada tela del camisón se había adherido a sus senos y, en aquellos momentos, Harry sentía las suaves curvas apretadas contra él. La estrechó entre sus brazos y le levantó la barbilla para besarla. Hermione se entregó al beso; abrió los labios para aceptar la intrusión de su lengua. Harry siguió besándola, cada vez con más fuerza, con más pasión. Con suavidad, la tumbó otra vez en la cama y se inclinó al mismo tiempo que ella, sin cortar el contacto de sus labios. Hermione sintió cómo cerraba una mano cálida en torno a su pecho, y arqueó la espalda.
Hacía siglos que Harry no le hacía el amor; el resfriado que había precedido a la gripe también la había incomodado bastante y Harry la había dejado tranquila.
-Sí -dijo junto a sus labios, al tiempo que tiraba de su camisa-. Por favor, no pares.
- No pensaba hacerlo -comentó Harry con voz ronca; se incorporó y se despojó de la inoportuna camisa. La tiró al suelo; se levantó para desabrocharse los pantalones y se los quitó. Hermione lo contempló con ojos soñadores, sintiendo un hormigueo de excitación por todo el cuerpo.
Harry se inclinó sobre ella y le quitó el camisón para regalarse la vista con el cuerpo esbelto y suave que era solo suyo. Le acarició la piel sedosa; por fin, se llenó las manos con sus senos y se inclinó para besarlos antes de lamerle los pezones. Ahogándose en un torbellino de placer, Hermione lo atrajo hacia ella, buscando la unión de sus cuerpos.
Cuando se levantaron, se sentía satisfecha en todos los poros de la piel, y la satisfacción era evidente en su rostro. Estaba radiante, con la piel resplandeciente por las caricias de Harry.
Mientras cenaban, Harry no podía dejar de mirarla. Él era el responsable de aquel semblante y lo sabía. Cuando Hermione lo miraba de aquella manera, algo se agitaba en su pecho. Había querido traspasar las barreras de su reserva para encontrar el ardor de su pasión, pero había encontrado mucho más. La princesa de hielo había desaparecido y una mujer que resplandecía con sus caricias había ocupado su lugar. ¿Estaría enamorándose de él? La idea le gustaba. La abnegación de una mujer como ella no se podía tomar a la ligera. Su amor llenaría de calor sus días, le proporcionaría un remanso de ternura y seguridad, un bálsamo para los amargos recuerdos del pasado.
Mientras se duchaba y se preparaba para acostarse, Hermione se preguntó si Harry dormiría con ella también aquella noche. Estaba temblando, dominada por el deseo. Si Harry regresaba a su propio cuarto aquella noche, no lo soportaría, no después de haber pasado las dos mejores noches de su vida. Se había comportado como si de verdad se preocupara por ella, y Hermione había vislumbrado el paraíso. Si las puertas se cerraban de nuevo y se quedaba fuera, no sabía si podría recuperarse del golpe.
Un toque de nudillos en la puerta la sobresaltó.
-¿Vas a pasarte la noche ahí dentro? -preguntó Harry, con impaciencia en la voz.
Hermione abrió la puerta e inspiró con aspereza al verlo apoyado en la pared, completamente desnudo. Era asombroso, alto y fuerte, con una espesura viril de rizos negros en el pecho. Respirando con dificultad, soltó la toalla con la que se había envuelto y descolgó el camisón, pero también lo soltó.
-No creo que lo necesite -dijo con voz trémula.
-Yo tampoco -el regocijo brilló en los ojos de Harry durante un momento, mientras le tendía la mano, pero fue absorbido por una emoción mucho más intensa cuando ella entró en el círculo de sus brazos.
Hicieron el amor, se quedaron dormidos, y Harry no hizo ningún intento por irse a su habitación. Se despertó pasada la medianoche y volvió a poseerla, hundiéndose en ella antes de que estuviera del todo lúcida, disfrutando de su entrega espontánea. Prolongó el acto en aquella ocasión, utilizando su destreza para llevarla poco a poco a la cumbre del placer. Hermione estaba rodeada de una nebulosa de gozo mientras Harry le acariciaba los senos y los lamía de la forma que a ella le gustaba, mientras la acariciaba y la tocaba hasta hacerla gritar. Sus embestidas lentas y regulares la estaban matando; la llevaba al borde mismo de la satisfacción pero sin ir más.
Se aferró a él con manos húmedas y frenéticas, suplicando la liberación. Harry la sujetó por las caderas, para no dejar que acelerara el ritmo, y la besó en profundidad. Después, separó los labios el espacio justo para ordenarle con voz grave.
-Dime que me quieres.
La respuesta de Hermione fue automática; surgió de una honda reserva de ansia primitiva que no podía controlar. Sin pensarlo, sin ni siquiera darse cuenta de la importancia de la pregunta de Harry y de su propia respuesta, gimió:
-Sí, te quiero.
Harry se estremeció, y las suaves palabras desencadenaron pequeñas explosiones que anunciaban la proximidad de su propia satisfacción.
Deslizó las manos por debajo de ella y la levantó para que recibiera sus profundas embestidas.
-¡Repítelo!
-Te quiero... Te... quiero... -se quedó sin voz, y un grito ahogado emergió de su garganta. Al sentir las sensuales convulsiones internas que señalaban la liberación de Hermione, Harry gimió, apretó los dientes y se entregó a su propio placer.
Tendida bajo el cuerpo pesado de Harry, Hermione empezó a tomar plena conciencia de lo que había dicho, y un gélido pánico la dominó.
-Harry...lo que he dicho...
