Agujas

40 8 0
                                    

—¿Estás lista? —preguntó Belafonte con dificultad debido a la mascarilla que cubría su nariz y boca. Mamá sostenía mi brazo junto con un pequeño algodón remojado en alcohol mientras observaba las acciones del doctor antes de disponerse a inyectarme.

Inhale profundamente y dejé salir lentamente el aire por mi nariz y boca preparándome para el agudo dolor del pinchazo. Mamá sobaba mi espalda para evitar que me ponga tensa y la aguja entre con facilidad.

Jamás le he tenido miedo a las agujas, a diferencia de muchas personas a mi alrededor. Un ejemplo muy claro es Maddie, quién no toleraría que le pusiesen una inyección estando consciente. Aún recuerdo cuando fueron una brigada de médicos a darnos nuestras vacunas en primer grado.
Vaya día...

La perforación de la aguja en mi piel fue algo molesta y estridente. Traté de no emitir ninguna queja, solo no pude evitar el gesto de desagrado. Mojé mis labios con mi lengua y los apreté al sentir el líquido ardiente ingresando en mi sangre. Ni siquiera alcancé a ver el color del líquido el cuál me inyectaron. El único pensamiento que se cruzaba por mi cabeza era el de salvar la vida de Nick y Nathan y la de muchos otros infectados por "Khaos".

Mamá pasó rápidamente el algodón luego de que me extrajeran la aguja del brazo. Y se sacó la mascarilla dejándola en su barbilla. —¿Te sientes bien, cariño?

Enarqué una ceja ante su repentina pregunta. —Solo me inyectaron mamá, no regresé de una cirugía a corazón abierto —mofé.

Me dejaron levantar de la silla en la que me encontraba y me dijeron que no me precipitarse a movimientos bruscos ya que probablemente me sentiría adormecida por la droga.
En aquel momento no podía sentir ni pensar con claridad. Mi mente estaba ofuscada por diversas ideas que revoloteaban como iracundas abejas luego de atacar su panal.

Parpadeé repetidas veces intentando rebuscar la estabilidad de mis ideas y poco a poco me sentía cada vez más mareada y confundida.

¿Qué rayos era esa droga? Pues en realidad no lo sabía. Pero según mis investigaciones inminentes desde la computadora de mi padre, aquella droga tenía todas las piezas para encajar en un fuerte sedante.

Respiraba con dificultad y todo los objetos a mi alrededor parecían agitarse en un rítmico y crítico movimiento haciendo que mi cabeza más estuviese desconcertada.

Oía las lejanas voces de mi madre y del doctor conversando en el umbral de la puerta. Sus palabras eran simples murmullos inentendibles para mí en aquel estado, como si estuviesen hablando en un cuarto de paredes de adobe, un excelente aislante térmico.
Sin embargo, logré distinguir al concentrarme lo mayor posible la firme voz femenina de mi progenitora.  —Solo espere unos minutos. La droga no tarda en hacer efecto...

Y entonces me perdí en un callejón sin salida...

Caí al suelo de un sonoro golpe y me perdí lentamente en el difuso ambiente que mis ojos alcanzaban a percibir no sin antes estirar mi brazo izquierdo y contemplar una no clara figura de mi mano, torpe y fría, en una perfecta imagen debido a la cercanía que ésta estaba de mi rostro. Las dos personas que me acompañaban en la escena ni se inmutaron ante mi estado, solo siguieron exclamando palabras ocultas en la lejanía. Mis pupilas estaban contraídas y enfocadas en aquella imagen, nítida y a la vez difusa, del frío suelo y mi mano extendida, antes de sumirme en un profundo y peculiar sueño...

Apenas recuerdo haber percibido unos leves golpeteos en mi cabeza el tiempo que estuve inconsciente. También recuerdo haber escuchado una leve voz que me repetía una y otra vez la misma extraña e insistente palabra: "Vete...Vete... Vete..." Una y otra vez esas dos sílabas me martilleaban el cerebro insensible, incapaz de percibir absolutamente nada.

La caída de ÍcaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora