San Mungo era objeto de fuertes rumores e indagaciones de los parientes de los enfermos y heridos en la guerra. La causa era muy simple: en la cuarta planta, en el ala de "Maleficios" había una habitación ocupada por una sola persona, y en la puerta siempre había apostados dos de los mejores aurores que el ministerio había colocado ahí estratégicamente. Lo que solo podía significar dos cosas; o la persona que se hallaba dentro de la habitación era una persona muy importante, o una persona muy peligrosa.
Los rumores fueron de boca en boca durante meses, pero como todo, la cosa se fue calmando conforme el tiempo pasó, hasta que llegó un punto en el que ya era normal ver a esos dos hombres frente a la misteriosa habitación en la que solo entraba el sanador encargado de la persona que permanecía en coma.
El tiempo pasaba demasiado lento para el famoso Harry Potter, el salvador, el niño que sobrevivió, el Elegido...
Ansiaba respuestas, quería venganza. Un sentimiento tan ruin como satisfactorio, pues no había vencido a su enemigo lo había eliminado en esencia, eso era cierto, pero no había acabado con él como habría deseado.
- Voldemort...
Ese último resquicio de compasión por su enemigo le había salvado la vida sin ser consciente ninguno de los dos... Ese último enfrentamiento mientras los rayos del sol naciente se filtraban en el gran comedor y Voldemort caía de espaldas, muerto en apariencia...
- Debí haberte lanzado un Avada Kedravra en vez de un Expelliarmus.
Murmuró en la oscuridad de su habitación, en el solitario número 12 de Gimmauld Place.
Cerró los ojos, torturándose, sintiendo la ira invadirlo nuevamente como cada vez que lo recordaba, como cada vez que revivía ese angustioso momento en el que los profesores trasladaron el cuerpo de Voldemort al que creían muerto, pero no lo estaba. Cuando lo depositaron en el suelo de aquella habitación a parte, oculto de miradas curiosas, la piel lechosa de su cara de serpiente se resquebrajó frente a los ojos de McGonagall, Flitwick y Harry, y lentamente, bajo el estupor y el horror de los profesores y el chico, esa piel se fue desprendiendo y cayendo a los lados, deslizándose grotescamente acompañada de un líquido viscoso, revelando un rostro joven e inmaculado, humano. Un rostro que Harry reconoció.
- ¡Maldito! – gruñó, recordando encolerizado esa lastimera inhalación de aire que había cogido Tom Ryddle cuando la piel se hubo mudado por completo, como si fuera una serpiente que sale del huevo para dar la primera bocanada de aire fresco.
- ¡Está vivo! – gritó el profesor Flitwick.
- No puede ser...
Pero Harry fue el más rápido reaccionar; se lanzó contra ese joven inconsciente, sin importarle lo mas mínimo el mantener su digna postura. Perdió los estribos por completo y aferró entre sus manos el cuello de Tom Ryddle, apretando con todas sus ganas, observando con morboso gusto como ese bello rostro se tornaba morado poco a poco debido a la falta de aire del que lo privaban sus dedos, apretando cada vez mas entorno a ese cuello hasta casi clavarlos en la piel.
Pero McGonagall y Flitwick lo separaron trabajosamente del muchacho antes de que Harry pudiera matarlo.
Esa noche, aún habiendo trascurrido tantos meses desde ese fatídico tres de mayo, Harry podía sentir en sus manos el tacto de la piel pegajosa del cuello de Tom.
Solo pensar que ese hombre estaba siendo atendido en San Mungo por uno de los mejores Sanadores, y que la entrada de su habitación estaba vigilada como si fuera una puta eminencia del mundo... lo cabreaba hasta rayar la locura. Quería su muerte, quería matarlo con sus propias manos; ver como el aire salía de sus pulmones, sentir en sus manos las contracciones y los rictus de terror, contemplar como el brillo de sus malévolos ojos se consumía hasta la extinción.
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Una oportunidad para Tom
FanfictionVoldemort murió aquel tres de mayo a manos de Harry Potter, o aparentemente así fue. Pero, ¿qué pasaría si no hubiera sido así? ¿Qué pasaría si realmente, lo que hubiera permanecido muerto el mago tenebroso mas grande de todos los tiempos hubieran s...