Ñ

117 20 1
                                    

Un hombre de mediana edad con demasiados collares y anillos de oro me apunta directamente en el entrecejo. Veo en él la necesidad de sembrar temor, su ignorancia con respecto a alguien como yo me hace reír. Se enoja aún más de lo que ya parecía estar.


  Otro humano perteneciente a la secta oro-hasta-en-el-culo aparece detrás de él, esta vez apuntando en el entrecejo a la rubia. Mi risa no se detiene, convirtiéndose en carcajadas, por alguna razón mis encias sangran algo que provoca una mueca de asco en el rostro de mis oponentes.

Me doy vuelta, para ver detrás de mí a la chica a la cual olvidé su nombre o quizás nunca me lo dijo. Le guiño un ojo, frunce el cejo probablemente pensando que estoy desquiciado.

No sé quienes son estas personas, ni qué quieren, quizás alguien los mando a matarme o son los mismos que secuestraron a la chica. De todas maneras no me genera interés suficiente para preguntar, toda mi atención está en el arma apuntandome y las incesantes ganas de morir.

  —Bueno, la fiesta terminó. Nos vemos en el infierno bebé.

Estoy listo para que disparen, maldita sea. Matenme de una vez.

Escucho el disparo, el sonido te hace pensar que tu tímpano se romperá en mil pedazos, pero no caigo al suelo, ni grito, ni tampoco siento dolor.

Un sonido familiar que apenas logro escuchar me hace darme cuenta. Una voz en una radio, dando cordenadas, enviando ordenes. Bravo, llegaron a mi escondite casi 8 horas después de la explosión.

Volteo hacía la puerta del tejado donde ahora mi oponente está tirado en el suelo con una herida en su pierna. Logro ver a un policía detrás de él subiendo las escaleras con prisa.

Antes de que los policías lleguen y antes de que el otro miembro de las secta me mate de un tiro, tomo la mano de la chica y salgo corriendo hacía la salida B de el tejado; que es un árbol antiguo con 75% de probilidades de caerse. Me da igual, prefiero caerme junto a un árbol y morir a terminar en la cárcel.

Ayudo a la rubia a bajar por el árbol, después bajo yo. Las ramas parecen totalmente inestables, se mueven demasiado bajo mi peso, y las balas de los policías parecen rozarme la piel.


De el monstruo que vive en mi cabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora