16. El Escultor.

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"El infierno está vacío, todos los demonios están aquí" — William Shakespeare

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"El infierno está vacío, todos los demonios están aquí" — William Shakespeare.

Oculto en el mundo terrenal, en un lugar que nadie se aventuraba a visitar, ni siquiera los arcángeles o los exorcistas, se encontraba El Escultor, apodado así por el bello y complicado arte que tallaba con sus manos desnudas, dedicándole horas y horas a esculpir en metal, haciendo uso de su don y su malicia. 

Él llevaba una túnica negra que le cubría de los pies a la cabeza, incluso ocultaba su rostro de las miradas inquietas y suplicantes de sus torturados. Para ellos debía lucir como un antiguo monje, no ayudaba en absoluto el árido y destrozado paisaje que les rodeaba, las ruinas de una iglesia tan antigua como él mismo. 

El Escultor sonrió mientras moldeaba sin problemas el metal, su poder concentraba calor en las palmas de sus manos y le permitía incluso crear fuego. Le encantaba escuchar los gritos de sus capturados, implorando por sus inútiles e innecesarias vidas, todas las personas, ángeles y demonios que asesinaba para obtener sus esencias no serían en vano, todo aquello estaba planeado con un fin específico. 

Un fin que le otorgaba el poder del mundo para hacerse como quisiera.

El Escultor rió, un sonido maníaco y ronco que logró que la victima humana comenzara a sollozar rezando, aquello solo hizo que él se regocijara aún más. Pobres humanos aún creyendo en una presencia divina y omnipotente, él mismo había estado presente cuando El Creador desapareció sin dejar rastro, olvidando a todas sus creaciones para que se asesinaran unos a los otros en la búsqueda del poder.  

Jamás.

Era su hora, no sería desprestigiado  y pisoteado nunca más. 

Sus manos se quedaron quietas cuando terminó de esculpir, su última obra era sublime y debería estar en un altar donde todos pudieran admirarla. Se trataba de una figura femenina, menuda y delicada, los ojos estaban cerrado como si estuviera atrapada en un sueño eterno y el largo cabello le caía con suavidad por la fina espalda hasta la cadera. Era pequeña y cabía perfectamente en la mano de El Escultor, a sus ojos era la personificación de la perfección, compacta en aquel trozo de metal tallado, ahora solo hacía falta el toque final. 

El Escultor levantó la mirada a sus tres últimos aprehendidos.

Un hombre humano a punto de perder a consciencia, era bajo y regoderte, gotas de sudor surcaban su rostro. La segunda era una mujer ángel de inhibición emocional, para su deleite, su rostro no dejaba ver ni un rastro de sentimientos pero se quebraría, al final, siempre lo hacía. Y por último, aquel le había costado más trabajo capturar, estaba esposado y aún así se retorcía, luchando por la oportunidad de escapar: un demonio menor, un subyugado de los grandes que había escapada del infierno seguramente para causar caos entre los humanos, su cuerpo era violeta, verde y viscoso, no hablaba, no tenía boca pero si tenía varios ojos. Era una criatura espeluznante y repulsiva, aún así, al Escultor no le importaba tocarlo con sus manos.

Su momento favorito había llegado.

Ahora vería la sangre correr. 


En el infierno, pensó Nina tras el silencio que cayó por varios minutos después de su pregunta. Nadie se había molestado en responderle y nadie se había movido siquiera un milimetro, incluyendo a Adair, quien bajó la mirada como si estuviera analizando y recapacitando sobre toda la situación. El único lugar en que podría estar era el infierno, rodeada de demonios en la tierra que correspondía a los pecadores.

Una pequeña parte de ella le impedía creerlo por completo.

Pisadas.

Nina enfocó la mirada en una mujer, parpadeó varias veces con la esperanza de aclarar sus pensamientos ante la visión de esa sublime bellleza femenina, no creía posible que ella estuviera en el infierno, mucho menos que fuera parte de los demonios, pero todo indicaba que así era. 

Ella tenía vibrante y sedoso cabello rosa pálido largo y espeso, caía por su espalda, se avistaba entre su cintura y culminaba bajo sus caderas. Su mirada relucía como la plata, un gris enigmático y de alguna manera amenazador, los labios eran gruesos, el inferior más lleno que el superior y una perfecta curvatura en el arco de cupido, su nariz era delgada y respingona, todo perfectamente enmarcado en su rostro con forma de corazón. 

  — Mi nombre es Nyx, soy un caballero del infierno — respondió por fin, tras pensar muchísimo sus palabras — O dama del infierno, si así lo prefieres.

Ella le tendió una mano, una formalidad entre humanos pero que los ángeles no utilizaban jamás. Tenían normas estrictas sobre el tacto y aquellos saludos eran por completo evitados,  para los ángeles no eran necesarios.

Nina miró la mano de la mujer, ella no era muy alta pero su baja estatura no le quitaba nada de amenazante. Sus dedos eran delgados y largos, las uñas finamente cortadas, pulcras y pintadas de color carmesí. 

Otra mujer le apartó la mano, aquella era la de la mirada espeluznante y cabello alborotado, entre todos los pensamientos que se aglomeraban en la mente de Nina uno resaltó: aquella mujer jamás encajaría en el mundo de La Junta Empírea.

Ella sacudió la cabeza en dirección a Nyx. 

En eso, un hombre se adelantó, pasando en medio de todos los presentes. Su cabello pálido e inusuales ojos verdes le daba una imagen falsa de tranquilidad y amabilidad pero la mueca que curvaba sus labios solo desprendía ira.

  — ¡Prohibí traer inhibidores aquí!   —  vociferó él. 

  — Aarón...

La mujer de cabello oscuro intentó razonar con él pero la mirada que el hombre le lanzó la silenció de inmediato. 

  — ¿Quién eres tú? — inquirió él, clavando la mirada en Nina, su tono infranqueable. 

  — Yo la traje, aléjate de ella, no es su culpa — interrumpió Adair sin amilanarse ante el tono férreo y la mirada colérica de Aarón. El hombre rubio se acercó a Adair y lo tomó por el cuello. 

  — ¡Es debido a esto! — gritó la mujer de ensortijado cabello oscuro, alzando la pieza de metal y perdiendo los estribos por un instante. Se había alterado de repente, como si hubiera visto algo que le espantaba en sobremanera, lucía pálida y su respiración se había acelerado.

Por fin, los ojos del rey demonio se enfocaron en la pieza de metal que ella alzaba en una de sus manos, frunció el ceño y soltó al otro.

Adair se acercó a Nina, parándose delante de ella y ocultándola de las miradas de los demás.

¡Gracias por leer! <3 ¿Qué te pareció el capítulo? Por cierto, ¿qué les parece crear un grupo solo para mis lectores en facebook? Ahí les avisaré de actualizaciones y adelantos :) 

El beso del DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora