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Como todo imbécil caí bajo los ojos de la policía, pero hay algo que no todos saben, los imbéciles absolutamente siempre tienen un plan bajo la manga.

Y mi plan es morir, como Hitler cuando su guerra se dió por perdida, voy a suicidarme antes de que mis enemigos lleguen por mí.

Aprieto el frío gatillo... era broma, tontos ¡Nunca ese sería mi fin! o quién sabe.

Levanto el televisor del suelo, éste está pegado al suelo con clavos, debajo de él hay una escalera tan antigua como un anciano de 120 años que me parece llamar incesantemente. No puedo llevar a la chica, sería una pérdida de tiempo total además de que correría el riesgo de que me tomen por secuestrador seriamente, o que la tomen por rehén. Pero si la dejo, ella podría decirles a los señores policías por dónde me fui. Entre la espada y la pared, entre espada y espada, da igual, estoy acabado de todas formas.

Me tiro, sin utilizar esa oxidada escalera, y justo después de tocar el suelo con mis pies, tiro de la soga que cierra la mini-puerta. Desde arriba Bex debería haber visto a la televisión negra de costado pegada al trozo de madera del suelo (con el hueco de las escaleras abierto) cerrarse en un instante con la televisión volviéndose a parar y un leve golpe por el impacto de la caída.

Comienzo a correr, la verdad no confío en la rubia, no confío ni siquiera en esa mini-puerta, quizás se den cuenta de lo que es apenas la vean, pero sí confío en mi rapidez, ojalá cuando se enteren de por dónde me fui, yo ya esté lejos.

Los chirridos de las ratas y el chapoteo del agua de alcantarilla ante mis pasos son todo lo que escucho, además de los golpeteos de mi corazón, claramente.

—Detente Mateo, vamos a salir de esto.

De el monstruo que vive en mi cabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora