Eran casi las 3 de la tarde cuando me despertó el sonido del portero sonando agresivamente una y otra vez. Eran dos sonidos cortos, uno largo y otra vez uno corto para terminar el acto con otro más largo aún que el tercero. Fue cuando estaba por comenzar otro nuevo ciclo que me di cuenta que sin lugar a dudas quien estaba haciéndolo sonar era Bacilo, por lo que rápidamente me vestí y le grité por el balcón que bajaba enseguida.
Bacilo, podría decirles, que era un amigo, que vivía en la calle, casi llegando a la esquina de mi departamento. Tenía alrededor de 40 años y siempre estaba sucio. Aunque nunca lo vi con una guitarra, se presentaba siempre como un excelente guitarrista que a los 20 años había dejado todo en su vida para conseguir su sueño de triunfar con la música y que justo cuando estaba a punto de lograrlo una misteriosa maldición había hecho que el dedo índice de su mano derecha ya no responda a su cerebro sino que le tiemble, se paralice o simplemente deje de cumplir órdenes y "haga lo que quisiese". Y lo que más aterraba a Bacilo: sólo existía esa condición cuando Bacilo tomaba una guitarra, sino todo era normal. Una misteriosa maldición que, de ser cierto su relato, había arruinado su vida.
Nunca supe el verdadero nombre, claro está que Bacilo era sólo una forma de decirle que venía de una antigua internación que había tenido en el Hospital Muñiz a causa de una posible infección de gripe A que al final no era, pero en la cual se había contagiado de Tuberculosis. Al regresar al barrio todos lo esperaban contentos y para desdramatizar un poco sobre su problema creció el discurso de que había ido al Hospital Muñiz a enfermarse en vez de curarse y así comenzaron las bromas de que se había robado el Bacilo de Koch de algún otro paciente. Si a este escenario le sumamos que nadie sabía su nombre, que lo querían y realmente mucho, que él mismo siempre se negaba a decirle a la gente como podía llamarlo, nadie puede negar que el sobrenombre Bacilo entro como anillo al dedo, aunque en la metáfora debería excluir a su dedo índice.
Pero Bacilo además de músico frustrado era también fanático de Boca y como cada domingo desde que su vieja radio dejó de funcionarle se acercaba hasta mi edificio para ver el partido en mi departamento y siempre tocaba el timbre de la misma forma.
- ¡Vamos, Adriel! No me podes hacer esto. Hace tres horas que estoy tocando timbre. Te llamé al celular desde el mediodía. Hoy jugamos contra las gallinas y me haces asustar así. – me gritó apenas me vio abrir la puerta del ascensor.
Le abrí y le dije que hoy no veríamos el partido en mi departamento, que iríamos al bar de Devina, que tenía que encontrarme con el resto de sus ex novios y ex novia, que Devina había muerto y que por eso capaz el domingo pasado no le haya contestado al portero. Y que deje de hablar al pedo, que ni él ni yo teníamos celular.
- ¿Podemos pedir una cerveza en el barcito? – me dijo ignorando absolutamente todas mis palabras. – Yo estoy medio corto de plata pero...
Le dije que sí con mi cabeza y una sonrisa mientras caminábamos un poco apurados para conseguir lugar.
- Flor de putita resulto ser Devina – Dijo dos cuadras más adelante.
Aunque llegamos temprano, el club de los cornudos ya estaba presente y gracias a ello pudimos sentarnos en una mesa, en la que habían ocupado casi en el fondo, justo debajo de la televisión vieja por lo que Bacilo los saludó alegremente ya que tenía ubicación preferencial para ver su espectáculo a pesar de la cantidad incontable de gente que se reunía para la misma ocasión que él.
Pero yo no estaba ahí por eso, ni Tomas, ni Fiora. Con nuestras miradas alcanzaba para indicarle a Tabo que comience a hablar, pero él también se notaba nervioso, incómodo, como intentando encontrar palabras para explicar algo grave que podría desatar una guerra de no ser las exactamente justas.
- Decí que tenés que decir, estamos todos. – le exigió Fiora cuando se cansó de ver como el viejo gordo se mordía los labios de un lado para otro, pero lo único que siguió fue un silencio frío que se recostaba plácidamente solamente en nuestra mesa.
- Podríamos pedir una cervecita – acotó Bacilo, pero ni una mirada consiguió como respuesta.
Tomás le puso fin a la situación que llevaba ya varios minutos y que poco a poco nos fue contagiando a todos de una sensación de melancolía en donde muy en el fondo sabíamos que Tabo no era el completo culpable, cuando gracias al manotazo que pegó sobre la mesa y el espontaneo grito de "Vamos, loco hoy" nos enteramos que a 30 cuadras del bar River salía a la cancha. Los gritos similares de una parte de la gente también ayudaron a devolvernos nuestra mente a la mesa, pero sin duda alguna lo que nos despertó a todos fue el desaforado grito de Bacilo al ritmo de "Vos sos de la B, vos sos de la B" a centímetros de la cara de Tomás que me miraba a mí con cara de asustado.
- ¡La puta madre, forro! ¿Qué mierda le paso a Devina? – Gritó Fiora justo cuando el que salía a la cancha era Boca.
Tabo parecía ni siquiera haberse acostado, tenía la misma camisa, el mismo error al abotonarla, las mismas arrugas y una cara deplorable. Seguía buscando las palabras que presentía que ya no estarían y aunque por segundos atinaba a decir algo volvía a mirar al suelo y a morderse los labios de un lado para otro.
- Si hacemos una vaquita capaz podamos comprar una cervecita entre todos. – Repitió dos veces Bacilo mirando de reojo las cervezas de las otras mesas.
Fiora estiró los brazos sobre la mesa, bajó su cabeza y la abrazó con sus manos.
- Devina se suicidó – dijo Tabo cuando sospechó que estaba a punto de explotar.
Como una coreografía mil veces ensayada todos clavamos la mirada en sus ojos. Tomás y Fiora enviándole como mensaje un "Eso ya lo sabíamos". El mensaje que le quise enviar yo me lo llevaré a la tumba.
- Se suicidó porque era un parte de un plan. Alguien le dijo que debía seguir ese plan. – agregó volviendo a mirar al suelo – A Devina alguien le dijo que se suicide. A Devina al menos por la mitad, la asesinaron.
Y otra vez el silencio. Y otra vez la melancolía.
¡GOOOL! ¡CARAJOOO!¡GOOL! Ahora sí o sí hay que comprar la cervecita – Y otra vez: Bacilo.
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Misterio / SuspensoCayó un trueno y me dijo, ese día nublado, en el que los niños afortunados no saldrían a jugar por orden de sus padres, que morir era mi arma más letal. Que no lo decía para que use mi muerte como un arma letal, sino que la entienda como mi mayor op...