Mi decisión

89 17 4
                                    

Mis piernas se movieron tan rápido como el caer de la lluvia misma. Un camino de lágrimas se fue trazando en mis mejillas mientras las que volaban a mis espaldas al igual que un camino de cristales rotos, se perdían entre la infinidad de la lluvia de aquel lunes gris.

Al llegar al portón de mi casa, por la puerta salían los socorristas apurados con mascarillas y con cara de preocupación. Mi cuerpo se paralizó en su totalidad mientras la lluvia me empapaba de nuevo mi ropa seca. Ver la camilla con mi hermano recostado y con una mascarilla, que recubría su nariz y boca y arrastrada por dos hombres fornidos, fue como si me dieran una puñalada en el corazón.

De repente, observé como papá corría en círculos y en desesperación.

—¡Carter, apresúrate! ¡Tenemos que irnos ahora! —masculló papá mientras corría a buscar las llaves del auto.

Mamá contemplaba inmóvil como ingresaban a Nicky a la ambulancia. Lágrimas derramadas estaban dibujadas en su rostro de casi invisibles pecas, esas que se marcaban cuando sonreía. En su mano aferraba una mascarilla, las mismas que cargaban los socorristas que se llevaron a Nicky. Ella siempre recomendaba que no las usáramos papá y yo, debido a que no queríamos hacer sentir mal a Nick quien creía que por su enfermedad nosotros no podíamos llevar una vida normal.

La ambulancia se alejó a los pocos minutos emitiendo un chirrido de llantas. Ver como se alejaba fue como sentir que un pedazo de mi existencia fuera arrancado con fuerza por las garras de un espantoso monstruo sediento de sangre. Me sentía débil y abandonada, me sentía desfallecer.

El rugido del motor sacó del trance a mamá, quien corrió a subirse lo más rápido que pudo. Antes de que papá me gritara, trepé al asiento de atrás como un rayo ante su sorpresa. Fue enseguida que arrancó a toda prisa siguiéndole el paso a la ambulancia, que se dirigía hacia el hospital más cercano a la zona.

El viaje de apenas quince minutos fue como si pasara una eternidad en absoluto y cortante silencio. Nadie dijo ni una sola palabra en el camino. En algunas veces se oía como mamá sollozaba o sorbía por la nariz. Papá miraba fijo el carretero sin alguna expresión en el rostro.

Las gotas de lluvia que irrumpían en la claridad del parabrisas llamaban mi atención. Trataba de mantenerme fuerte ante la situación aunque mis mejillas ya estuviesen bañadas en lágrimas.

El auto se detuvo bruscamente en la esquina del hospital, causando insultos entre algunos peatones que transitaban por la zona. Ninguno de nosotros nos enfocamos en eso, solo cogimos nuestras cosas y corrimos disparados a socorrer a Nicky.

Toses, llantos y gemidos de dolor era música en el lugar. Enfermeras y doctores corrían despavoridos por las diversas salas al igual que personal con enfermos en camillas o en bolsas oscuras. Todos cargaban mascarilla. La atmósfera era pesada y gris y el olor a medicamentos era tan fuerte que me hacía picar la nariz.

Mamá y papá se detuvieron en el mostrador de las enfermeras a preguntar sobre su habitación y su estado. Una voz en mi interior me decía que me alejara de allí y buscara en las decenas de habitaciones a mi hermano enfermo. Mis piernas flaquearon por un segundo y mi mente titubeó mientras mi mirada se intersecaba con la de los desconocidos que corrían de un lado a otro por los pasillos.

Aprovechando que mis padres estaban distraídos, salí como un bólido disparada del lugar y me escurrí entre los desconocidos observando por el umbral de cada puerta abierta en busca de mi hermanito.

Maldiciones, insultos y reproches se oían en mis tímpanos mientras me abría paso de entre la multitud. Un miembro de la seguridad comenzó a perseguirme al entrar sin permiso al lugar pero yo, con mi velocidad como la de una liebre salvaje, logré evitar que me atrapara.

La caída de ÍcaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora