Barcelona, España. Tiempo presente...

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"Y continúen informados a través de todas nuestras redes sociales...Yo soy Daniela Cordero y esto fue SportsCenter. Muchas gracias y hasta mañana"

—Y... ¡Salimos!

El equipo de producción aplaudió al unísono como siempre que terminábamos cada emisión. Dejé relajar los músculos de mi rostro cuando los reflectores dejaron de apuntarme, haciéndome sudar a mares. En el estudio parecía una caldera, afuera el invierno ya se hacía sentir.

—Señorita Cordero, su prometido llamó—Flora, mi asistente, se afanaba en aplacar el sudor de mi rostro con papel tissue mientras me alcanzaba mi discreto bolso Chloé (porque llevar un monstruoso Louis Vuitton colgado del brazo es cosa de rameras mantenidas)—Dice que la esperará en el restaurante de siempre para cenar.

Me ha costado ocho largos años de sacrificio llegar hasta dónde estoy: tengo un novio futbolista, me tuteo con Shakira, llevo un costoso reloj Cartier en mi muñeca y un vestido de Carolina Herrera tan pegado al cuerpo que podría estar pintado y nadie notaria la diferencia. He tenido años para pulir mi técnica pero un solo momento de duda y todos verían a través de mi bronceado artificial a la ex gorda campesina que no distinguía un tenedor de ensalada de uno de mariscos. Creía que a los veinticuatro años ya podría relajarme. Pero la constante lucha conmigo misma se había encarnizado aún más luego que decidimos la fecha de la boda.

—Bienvenida, señorita Cordero ¿Cómo está esta noche?

La insípida rubia teñida que sirve de anfitriona en La Barceloneta sueña cada noche con un método distinto para asesinarme, lo puedo jurar. Si algo aprendí en estos años es que nada molesta tanto al prójimo como el éxito, y tomé debida nota de ello.

—¡Excelente, muchas gracias!—le dediqué mi clásica y espléndida sonrisa televisiva—¿Mi marido ya llegó?

—Sí, señorita...—acusó el golpe. Él aún no es mi marido pero señalarle mi status y mi juventud al mismo tiempo me divierte. Por lo general con eso tiene para el resto de la noche.

Se mordió los labios al tomar mi lujoso abrigo Burberry, seguramente calculando cuantos años de trabajo le tomaría adquirir mi atuendo completo.

—¿Podrías llevarme una copa de Remelluri?—abrió la boca en un intento de protesta, de que eso era cosa del camarero, pero la detuve con mi mejor cara de dulce amabilidad ¿Es que acaso no ve lo adorable que soy?

No se engañen. No soy la clase de heroína de novela que vence la adversidad e intenta dar una lección de vida a partir del cómo o porqué superó todos los obstáculos. No, las circunstancias me han hecho dura. He tenido que besar muchos sapos (Bueno, llamémoslos "sapos"...) y suelos mugrosos para llegar hasta aquí. Soy una maldita perra.

Caminé hacia la mesa con estudiada lentitud y sensualidad, sin quitar los ojos de los suyos, sabiendo que se henchía de orgullo mal disimulado al ver que todas las cabezas del restaurante se volvían a verme. Aún después de casi dos años de relación se levantaba al punto para acercar mi silla. Había aprendido la regla principal: "Soy una reina, debes tratarme como tal. No acepto menos"

—Mamacita...—susurró en español, en mi oído. Su acento hacía que se me erizara la piel. Le había enseñado español entre una posición del Kamasutra y otra, ahora ambos éramos dos catalanes más. O casi.

—¡Marc, bitte! Al menos déjame comer algo—ladeé la mirada fingiendo bochorno, provocando su risa.

Cuando conocí a Marc-André ter Stegen aún era el portero del Borussia Mönchengladbach. Había sido elegido el portero del año de la Bundesliga, por encima de Manuel Neuer y Roman Weidenfeller. Yo era reportera de la DW-TV Europe (Deutsche Welle), el canal internacional de la ARD alemana y me enviaron a entrevistarlo por su traspaso al Barcelona, el equipo más poderoso del mundo.

Liebe mich! || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora