Every Breath You Take

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Spring is here, the sky is blue,

Birds all sing as if they knew

Today's the day we'll say "I do"

And we'll never be lonely anymore...

"Chapel of love" The Dixie Cups


La pierdo porque no supe hacer bien las cosas. La estoy perdiendo desde el día que la conocí. Yo no había sabido luchar por ella entonces, tampoco sabía hacerlo ahora. Me resigné a dejarla ir, tal como ella quería. Pero al día siguiente, el dolor volvió como una enfermedad fatal cuando la droga y la esperanza se agotan.

La camiseta con la que había dormido conservaba su olor, hundí mi cara en ella y ese aroma conocido me recordó la felicidad perdida. Olvidó un par de cosas en mi apartamento tras su huida apresurada, incluido el anillo de compromiso de platino con la inmensa piedra celeste que le quité del dedo anular mientras dormía. Estaba tan nerviosa cuando se fue que ni siquiera en el avión habrá reparado en que le robé el anillo, que a mí de hecho no me sirve, tal vez lo hice para gastarle una broma o quizás porque quería un recuerdo suyo.

La alianza es muy bella, infelizmente me quedaba chica, así que me la guardé en un bolsillo y allí se ha quedado desde entonces.

Días después tuve un sueño en el que yo era ella, y llevaba en mis manos el suntuoso anillo. Desperté agitado por la pesadilla pero con esa sensación dulce de comunicación entre las almas. Tenía que impedir que se casara.

Me apersoné en su casa en Barcelona el mismo día de la boda. Estaba vacía, a excepción de la empleada en tacones y traje sastre que caminaba de un lado a otro, aparte de eso la casa estaba tan silenciosa que podía oír el zumbido de mis oídos.

—¿Qué hace usted aquí?—dijo perdiendo lentamente los colores.

—Busco a Daniela—respondí en español tentativamente.

Me respondió con un torrente de palabras en español que obviamente no entendí, mientras me empujaba fuera de la casa y me cerraba la puerta en las narices. Una ojeada a Instagram me dio su localización: un salón de belleza en el centro de Barcelona. Tardaría un rato en llegar allá y crucé los dedos, la boda estaba planeada para las 13 horas.

"No pierdo las esperanzas, Danielle. Aunque creas que soy un reverendo cretino voy a insistir hasta que te quedes conmigo. En Dortmund, y, si Dortmund no te gusta, donde tú quieras. A China si te place. Te juro que te haré feliz. Ya han pasado demasiados años como para que ahora te queden dudas: te quiero tanto que haré cualquier cosa para retenerte a mi lado, para que estemos juntos. Ocho años sin saber de ti y, ahora, apenas puedo razonar, de lo conmovido que estoy de sentirte tan cerca"

Se la veía muy seria mientras la peinaban, como una víctima resignada al sacrificio, pero al verme allí abrió muy grande los ojos y pensé que soltaría una carcajada. Miró su reloj pensativa, calculando. Cuando terminaron de peinarla y maquillarla se despidió de todos muy resuelta y me sacó de allí casi a rastras.

—No tengo mucho tiempo—dijo entre dientes—Pero me da como no sé que dejarte con esa cara de perrito regañado. Vamos, aunque me arriesgo mucho haciendo esto.

Me metió a empellones en su auto y dio varias vueltas en círculos por Barcelona, maldiciendo a Dios y a todos los santos por su perra suerte. Nos detuvimos en una especie de patio antiguo que a esas horas del día parecía vacio. El velo y el vestido negro le daban un aire gótico, sobrenatural. Adelanté la mano para acariciar su rostro, sentir su piel suave, oler su aroma y pese a los esfuerzos por contenerme, la angustia que me carcomía el alma desde que afirmó que se casaría con Marc, me venció: rompí a llorar y ella me dejó hacerlo, silenciosa. Traté de detenerme y se pegó a mí para callarme a besos hambrientos, angustiados por la separación inminente. No me importaba nada. La amaba cada día más y lo haría siempre, porque ella era la mujer más bella y delicada de la creación: mi mentirosa, mi veneno, mi diosa, mi único amor.

Alcé la cabeza de su cuello para verle la cara: estaba muy hermosa así, pálida, con esas ojeras azuladas disimuladas con maquillaje y la languidez en que la sumía el ayuno obstinado y prolongado.

—¿Te puedo pedir un favor? No lo toques, no lo beses, delante de mí.

La odio. Nunca he sentido tantos celos como ahora.

Me echó los brazos al cuello y me volvió a ofrecer su boca, dejándome sentir la punta de su lengua enredándose en la mía. Me dejó besarla sin pausa, respondiéndome con desesperación.

—Te quiero, maldita sea, te quiero, te amo—le supliqué al oído—Vente conmigo, Danielle, ven...

De pronto pareció despertar bruscamente como de un sueño y se separó de mí con rapidez. Corrió a su auto y antes de desaparecer solo dijo: "Olvídame".

Nunca le perdonaría que estuviese tan bella justamente ese día. La seguí en un taxi, resistiendo el vértigo. La ciudad a mi alrededor parecía moverse en cámara lenta. En la catedral había una concentración de gente esperándola, la prensa gráfica, me calcé las gafas de sol aunque no me interesaba si alguien me reconocía. Estaba fatigado, dolido y ofendido. Tenía la mente en blanco y no dejaba de repetirme: "Esto es tu culpa, André. Sabías que iba a pasar ¿Por qué dejaría la vida que tiene para dedicarse a ti? de qué te quejas, de qué te lamentas ¿Acaso no te la tiraste? ¿No te vaciaste dentro suyo? Qué más quieres. Qué importa si se casa con ter Stegen o algún otro ¿Quién te manda a enamorarte de ella? La culpa es tuya, de nadie más"

A lo lejos me parece que escucho su voz decir mi nombre. Vestida de blanco, bella y llena de un amor inagotable mientras veo que se aleja de mí, finalmente.

—Soy André Schürrle, soy invitado del novio—les digo a los que custodian la puerta de entrada—Llego tarde, por favor, déjenme pasar.

Titubean unos minutos al verme de jeans y camiseta informal, pero saben quién soy, así que me franquean la entrada sin más preguntas, dando por hecho que estoy invitado.

Me ubico al final del pasillo. La ceremonia se hace casi totalmente en español pero adivino que están diciendo sus votos porque ella comienza a recitarlos en alemán, con la voz a punto de quebrarse por el llanto.

"Si tu pie izquierdo te duele, mi pie izquierdo empezará a doler, si la vida te asfixia, mi respiración también se detendrá, si hay un abismo en tu forma de expresar el amor, yo no podré extender mis alas a todo lo que dan para amar, si tú vendes tu alma al Diablo, me pones un puñal en el pecho a mi también. Nos abrazamos, nosotros existimos, estamos existiendo, nada más existe."

—Siempre te he mentido —concluyó débilmente y se volvió ligeramente hacia donde yo estaba—, pero en algo jamás te mentí —tenía los ojos muy abiertos para que no se le cayeran las lágrimas—, yo te amo.

Sus palabras me produjeron un desbarajuste emocional porque sabía que sus votos iban dirigidos a mí. Una profunda decepción se posesionó de mí y sabía que no me abandonaría por mucho tiempo.

Me di media vuelta mientras escuchaba que Marc respondía a las palabras del sacerdote con un alegre: "Ja!...acepto"

No quise escuchar la respuesta de Danielle, preferí salir y esconderme entre los curiosos, me sentía perdido. Tanta gente, tanta gente que no tenía nada que ver conmigo estaba allí. No era una fiesta, era una pesadilla, una pesadilla que me taladraba el corazón. Detuve un taxi.

—¿Adónde lo llevo?—preguntó impaciente el taxista con su mal inglés—Pronto va a llover.

Suspicaz lo miré y luego le eché un vistazo al cielo. Había una nube espesa, morada y negra, que lentamente apagaba la luz solar.

—Hey—dijo de pronto, mirando el retrovisor—¡Yo te conozco! ¡Eres ese futbolista...Schürrle!

Asustado, lo pensé un momento. Una sensación de tristeza cálida y amarga me envolvió, de pronto supe qué contestarle a ese hombre cansado y antipático.

—No, se equivoca. No soy yo. 

Liebe mich! || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora