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—Digo que no Esquizoide, Mo, como quieras llamarte.

A pesar de decirlo, él no contesta, como si no me hubiera escuchado. Todas las voces del fondo se callan, Esquizoide parece más erguido, como una bestia ofendida.

En el silencio inquietante, mientras espero por su respuesta, me digno a ver en la pantalla mi vida. Esa vida horrible, con ese padre totalmente falso, con esa familia inexistente, con mi madre muerta y sin ninguna persona a la que yo le importe al igual que a mi no me importa nadie, con  Bex solamente preocupada por ella misma. Escucho una voz en el silencio, no, no es Mo y su banda de secuaces que son él mismo, esa voz es de mi corazón. La siento, pura, dulce, un sentimiento que fluye de mí, como la esperanza, la alegría, el entusiasmo.

Esa voz que solo me hace pensar en que en realidad quiero decir sí, porque aunque Mo me engañó y destrozó mentalmente, en el fondo, siempre fui fan del dolor, la verdad es que Mo sólo despertó a mi monstruo interior.

Desde niño, cuando jugando me golpeaba y comenzaba a reír.

—Digo que sí.

Esquizoide es una bola en posición fetal tirado en el suelo.

—¡Levántate bebé! Tenemos una eternidad por adelante y no quiero perder ni un segundo.

Solo espero que mi decisión sea la mejor, aunque todo mi ser ahora me dice que sí, lo único que me esperaba en la otra vida era vivir en la cárcel, teniendo cuidado de no agacharme cuando en las duchas se me cayera el jabón de las manos.

—¡Ese es mi amigo!—grita esquizoide, golpeándome la espalda y con su sonrisa perturbadora interrumpiendo mi espacio personal.

—Ahora el acto de iniciación, debes beber esta sangre y cortarte el rostro, ten cuidado, solo alguna herida que quieras tener por siempre.

—¿Y si no quiero tenerla?

—Esa opción no está en la lista de opciones Mateo, lo siento— pero sé que no lo siente mientras me entrega el cuchillo.

De el monstruo que vive en mi cabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora