Capítulo 7

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Tomas parecía una persona diferente al que minutos antes le tocaba el culo a Fiora en mi sofá. Ahora estaba enojadísimo, repartiendo golpes sobre la cara del viejo por motivos que no habíamos ni siquiera empezado a entender. Fue cuando intenté separarlos que recibí una piña casi a la pasada. La conocida "piña por las dudas". Pero no me importó, con más fuerza intenté sacar a Tomas de encima del tipo este, pero no pude. Fue ahí cuando dos policías lograron separarlos. Y el viejo les daba las gracias e intentaba meterle dos billetes de 10 pesos en los bolsillos de ambos.

Cuando noté que Tomas estaba más tranquilo, le pregunté qué había pasado. "Me dijo maricón" me respondió. Y en ese momento fui preso por quien sabe qué, pero a pesar de que los dos policías estaban a su lado le devolví mi golpe y el viejo volvió al suelo.

- No le dije maricón, no le dije maricón – dijo el viejo mitad asustado, mitad confundido – Le dije "Narigón". Así me dijeron que le decían al pibe este. No sé su nombre.

Los policías lo ayudaron a levantarse, le preguntaron si quería presentar cargos contra Tomas y contra mí, pero el viejo rechazo la oferta y les dijo que ya estaba todo solucionado, que podían retirarse.

Tomas se acercó al viejo, lo arrinconó sobre una pared de la calle Corrientes y con sus dos manos arrugando el cuello de su camisa le dijo:

- Nadie, ningún conocido, ni amigos, ni familiares. Nadie, que te quede claro, Nadie me dice Narigón – la cara del viejo me hacía dudar sobre su inocencia – Me dijiste "Maricón", gordo pedófilo.- Soltó al final.

El viejo hizo gestos de entender y abriendo sus manos pidió que se terminara ahí el asunto.

- Te vi en la calle y quise llamarte porque necesito tu ayuda. Y ya que, valla uno a saber por qué, están todos los novios de Devina juntos, creo que a todos nos vendría bien charlar un poco. Ustedes tienen preguntas y yo tengo sus respuestas – dijo Tabo – aunque siento la obligación moral de confesarles que esas respuestas no harán otra cosa más que traerles nuevas preguntas y más dolorosas.

Yo que hasta ahí sólo escuchaba a medias, les dije que me iba. Que ellos hablasen de lo que querían pero el partido entre Sarmiento y Tigre estaba por empezar y no me lo iba a perder por tres payasos hablando de boludeces.

Estaba a punto de entrar al edificio de mi departamento, cuando Tabo me gritó que Devina se había suicidado. Yo me quede dos segundos viendo la escena: Un viejo mal vestido, al lado una chica de pelo casi azul y detrás de ellos un pibe despeinado buscando de rodillas sus anteojos.

Los miré con compasión por dos segundos más.

- Ya empieza el partido. Adiós. –les dije – tenemos que zafar del descenso...

Estaba por cerrar la puerta y Tabo corrió para acercarse y decirme que me verían el domingo a las cuatro en el bar preferido de Devina.

Pasaron unos minutos y cuando de penal llegaba el segundo gol de Sarmiento, me largué a llorar.

Si Devina se había suicidado era imposible no pensar que finalmente la culpa había sido mía.


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