El Duelo de los Egos

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Te das el gusto de seleccionar y desechar, altanera. Algunas veces me atraes y otras tantas, me sabes apartar, confiada en la simetría de tus facciones y el rastro de paraíso en tu boca, pero no me creas perdida en ti que hay un revés en esta trama: no eres tan jodidamente guapa como crees... solo que no conviene que lo sepas.


Te imaginas a ti misma moviendo magistralmente las piezas de un tablero que controlas, jugando siempre a tu favor y obteniendo lo que deseas por la brillantez de tu ejecución mental. Te ves maniobrando hilos que reaniman a las marionetas de tus bien montadas obras y yo he cumplido cabalmente con el rol secundario que me asignaste, pero contrario a lo que supones, podrías no ser la única lista en esta función.


Haces alarde de tus habilidades amatorias, te muestras compañera convencida de la calidad de su roce y del magnetismo de su contacto, ¿adivina qué? Tampoco eres tan buena amante como especulas; pero de igual modo, poco conviene que te enteres. Tienes tanta certeza de que volveré por más que no te esfuerzas en atraparme y lo agradezco en demasía, pues sin mayor énfasis me habías aficionado y enumeré cada uno de tus besos con la satisfacción de un coleccionista de estampillas raras. Mírate ahora, tu soberbia te ha desarmado y llegas desprotegida al duelo de los egos.


Me gustas y en eso he de darte razón, mas no por lo guapa ni por lo lista, mucho menos por buena amante, sino porque representas desafío. Piensa de mí como ingenua e inexperta que no voy a rebatirte, mientras te ocupes en subestimarme, yo seguiré obteniendo lo que siempre he deseado: vos.

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