Capítulo 13

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No estaría mal que lo de la cigueña fuese cierto, querido Diario: 

Viernes. Mediodía. Almorzamos, papá, mamá y yo. Cambiaron el lugar del encuentro, ¿Adónde se les ocurrió?, en el comedor del neuropsiquiátrico donde trabajan. (¿Se puede creer tanta originalidad y dedicación a su única hija?). Papá tenía que operar a unos locos (bueno, enfermos mentales. Tiene razón tia Beba cuando me corrige. Pobre gente, no tienen culpa de estar enfermos... y si la tienen ya no se dan cuenta, ¿No?). Papá atiende en ese consultorio solo los viernes, ahora ,pero antes iba todos los días. ¡Cómo no iban a tener un matrimonio desquiciado esos dos, si se conocieron en el manicomio! Ja. El clásico romance del doctor y la enfermera, y yo en el jamón del sándwich de estos chiflados. ¡Pudieron jugarse con reunirnos en otro lado! ¿no?. 

No. 

La excusa fue que mamá tuvo que adelantar una guardia y papá tenía esas cirugías programadas, y no quisieron que yo creyera que posponían la conversación. No los entiendo. Juro que no los entiendo. Para decirme que no vaya allá, que venga acá. que ahora no tienen plata, qué después no pueden, que no me coloque aros, que sí me ponga aquello... o sean para romper la paciencia (Mía, por supuesto.) Están siempre listos, pero para explicarme un cambio de planes sobre algo en lo que realmente sí pueden (y deben) opinar, creen que me voy a morir o a hacer un drama...No... Si son historia sería los padres en general, pero los míos que encima se la dan de psicoanalizados...¡Son fatales! (¿No sería espectacular poder demandar por distraída a una cigueña si te deja en brazos de estos padres?). 

Creo que mi cara los convenció de cruzarnos al restaurante italiano, frente al hospital, a comer pastas. Apenas nos sentamos, mamá sacó un albúm de fotos de su bolso. Eran las de mi cumpleaños de 15, las tenía desde hace unas horas. Salieron muy lindas ( me gustan las fotos. Sin darse una cuenta, un instante se convierte en historia). Papá hacía bromas con mis poses en cada toma. Que parecía un tero, que parecía una monja hippie, una odalisca con ese aro en el ombligo. Mamá lanzó el quejido esperado. En una foto apareció, detrás de todos, en un rincón de la pista de baile, el hombre misterioso que aparecía también el cámara de tía Beba. Les pregunté si reconocían quién era. No, ellos tampoco lo conocían. ¿Qué hacía ese extraño en mi fiesta mirando a los bailarines con actitud de invitado? Dejé pasar la situación y no comenté nada por que no quería que mis viejos comenzaran a discutir por eso, ni por cualquier otro motivo. Hacía mucho que no estabamos solos, juntos, y disfrutaba de ese nuevo modo de encontrarnos en torno a los temas que nos unían, más allá de las diferencias. 

Aproveché el momento y les pregunté, de una, a tiro, dónde había nacido. Por el ventanal veía el frente del hospital neuropsiquiátrico y empezó a retorcérseme el estómago. ¿Estaría lista para oír que nací de una de esas enfermas mentales que atendían mis padres? 

Mamá arrancó relatando que un amigo de ellos, de la infancia, era por esos años director del Hospital Regional de Los Pozos. Sabiendo que buscaban un hijo, un día los llamó para comunicarles sobre una niñita internada bajo su cuidado, en custodia del Juzgado de Menores. 

Mis viejos se habían anotado en varias listas de otros juzgados que nunca tenían la cantidad suficiente de niños en condiciones de ser adoptados, frente a tantos padres solicitantes. 

También se habían registrado en los pozos y les sorprendió que los llamasen tan pronto. Creyeron que pretendían entrevistarlos y hacerles más y más papeles. Pero esa misma tarde, para su sorpera, les propusieron ir al hospital a ver  una niña que se hallaba internada desde hacía 5 meses. 

"Apenas te vimos supimos que eras nuestra hija y Dios quiso que ese mismo día te trajéramos a casa", interrumpió mamá. Los ojos le brillaban más que nunca. 

El estómago dejó de estrangularme la cintura. Un calor volcánico me subió hasta los ojos. Papá me tomó las manos. No levanté la vista. Me parecía que todos en el restaurante nos miraban. 

Atiné a sacar una libreta y una lapicera de mi bolso, para anotar lo que acababan de revelarme. En ese momento mamá me mostró una carpeta. Eran las fotocopías del expediente del juicio de mi adopción. Dijeron que era mía y que ellos la tenían lista desde el primer día, para cuando yo quisiera conocer cómo fue que nos hicimos familia. 

Mi vieja es una desubicada, muchas veces, pero hay que reconocerle que cuando se lo propone es una madraza. Y una mujer maravillosa. Su único problema es quererme demasiado (y a veces me asfixia). La abracé sin importarme naday le di las gracias. Ella me acarició la mejilla como cuando era chiquita y una lagrima se me escapó por el cráter derecho. 

Papi se acercó y susurró a mi oído que siempre seré su bombón de chocolate, aun cuando me enamore de algún cretino y me vaya de su lado (siempre me hace la misma broma... no quiero pensar ¡Cómo será el día que tenga de verdad un novio!). 

Son las tres de la madrugada. Acabo de guardar el expediente en mi cajón. Lo terminaré de leer completo apenas me reponga de tantas sensaciones. 

¡Que bueno es tenerte de amigo imaginario! Casi tanto como lo fue rené, en mi infancia. 

Tuya... con o sin cigueñas...

                                                                                                                                                                        Ceci

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2017 ⏰

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El jamón del sándwichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora