Capítulo 3

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Tomás me recordó que yo era el único aquel Domingo que no vestía de negro.

Me recordó que el papá de Devina nos confundió a ambos. Que creyó que yo era Tomas y Tomas era yo. Que no se sorprendió y que nos abrazaba constantemente a ambos.

Que el hermano me había querido pegar cuando yo no me alejaba del cajón. Que se enojó bastante cuando yo había intentado abrirle los ojos al cadáver flaco y blanco bajo las flores. Que lloró conmigo cuando le dije que solo quería saber si ella también estaba llorando ahí dentro.

Me recordó que no paraba de llegar gente. Que otro hombre mayor y mal vestido entró con una bandeja de lasaña, como si fuese un funeral de los años 30 en Estados Unidos; y que también se presentó como el novio de Devina. Que él tampoco recordaba el nombre de ese extraño sujeto y que se retiró a los pocos minutos.

También dijo que estuve dormido como dos horas sobre ella. Y que cuando me despertaba, de vez en cuando, le cantaba partes de Eiti Leda equivocándome la letra y volviéndome a quedar dormido.

Resignado, Tomás me contó que los padres de Devina al verme comentaban de que de todos sus novios, el único real era yo. Y fue en ese momento cuando él se retiró del salón sufriendo el doble por haberla perdido otra vez.

Que me esperó afuera pero mis amigos creyeron que podría armarse una pelea y lo convencieron de que no lo haga. Que el sólo quería hablar conmigo porque apenas minutos después de saber de esta trágica muerte, había comenzado a olvidarla. Que uno de mis dos amigos ahí presentes sintió compasión. Y así fue cómo consiguió mi dirección y paso a verme cuando juntó coraje.

Me contó un relato que había vivido en primera persona, pero ahí estaba yo, oyéndolo sin saber de qué me estaba hablando.

Sacó del bolsillo una carta sin abrir y la apoyó sobre mi pecho.

- Encontré esta carta de ella – dijo tartamudeando – tiene pinta de haberla escrito hace un tiempo, me la dejó a mí, pero se debe haber confundido, porque tiene tu nombre.

Escuchando a medias, de reojo, vi como una mujer tocaba timbre en mi piso. La atendí desde el hall, no sé qué le dije, pero se fue corriendo. Sin querer recordé a la señora en la parada del colectivo, pero esta vez tenía los ojos cerrados.

- Si al menos podrías darme algún recuerdo de ella a cambio... – finalizó Tomás.

Debilitado y con la carta ya en mi mano, no tuve otra cosa más que hacer que devolvérsela.

- No puedo – le dije – yo casi tampoco tengo.

Lo empuje hacia afuera, cerré la puerta y subí. La música a todo lo que da y tire por el balcón la camisa nueva. 5 discos de La Renga más tarde, bajé arrepentido a buscarla. La camisa ya no estaba pero Tomás se había sentado en el cordón a intentar espiar por encima del sobre lo que decía su carta (mi carta). A su lado estaba una chica que había visto desde el hall, no era mi cita del día, a quien había espantado quien sabe cómo unas horas atrás. A ella sólo la había tratado de una alucinación. Hacía frío y era de noche, otra vez por excusas, los invite a subir y a seguir charlando.

Ahí fue cuando le pregunté su nombre de nuevo y esta vez lo recordé. Tomás. La joven a su lado se llamaba Fiora. Y se había presentado sin hacer mucho alarde como la novia de Devina.

Los tres subimos y criticaron a Charly Garcia. El resto lo olvidé y me fui a dormir.

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