"No hay mayor dolor que recordar la felicidad en tiempos de miseria" — Dante Alighieri.
Adair tomó las piezas metálicas de la basura y las guardó en uno de los bolsillos laterales de sus pantalones negros. Aquella energía que desprendían las piezas lo dejaron perplejo y debía enseñárselos a los demás caballeros del infierno para saber si alguno reconocía la procedencia de aquel objeto.
Nina seguía parada, estática y atónita, sus labios moviéndose pero sin emitir sonido alguno. Su mirada se movía de un lado para el otro, sin enfocarse en nada. Su pequeño y delgado cuerpo, demasiado delgado para Adair, temblaba; sus manos más que todo, los puños se sacudían con fuerza a sus costados.
Adair se detuvo ante ella y murmuró: — Lo lamento.
En cuanto las palabras dejaron sus labios, alzó la mano para tocar con suavidad la frente de Nina. Los ojos del ángel siguieron cada movimiento que hizo el demonio y en cuanto Adair susurró una antigua expresión de los demonios se cerraron abruptamente, ocultando sus ojos verde teal oscuro, similar a las hojas de un pino y tan inusuales como el ángel que los portaba.
El cuerpo de Nina se derrumbó en el trance que Adair le había impuesto. El demonio agarró el cuerpo de la joven justo antes de que tocara el suelo y la levantó en brazos, acunándola contra su cuerpo.
En eso, apareció la sombra que Adair conoció cuando recién los caídos terminaron en el infierno. Las sombras no tenían género, pero está siempre había actuado de manera femenina a su alrededor, era la misma sombra que le había ayudado a salvar a Nina de su perseguidor cuando había salidos a las calles y le gustaba sonreír a cada oportunidad que tenía, si se le podía llamar sonreír al hueco que se formaba justo donde debería estar la boca en las diferentes formas que tomaba.
Adair le había tomado cariño y el rey demonio al ver su relación con las sombras le otorgó el reino de las sombras. El lugar donde los miedos cobraban vida y nacían demonios con la capacidad de moverse entre la penumbra para causar estragos en el mundo. Adair nunca se había molestado en contener a los demonio menores de sombra y no le preocupaba en absoluto los problemas que podían causar si eran invocados al mundo terrenal.
Era algo mínimo en comparación a lo que estaba sucediendo: la perfectamente estructurada sociedad de los ángeles se derrumbaba poco a poco, La Junta Empírea había ocultado con eficacia todos los raptos y asesinatos de ángeles alrededor del mundo que se habían dado en el último año.
Humanos desparecían.
Ángeles aparecían muertos.
Y había una nueva raza rondando en el mundo, oculta esperando el momento para atacar, o eso era lo que pensaba Adair, ya que nunca había visto mezclada la esencia espiritual de un ángel, un demonio y un humano.
Más que inusual, era aterrador lo que podía surgir de aquello.
Sí, en algún momento muchos demonios fueron ángeles del Creador que cayeron tras revelarse, pero otros demonio surgían en las entrañas del infierno y eran la maldad pura del mundo, almacenada en cuerpos deformes, bocas con afilados dientes, escamas de colores y un hedor putrefacto.
Adair le hizo señas a la sombra que siempre lo acompañaba y le indicó que abriera el Portal Oscuro hacia el infierno. Debía admitir que tras haber sido designado como el guardián de la sombras, había adquirido habilidades que jamás había soñado como ángel. Tras la caída, muchos de ellos se apartaron y cada uno tomó su camino, muchos demonios permanecían en el mundo terrenal y otros tantos en el infierno, en diferentes rangos, todos sirviendo al rey demonio.
Nada más y nada menos que aquel temido entre los humanos, la supuesta causa de toda maldad en el mundo: Lucifer o Satanás como era conocido por los humanos, pero para Adair su nombre era Aarón, el cuál había adoptado tras empezar a detestar su apelativo Lucero del Alba.
El Portal Oscuro se dirigía con pensamientos, tan natural para Adair como respirar. Imaginó el palacio del averno, aquel donde residían muchos de sus compañeros y hermanos de armas. Muchos de ellos tenían rangos altos, manejaban los diferentes reinos que componían el infierno, así como Adair era el guardián de las sombras, y a espaldas de Aarón, solía llamarse a si mismo rey de las sombras, simplemente para molestarle.
Cabía mencionar que Elián también era un guardián, el guiaba a las almas que habían cumplido su tiempo en el mundo terrenal y habían sido malignas y perversas en sus vidas. Violadores, asesinos, ladrones, estafadores y una gran cantidad de todo, después de todo hay muchos pecados que pueden cometerse.
El Portal Oscuro abrió una brecha en el palacio de Aarón, hubicado en la montaña más alta del infierno, pero contrario a una montaña común cubierta de prado, está estaba compuesta de rocas hervientes de brillante y permanente color rojo, como si el fuego las acariciara a cada instante, parecían los restos de magma de un volcán, sin solidificarse del todo. Solo quemaban a los intrusos y en sí, a cualquier enemigo de Aarón, lo que dejaba un estrecho grupo de personas que el rey consideraba de fiar.
Entre esos, los caballeros del infierno.
Adair miró de un lado para el otro en el pasillo en el que había aparecido, cargando a Nina con gran cuidado. La tranquilidad le puso los nervios de punta, siempre que llegaba ahí se podían escuchar sonidos o algún alboroto entre los demás.
Esta vez, todo estaba sumido en un silencio abrumador y nada confiable.
Adair avanzó, la sombra se movía delante suyo, esta vez con forma de conejo, saltando en las paredes. Le recordó a aquella vieja película infantil en la que un niño que podía volar pierde su sombra, creía que había un libro también. El demonio negó con la cabeza, si había algo para lo que servían los humanos era para crear esas mágicas historias y mantener la fantasía en el mundo.
Alguien se aclaró la garganta a sus espaldas.
Adair se giró y no se sorprendió por no haber notado la presencia de la mujer.
Jeno, guardiana de las profecías, estaba parada con una túnica negra, la cual se abría indiscretamente en la parte alta de sus piernas y caía por el costado, mostrando parte de una de sus piernas. Su cuello estaba adornado con relicarios y cadenas finas, algunas culminaban en piedras preciosas de distintos colores, llevaba el cabello oscuro como el ébano y ensortijado suelto, cayéndole hasta la mitad de la espalda y sus afilados y conocedores ojos carentes de color estaban fijos en Nina.
— ¿La has traído para sacrificarla?— preguntó con una sonrisa burlona.
Gracias por leer <3 ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Qué crees sobre Jeno? En fin, te invito a leer Monocromático si quieres conocer al enigmático protagonista que está llenó de secretos.
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El beso del Demonio
ParanormalEn una sociedad donde el poder baila entre las manos de los ángeles y los demonios, donde los humanos fueron desprestigiados hace mucho y las emociones fueron enterradas bajo la sangre derramada en guerras... Sentir algo por el enemigo es devastado...