Harry levantó la cabeza de sus senos con el rostro marcado por la satisfacción.
-Quería saberlo. Pensé que me querías, pero quería oírtelo decir.
Hermione contuvo el aliento al oír el tono posesivo de su voz.
-¿No te importa? -susurró.
Harry le retiró un luminoso mechón de pelo del rostro y se entretuvo recorriendo el contorno de sus suaves labios con el dedo.
-Es más de lo que esperaba cuando te pedí que te casaras conmigo -reconoció-. Pero sería un estúpido si no me gustara. Eres una mujer cálida, cariñosa e increíble, señora Potter, y quiero todo lo que me puedas dar.
Lágrimas ardientes y cegadoras afloraron a sus ojos y resbalaron por sus mejillas. Harry las secó con suavidad, un poco conmovido por la confianza y la devoción que Hermione le ofrecía. Preso de una nueva oleada de pasión, y en un intento de consolarla, volvió a hacerle el amor.
*-*-*-*-*-*
Harry ya se había ido a la oficina y Hermione se estaba dando prisa para poder abrir la tienda a su hora, pero los recuerdos de la noche anterior seguían distrayéndola. Se quedaba de pie en medio de una habitación, con la mirada perdida y soñadora, en lugar de darse prisa por maquillarse o vestirse, como debería estar haciendo. Harry no había dicho que la amara, pero su intuición de mujer le decía que el deseo que había pedido en los rincones más profundos de su corazón, en la oscuridad de incontables noches, estaba haciéndose realidad. Harry empezaba a quererla. Un hombre no trataba a una mujer con la ternura y la paciencia que él había dejado entrever si no sentía algo más que cierto respeto y agrado. La intimidad de su vida en pareja había tendido una red que lo había acercado a ella y los había unido. Se sentía tan feliz, casi cegada de puro gozo.
Volviendo otra vez a la realidad, se dirigió a la cómoda para sacar un sujetador y acertó a ver la pequeña caja de píldoras.
-¡Dios mío! ¡Casi se me olvida! -exclamó, y sacó la caja.
De pronto, cayó en la cuenta y la caja resbaló de su mano repentinamente floja. Había tomado la píldora por última vez el primer día de la gripe, aunque dudaba que la hubiera asimilado.
Se había saltado seis píldoras. Angustiada, hurgó en el cajón en busca del prospecto y lo encontró al fondo del todo.
Si se saltaba más de tres píldoras, debía dejar de tomarlas, esperar hasta el cuarto día del siguiente ciclo y empezar a tomarlas otra vez con normalidad. La concepción era improbable, pero no imposible, así que había que tomar otras precauciones para prevenir un embarazo. Hermione leyó las instrucciones una y otra vez, tratando de serenarse. Improbable, pero no imposible. Intentó olvidar las tres últimas palabras y se concentró en el tranquilizador «improbable».
Pensó en la cara que pondría Harry cuando se lo dijera y enseguida supo que, estuviera bien o mal, no podía hacerlo. Era incapaz de darle esa preocupación. La expresión que había visto en su rostro cuando la joven madre pronunció el nombre de James le había desgarrado el corazón, y todavía recordaba lo mucho que le había dolido que Harry rechazara su consuelo.
Pero tendría que decírselo. El alma se le cayó a los pies al comprender que, si había que tomar otro tipo de precauciones, la explicación era necesaria. Cuando pensó en su reciente compenetración y en la posibilidad de que se echara a perder, cerró los puños con dolor. «Ahora, no. Por favor, ahora, no».
Se recompuso, se vistió y logró llegar a la tienda al mismo tiempo que Dora, a la hora exacta de apertura. No tuvo tiempo para preocuparse por nada, porque enseguida la tienda se llenó de personas, algunas, clientes habituales que habían llegado a conocerla y que se pasaban para interesarse por su salud. Compraron ovillos y patrones, botones antiguos, material para muñecas, clavos de acabado y marcos. Daba la impresión de que todos sus clientes habían esperado a que Hilos y Herramientas estuviera otra vez abierta en lugar de ir a otra tienda, y la idea conmovió a Hermione. Una mujer menuda y energética de al menos ochenta años le llevó una colcha de punto hecha con la lana más suave, en distintos tonos de verde, e insistió en regalársela.
-Para que no te resfríes -le dijo la anciana, con centelleantes ojos de un azul desvaído.
Hermione casi lloró, y abrazó a la mujer. Había estado haciendo colchas de punto para que Hermione las vendiera, y sabía que el dinero que cobraba por ellas servía para complementar su reducida pensión. Significaba mucho que empleara su tiempo y materiales en hacerle un regalo.
Justo antes del almuerzo, Harry se presentó en la tienda. Hermione alzó la vista al oír la campanilla y abrió los ojos con sorpresa al verlo.
-Vamos a tu despacho un minuto -dijo en voz baja, y Hermione llamó a Dora para que ocupara su puesto en la caja.
Cuando la puerta se cerró tras ellos en la minúscula habitación que usaba como despacho, Hermione lo miró con preocupación.
-¿Qué ocurre?
-Tengo que irme, para ultimar todos los asuntos que dejé pendientes cuando vine a cuidar de ti -una media sonrisa se dibujó en sus labios-. Podría habértelo dicho ahí fuera, pero quería besarte, y tal y como voy besarte, no debería hacerla en público.
Hermione se quedó débil y se apoyó en su escritorio.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo vas a besarme? -dijo con voz ronca, casi en un murmullo.
Una expresión casi depredadora asomó al rostro de Harry, que estiró el brazo para correr el pestillo.
-Desnuda.

Una nueva oportunidad (Harry y Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora