Capitulo 11

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Hoy fuen un día patético diario querido:

Uno de esos que no deberían figurar en el almanaque de nadie. Más allá del mal clima, un día negro.

Para empezar, fue un verdadero desastre, mejor dicho una odisea, regresar a casa con esas dos bolsas de regalos, más mi mochila.

Abu me pidió un taxi por telefono (a esa hora mis viejos trabajan y yo no soy ninguna nenita dependiente como para no poder arreglármelas sola). El chofér ayudó a cargar mís bultos en el auto y partimos. A mitad de camino, mientras atrávesabamos el parque Picasso... Plof, plof,plof... El motor falleció (Como me dijo una vez Amalia al regresar de la escuela: "Te tengo una pésima noticia... Falleció tu pesecito"). Creo que al taxi le estalló la batería. El taxista no paraba  de maldecir y de hablar entre cortado por su radio Q-R-H y la que T-P. Dio un portazo, pateó una goma, cerró la tapa del capó provocando tal impacto que salté, del asiento a la calle, por miedo a que siguiera conmigo. En pocos minutos llegó una grúa, enganchó el auto averiado y chau, sin más ni más, el conductor me dejó, con mi carga, en plena calle.

Solita mi alma. A esa hora de la mañana, a mitad de semana, no pasaban ni los perros. como si fuese poco, comenzó a lloviznar. Intenté con mi celular llamar a otra central, pero ya se sabe, cae una gota de agua y olvidate de que atienden una llamada y menos aun de que aparezca un taxi. 

Arrastré mi carga unos 100 metros, hastala primera parada de ómnibus que vi. Una delas bolsas se rompió. Los paquetes más pequeños florecieron por el tajo y comenzaron a desparramarse. Casi por milagro pude meter uno dentro de otro y reacomodar el equipaje. 

A esas alturas de las circunstancias estaba decidida a llamar a papá. Después de todo, esta era una emergencia y no un pedido de conveniencia, En eso, sonó mi celular. Era Mariella. Llorando. Su padre la había golpeado y ella, otra vez más, había huido de su casa. Esta película ya la había visto un par de veces, pero mi amiga me necesitaba; ¿Que podía hacer?

No entiendo como puede seguir sucediendo, El energúmeno le pega, ella escapa, luego el padre le pide perdón jurando que no volverá a suceder, ella lo cree (o quiere creerle). Pasa un tiempo y algún otro episodio desata la misma historia. La madre parece pintada en esa escena (para mí que tambie recibe golpes). Siempre está para consolar al uno y a la otra, pero el drama no acaba nunca, parece. Yo, que Marianella, hace un montón me hubiese ido de esa casa de locos.

Esta vez se escondio en lo de Sebas, que vive a tres cuadras de la mía ( la de mamá). Sus padres son viajantes de fertilizantes y están trabajando en campos del sur, por un mes. Mientras le explicaba mí lastimosa situación de estar varada en medio del parque picasso, de repente, paró una camioneta frente a mí. Se bajaron dos tipos enormes, morochos, con cara de matones de película de mafiosos. Cerré el telefono y lo escondí. Pensé que eran chorros, que me secuestraban, que me atacarían. Quedé muda. ¿Salía corriendo? ¿Y qué hacía con mis regalos? Me petrifiqué como estatua. Pasaron a mi lado y se dirigieron a la casilla de la central de juegos mecánicos, en el nudo de la plaza donde yo me encontaba inmovil. De allá regresaron con cuatro enormes paquetes. Me miraban. Se miraron. Luego de caragar su equipaje en la caja de la camioneta, me preguntaron que sí necesitaba que me acercaran a algún lugar más poblado, donde pudiera conseguir algún medo de transporte, con mayor seguridad. 

¿Que hacía? ¿Subia al coche con estos tipos o me quedaba ahí el resto del día? Tomé mis bultos y me senté en la cabina, en el asiento trasero. Los cinco minutos que siguieron fueron una agonía sostenida. ¿Me llevarían a su guarida? ¿Me matarían? ¿Por qué acepté subir? ¿Estaba loca? Sí, estaba loca. 

Usé mi celular con disimulo para que alguien  supiera lo que me sucedía. No acertaba a llamar a nadie. Mi dedo indice marcaba cualquier tecla. En eso pensaba, atolondrada, cuando la camioneta se detuvo. Uno de los grandotes me indico que hata ahí me podían acercar; sobre la avenida podía conseguir cómo seguir viaje. Ábrio la puerta de mi lado y me ayudó a descargar mis bolsas. Chau Chau. Ni gracias atiné a decir cuando ya habían desaparecido de mi vista. Las piernas me temblaban. El corazón me latía en la garganta.

Al instante sonó mi teléfono. Era papá, preguntando donde andaba; Había llamado a lo de la abuela y ya debería haber llegado a casa. ¡Que le iba a confesar lo que me acababa de pasar! Me había salvado de esos tipos y me mataba mí viejo. Le dije lo del taxi no más, y me pasó a buscar. Como si fuese adivino, me recordó a quella vez que viajamos los dos, ¡solos!, a salta por la ruta que atraviesa la selva Tucumana, pasando por tafí del Valle y Cafayate. Nos equivocamos en un cruce y terminamos en un camino solitario, oscuro y minado de pozos. En uno de esos cráteres nos reventó una rueda. Del medio de la nada apreció un auto, paró y viajaron tres fortachones, a lo malevo. Sin muchas explicaciones y rapídisimo, ayudaron a papá a levantar el coche, cambiar la rueda y se fueron tan silenciosamente como llegaron. Como fantasmas buenos. Como ángeles de la guarda. Alucinante.

Papá bromeo con que hubiese sido oportuno que aparecieran otros así cuando el taxi me dejo plantada. Yo,  en cambio, pensé en esos hombre que, solo por desconocidos y sus fachas del montón, creí de delincuentesy terminaron siendo mis salvadores. Al final es como dice tía Helen: Aún cuando no salga en el noticiero, la buena gente aparece en el momento justo, como el sol después de la tormenta.

Papi me depositó en casa y siguió su día. Apenas entré, escondí bajo mí cama los regalos ( no era cuestión de que los tocaran alguno de los muchos intrusos que transitaban por mi hogar Ingalls, incluída mamá), y corrí las tres cuadras hasta llegar a lo de Sebas.

Casualmente el jardinero trasplantaba crisantemos, así que pude entrar por la puerta del patio, en la concina no encontré a nadie. Seguí por el pasillo que lleva a los dormitorios, persiguiendo el origen de la música que retumbaba agudos de guitarras eléctronicas de los Sarna con gusto. Hallé la puerta entre abierta del cuarto de Sebas, y contra la venta, ¿ a quiénes vi?... A Mariella y a Sebas...¿qué hacían?..sí... ¡SE BESABAN!

Quede estaqueada. Boquiabierta. Con mirada desconcertada (y asesina, confieso). 

Nadie esperaba (ni valoraba) en ese momento mi presencia, así que retrocedí con el estómago echo un fuego, por donde había llegado. ¡Increíble! Mi amiga y mi chico. ¡Debería matarlos! Pero esto no es una telenovela, ni yo la estúpida que nunca se entera. Ya verán esos. Desde el portal de mi casa veré pasar el cadáver de mí enemigo. (Me parece que ese dicho me quedo de los cuentos de Abu... nunca me gustó mucho, pero es lo que viene a mi cabeza ahora..grrrr...)

Te dije, Diario, que éste era un día negro, renegro, negrísimo. Mejor la seguimos en otro momento.

Ceci 


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Hola! Hola! hermosos, hoy les traje este y completé el capítulo anterior. Sí no lo han terminado de leer corran a verlo!.

¿Que les pareció el beso entre Mariella y Sebas? yo reaccioné igual que ceci, estaba súper enojada >:v

El jamón del sándwichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora