Capítulo 2

58 25 2
                                    



En el año 1994, el gobierno de Argentina mandó a fabricar 200 millones de monedas de 25 centavos que sean plateadas en lugar del color dorado de la original. Muchos pensaban que esta había sido una jugada arriesgada ya que la confusión que causaría en la gente y su costumbre a una moneda del mismo valor con un color tan opuesto, podrían promover un habitual rechazo hacia ella. De más está aclarar que el color dorado se asocia siempre a un valor mucho mayor al color plateado, pero aun así, ese rechazo no sucedió jamás.

No es eso lo curioso, sino que de esas 200 millones, aproximadamente 110 millones tenían al menos dos tipos de fallas, por las que el gobierno las mandó a eliminar. Por supuesto que esto llevó un tiempo en realizarse por lo que muchas de ellas aun quedaron en circulación. Una de esas fallas se debía a un error en la cantidad de níquel que debía contener cada moneda, haciendo que ella, inusualmente se pegue a un imán.

Tampoco es eso lo más curioso de todo, sino que los expertos en numismática ya han detectado ese error y la particularidad del caso sumado a la escases de esas monedas hacen que hoy en día, en finales de 2016 el valor de esa moneda ronde los 25 dólares, es decir casi unos 500 pesos argentinos.

Pero tampoco era eso lo que más me retorcía la mente, sino que en muchísimos quioscos, o supermercados, incluso en cualquier bolsillo de cualquier persona, una moneda de 25 centavos, tenga en realidad un valor de 500 pesos, solo por pegarse al imán. Y claro está: su dueño podría perder 499,75 pesos, solamente por ignorar esta información, y utilizar la moneda en forma habitual: uno podría comprar un caramelo de los más baratos, esos que los chinos usan para dar el vuelto, pagando 25 dólares por él.

Lo cierto es que hacía ya casi 3 años que buscaba esa moneda por todos lados, al principio hasta pedía a los quiosqueros conocidos si me dejaban revisar su caja registradora, luego conseguí negociar con mi ansiedad llevando siempre un imán en el bolsillo. Hoy me conformo con no gastar las monedas de 25 centavos plateadas que consigo durante el día y juntarlas en un frasco en mi departamento, y allí, de vez en cuando, cuando así lo considere necesario, revisarlas una a una, todas juntas.

Eso fue lo que hice a penas supe de la muerte de Devina. Y no encontré la moneda. La parte buena es que tenía $236,5 extras para gastar.

Pasaron 12 días y yoya me sentía bien. Salía a caminar, hacía mis cosas con total normalidad. Visitaba amigos y reíamos mientras tomábamos cervezas o fumábamos mariguana. Ninguno me hablaba de ella y eso me ayudaba. Decidí suspender materias de la facultad y posponer la grabación de algunas canciones que tenía en espera desde hacía mucho tiempo atrás. Me quise tomar un tiempo sobre todas las cosas porque tenía una excelente excusa para hacerlo.

A eso resumí a Devina: excusas para tener más tiempo libre. Y realmente ayudaba. No la tenía más a ella pero tampoco tenía las presiones de una vida rutinaria. Ni siquiera había necesitado revisar el frasco de monedas de 25 centavos en busca de una sensación de esperanza.

De las preguntas tontas que me había hecho ya ninguna me molestaba. Sólo una para ser honesto, pero tampoco le veía tanta importancia. "¿Había muerto Devina sabiendo que llovía o había muerto antes?" Pavadas. A nadie le importaba ya.

Seguí con aquel proyecto de conocer a todas esas mujeres que antes había rechazado; y para mi suerte, muchas aceptaban mis invitaciones.

La camisa que me compré una tarde cualquiera la estaba luciendo más tiempo frente al espejo que en la calle, hasta que el timbre sonó. Me perfume rápido con un líquido color dorado dentro de un frasquito barato pero también nuevo y bajé por el ascensor sin contestar. Cuando me acercaba a la puerta no podía distinguir a ninguna cita. Durante dos milésimas de segundo creí que algo malo andaba en mí por haber alucinado el sonido del portero. Pero no. Abrí la puerta y un muchacho me preguntó si yo era Ardiel y asentí confundido.

Sin preguntarme paso al hall de entrada dejándome con la puerta todavía abierta y un gesto extraño en mi rostro. Vestía desalineado, una remera de Lennon vieja, un jean cortado por las rodillas y un unos anteojos de marco negro que se perdían en su inmenso pelo enrulado desprolijamente hacia arriba. Clavándome la mirada, sin ocultar su tristeza se presentó. Ahora recuerdo que su nombre era Tomás, pero no en ese momento.

- Yo soy Tomás – debe haber dicho – el novio de Devina. Nos conocimos en su velorio.

Y yo apenas recordaba su velorio.

Pero con extrema claridad y seguridad recordaba que el novio de Devina era yo.


2364Donde viven las historias. Descúbrelo ahora