Samanta cogió las llaves, salió de su piso y se encaminó hacia el metro. Tuvo que pararse un par de veces a pensarse lo que hacía."¿De verdad vas a ir a verlos?¿Después de tanto tiempo?". Esa era la pregunta que se hacía constantemente a sí misma. Por una parte, quería ir a verlos, por supuesto, pero, por otra, tenía miedo de lo que pudieran hacerle; eran sus hermanos y el manicomio en el que estaban ingresados era de alta seguridad. Sus padres se habían encargado de aislarlos todo lo posible.
Samanta se subió al metro, se puso los cascos y cerró los ojos. "Todavía recuerdo los primeros indicios que tuvieron de locura" -se dijo a sí misma-; "Yo tenía cinco años y mis hermanos, dos más que yo; los llamaban los mellizos locos a la temprana edad de siete años". Echó la cabeza para atrás y sonrió. "Una niña se había burlado de mí porque llevaba el pelo demasiado corto para su gusto; a las tres horas me enteré de que mis hermanos la habían acorralado y rapado la cabeza. Yo pensaba que ellos debían hablar con un psicólogo infantil o algo por el estilo, pero la opinión de la directora fue otra: 'Sólo son jugarretas de niños pequeños que querían proteger a su hermanita.' ". Samanta aún podía recordar su voz estridente y su sonrisa de bruja. "Si me hubieran hecho caso, tal vez, solo tal vez, nos habríamos ahorrado lo que vino después, que fue mucho peor. Pero, ¿quién iba a hacer caso a una niña de cinco años?"
El metro paró bruscamente y Samanta se bajó; todavía le quedaba coger otro metro y después un autobús y se le estaba acabando la batería del móvil. Estuvo esperando diez minutos a que apareciera el otro metro y para entonces el móvil ya estaba muerto. "Me acuerdo cuando yo tenía diez años y me encargaron cuidar de la mascota de clase. Cuando lo llevé a casa mis padres se pusieron eufóricos, pero mis hermanos se limitaron a mirarme mal y bufar. A la mañana siguiente la mascota había muerto porque había ingerido lejía. Era una niña estúpida que pensó que un hámster podía abrir una botella de lejía que era mucho más grande que él". Apretó la mandíbula inconscientemente. "Según iban creciendo iban siendo más peligrosos; a saber qué se les pasaba por la cabeza. Hace diez años que no les veo... diez años. El día en que se los llevaron...". Las lágrimas se acumularon en sus ojos. "Fue el día en que cumplieron dieciocho años. Les habíamos preparado una fiesta sorpresa; ellos habían salido a comer y les esperábamos en casa. Cuando llegaron parecían personas normales, pero después de cenar los dos empezaron a gritar, diciendo cosas incoherentes: que si ellos no iban a ir a la universidad, que si se vengarían por lo que habíamos hecho... Ahora que lo pienso, no tenía ningún sentido; que yo sepa no les habíamos hecho nada, pero, claro, mis padres eran mis padres."
Cuando quiso darse cuenta de que había llegado a la estación, las puertas ya estaban abiertas y tuvo que correr para que no se cerraran en frente de ella, con todo el mundo mirándola. Subió las escaleras y salió del metro; achinó los ojos y vio a lo lejos el autobús llegando a la parada y empezó a correr lo más rápido que pudo. Por dentro, maldecía que el manicomio estuviera tan lejos. Llegó a duras penas antes de que las puertas se cerraran; en cuanto vio un asiento libre se desplomó sobre él y siguió recordando.
"Después de ese día pillé a mis padres mirando varios 'internados psiquiátricos', como los llamaban ellos, pero todos sabíamos lo que eran. Un día llamaron al timbre. Cuando me levanté a abrir, mi madre casi se echó encima de mí y me retuvo para que mi padre fuera a abrir tranquilo. A través del espejo pude ver el reflejo de un hombre joven vestido completamente de blanco que hablaba muy seriamente. Ese hombre llamó a mis hermanos y salieron a la calle junto con mis padres. Mi madre me dijo que no fuera, que solo irían a por un helado. ¿Se creían que era idiota o algo así? Estuvieron fuera como unos quince minutos en los que no se dejaron de oír gritos de dolor. Cuando mis padres volvieron tenían arañazos con sangre y varios moratones por todo el cuerpo y, como yo estaba bastante enfadada, pregunté: ¿Dónde está mi helado? Mi padre se acercó a mí y me pegó tal bofetón que me dolió durante un día entero. Después de eso estuve el tiempo justo para terminar el instituto y en cuanto empecé la universidad, me mudé a un colegio mayor y mis padres a un pueblo perdido de Galicia. No les he vuelto a ver desde entonces.
Samanta bajó del autobús y se plantó delante del manicomio, un gran edificio de ladrillo blanco casi sin ventanas y las ventanas que había estaban totalmente selladas con rejas de hierro resistente. Tenía un jardín delantero enorme y una verja enorme que sellaba todo el recinto. Había llegado.
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El manicomio
HorrorSamantha tiene dos hermanos ingresados en un centro psiquiátrico. Un día, después de diez años sin verse, decide ir a visitarlos. Pero ella ni se imagina lo que allí está sucediendo...