Coming Around Again

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"¡Princesa, hay baño de chocolate en la encimera! Y algo que parece pastel debajo...o eso creo... ¿Daniela, estás en casa?"

Marc debía de haber encontrado el desastre en la cocina luego de mi descontrolado atracón post-regreso a Barcelona. Comer sin frenos había sido siempre mi único modo de hacer frente a la tristeza, tratando de llenar el hueco existencial que me dejaba cada nueva decepción. Los últimos años había conseguido aplacarlos a fuerza de matarme haciendo deportes, para jamás pasar de mis esclavizantes 55 kilos, pero ver a André me hizo sentir que volvía a pesar 90. La suave piel de sus manos había exacerbado mis ganas de comer. Parecía un oso depresivo acumulando para un periodo de hibernación.

—¡Daniela, por Dios!—Marc no escondió el gesto de desagrado al verme arrodillada frente el retrete.

Introduje los dedos hasta que fondo de mi garganta para deshacerme de los restos del pastel de chocolate que me había comido casi completo.

"Doña Hilda" Marc se enfrascó en una conversación telefónica en español "Tenemos problemas otra vez. Lo mismo de siempre."

Caminé hasta él como pude. El pasillo parecía alargarse haciéndome imposible alcanzarlo. Temí caer desmayada antes de llegar. Interrumpió la conversación y me miró con los ojos muy abiertos, como esperando una explicación.

—Por favor, no llames a mi mamá...—supliqué a media voz.

—¡Es que no entiendo que te sucede, que te pone así!

—Ya está, Marc. Ya lo resolví. Es un tema cerrado.

Me miró sin entender. Crucé la puerta del cuarto y me dejé caer sobre la cama. Me abracé a la almohada con todas mis fuerzas y me desarmé. Temblé como hacía mucho tiempo no lo hacía, sentía los miembros flojos y el corazón partido en mil pedazos. Mi cuerpo me traicionaba una vez más, demostrando que era mucho más honesto que mis palabras.

Necesitaba sentir alivio pero no había caso. El alivio es una sensación que comencé a valorar de adulta. Antes no quería alivio, no lo buscaba.

Marc caminaba de un lado a otro del cuarto sin tener una idea de lo que necesitaba sentir algo de sosiego. Él siempre vivía a otro ritmo. Se escapaba. No tenía paz. No se cansaba nunca. Me agotaba.

Quería hacer un pozo y enterrar la cabeza ahí hasta el próximo siglo pero no era posible. Al día siguiente tuve que hacer la crónica del juego en vivo para el noticiero y la voz se me apagaba en un hilo lastimoso cada vez que tenía que nombrar a André.

—¡Moros con Cristianos! Si con esto no se te pasa el mal rato tengo muchas otras cosas que puedo preparar.

Mi madre iba y venía, adueñada de la cocina. Se me revolvió el estómago ante la visión de los frijoles, una de las más típicas comidas cubanas. Cuando era niña era uno de mis platillos favoritos y lo podía comer por toneladas...en el pasado.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Marc me llamó... Está preocupado por ti.

—Aún es temporada de escuela ¿Dejaste a Jael sola con papá? ¿Qué clase de madre eres? Él ni siquiera recuerda que tiene que darle de comer.

—Jael a sus seis años sabe cuidarse mejor que tú...

Hilda Cordero tenía aún mucho de lo que en su juventud la hacía calificar como una sensual mujer del Caribe. "Podría haber sido Miss Cuba si no fuese por la maldita revolución", solía decir. Para 1990 trabajaba en un centro recreativo de Varadero, a unos 150 kilómetros al este de La Habana, un lugar donde los turistas pagaban con dólares y que le recordaban constantemente la vida libre y holgada de la que disfrutaban los extranjeros. Comenzó a quejarse constantemente de las privaciones y la opresión que sufrían en Cuba.

Liebe mich! || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora