Capítulo 6

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Creo que este es el punto en donde debo confesar algunos de mis secretos. Debo hacerlo ahora, porque en cuanto este libro se llene más y más de ellos, los míos se verán reducidos a cosas insignificantes y no siempre lo son. Y aunque suene tan frívolo, mis propios secretos merecen también tener su propio capítulo aquí. No es que pueda interesarles a ustedes pero, ¿quién sería yo si ni respeto por mis secretos muestro en mí libro?

Por ejemplo: Creo que la masturbación está infravalorada. Exacto, leíste bien: "infra". Con el sexo gobernando nuestras mentes y el dinero gobernando lo que nuestros deseos constantemente intentan incentivarnos a hacer, la masturbación es el negocio perfecto. No simplemente la forma más barata de conseguir placer. Y no me atrevo aquí a excluir a nadie, a ninguno, a ningún gusto. Nada que te exite debería dejar de pertenecer a la lista de "las grandes vicisitudes del mundo". Ver, espiar, tocar, exhibirte, zapatos, enanos: todo está en tu mente y ¿qué mayor muestra de independencia podría alguien alegar que ser libres en nuestra mente? La responsabilidad, claro está, es otra cosa, pero la libertad... uno siempre decide qué clase de "humano libre" quiere ser. Tomando un café en un aeropuerto una vez lei la mejor frase que no encontré jamás en ninguno de los libros de mi biblioteca: "La libertad no es ni más ni menos que una conciencia limpia", decía el reverso del sobrecito de azúcar. No existe en la vida algo que nos sirva para conocernos a nosotros mismos mejor que nuestras propias masturbaciones. Y es por eso que está infravalorada: la masturbación es el Instagram o el Facebook de nuestra alma. Tan privado que queda en uno mismo saber cuándo la cuenta fue hackeada. O cuando deberíamos tener una cuenta extra, falsa. El simple hecho que esté tan cercana a la definición de pecado, no hace más que fortalecer mi teoría.

No me insultes todavía. Aclaré antes que mis secretos podrían ser frívolos.

Odio la navidad. No por la clásica comercialidad del personaje creado por Coca Cola, que le lleva los regalos a los niños que la beben. O se portan bien, da igual. Aunque suene descabellado, o que no es lo mismo, nadie podrá negarme que los niños que se portan mal no siempre reciben la misma respuesta en blanco que los niños pobres que beben agua, de un pozo, o a veces hasta ni siquiera eso tienen. Odio la navidad por esa falsa sensación de esperanza que crea en la gente, de que al menos por un día en el año, se puede pensar en el prójimo. "Ama a tu prójimo como a ti mismo" fue lo que dijo el cumpleañero al cambiar el mundo. ¡Malditos todos! ¿Dónde está la parte de "Sólo este día"?

Odio también a los vegetarianos, sobre todo a los que creen que es por culpa de los que comemos carne que a los animales se los violenta. ¿Qué somos los humanos? ¿Muebles? Idiotas. Después no son capaces de leer ni diez libros de historia para entender el verdadero mensaje detrás de la "violencia". Los entiendo cuando los corren por el lado de la cadena alimentaria y esas banalidades, pero debo hacer un esfuerzo extremadamente grande para no golpearlos cuando utilizan su mirada para responder lo que definitivamente no saben. Si al menos me hablasen de la monetización de un ser vivo, o del dolor ajeno por los simples gustos gastronómicos. Pero no, ellos siguen insistiendo en la tesis sobre la "violencia" contenida en un resumen que nunca contiene la palabra "pobreza". Un resumen que quizá funcionase si sería una síntesis. Pero no lo es.

Confieso, también, que siento miedo. Por supuesto que comparto el habitual miedo a la muerte de todas las personas, pero mi forma de expresarlo es justamente esta que están leyendo: escribir. Lamento si en algún momento los hice ilusionar llenando el vacío que todos en algún momento tenemos, pero no escribo por ustedes. Escribo por mí. Fue Ernesto Sabato quién mejor lo puso en palabras cuando dijo que si él estaba escribiendo un libro, ni la muerte podría ser tan cruel de no dejar que lo termine. Modifiqué a penas la idea y me acostumbré a siempre comenzar un capítulo, antes de terminar el actual. Es decir: lo primero que haré antes de terminar este, será agregar "Capítulo 7" a la próxima página. De hecho ya está agregado. Sabato no pudo ni siquiera así engañar a la muerte, pero me relaja al menos intentarlo.

Jamás logré entender a la gente religiosa, como les conté antes. Pero si hay algo que me da más repugnancia que ellos son los jóvenes militantes de las facultades. Al final de la noche, cuando llegan a sus casas, ignorando los consejos sobre ir a un psicólogo, ni siquiera ellos podrán negarse a sí mismos que lo único que quieren es cambiar al mundo... porque realmente eso es mucho más fácil que querer cambiarse a sí mismos. Hablando de "Falsa esperanza", aquí podemos ver la "Falsa valentía". ¿Qué tan valiente debe ser una persona para querer dar su vida por los demás? Quizá alcancé con una persona que crea que su vida vale dos pesos. Paradójicamente la respuesta retumba en mi cabeza cada día: Debe ser tan valiente que no tenga el coraje suficiente para reconocer que es un cobarde. Y no me mal interpreten, hablo de todos los militantes. Por supuesto que los que expanden las ideas de derecha son aún más cobardes. Ellos ni siquiera tienen la valentía de reconocer que están equivocados. Son tan peligrosos como el peor consejo, cuando te lo da tu mejor amigo.

Ahora si es tiempo, creo, de volver a ella: lo que leerán a continuación es sólo una forma de compensarlos por el desarrollo de una acción producto de mi inseguridad. Y habíamos hecho un acuerdo en el que sólo los que quieran leer sobre ella podrían aquí satisfacer su necesidad. Y que este libro no sería sólo de recuerdos. Ni mucho menos de secretos de una persona que ni siquiera yo recuerdo.

Por eso es que me permito adelantarme un poco en este punto de la historia central del relato que les traigo: pueden ustedes ahora imaginarme aquí: sentado en el mismo bar de Once que Devina mejor me supo describir. Los cinco. Yo. Bacilo. Fiora. Tomas. Y Tabo. Yo, primero que todos, aunque desafíe la gramática una vez más. Y Tabo último.

Tabo, el viejo mal vestido, el otro novio de Devina, el que me golpeó. El que tuvo que defenderse con dos pendejos disfrazados de policía para que Tomas no le dejase la cara peor de como se la dejó, nos contó dos días después el secreto que jamás hubiese querido saber: él sabía por qué había muerto Devina.

Y yo, aunque desease saberlo, no me encontraba preparado para oírlo.

Aunque quizá una parte de mí ya lo sabía.

Aunque fue tiempo después que entendí la diferencia entre el "cómo" y el "por qué". Y el por qué su respuesta no me curó ninguna herida. Y el cómo poco a poco fui entendiendo que ya no estaba tan sólo. Y el por qué a veces los "cómos" son tan parecidos a los "por qués". Especialmente cuando no estamos preparados para ninguno de ellos.

Y, aunque así te había prometido, supe también que aún con su respuesta, este libro no estaría terminado.

Tabo nos contó que él sabía que Devina se había suicidado.

Y no puedo dejar pasar la oportunidad para contarles otro secreto: Yo amaba a Devina.

Y otro secreto más: De todos los estereotipos de personajes de la sociedad que odiaba, no había en toda la existencia algún otro que odiase más que a los suicidas. Más que nunca.


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