Voz

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—¡¿Quién eres?! —pregunté espantada buscando al extraño por mis alrededores.

Aquella voz líquida y masculina se oía lejana en aquel estrepitoso silencio. Era profunda y áspera, como si no hubiese bebido ni una gota de agua en días.

Esperaba una respuesta, cosa que no volví a obtener...

Meneé la cabeza repetidamente mientras me convencía de que mi mente me quiso tomar una mala pasada. Las infinitas puertas blancas y diferentes salones vacíos me mareaban, tal vez sea solo eso o algún producto de la misma droga...
No quería pensar de que estaba mal de la cabeza...
Aún no...

Finalmente, logré atinarle al baño y entré despresurada. Ya me hacía pis y no quería hacer un desastre, ya que poseía una simple bata de hospital que probablemente me habían puesto al hacerme los exámenes. Debajo de ésta, ningún vestigio de otra prenda.

Aquel baño era pequeñajo.  Simple y brillante, pero limpio y con un intenso olor a cloro. Era de esperarse. Estaba en un laboratorio. La comezón invadió mi nariz. Por suerte, el suero podría entrar sin problemas. Las baldosas oscuras le daban un aspecto aún más lúgubre.

Usé el baño enseguida, suerte y había papel. El espejo del lavabo esta empañado, sin embargo aprecié mi salvaje y enmarañado cabello y unas pronunciadas bolsas negras debajo de mis ojos.

Era raro. Había dormido demasiado, no debía lucir de tal manera, tan demacrada y enfermiza.

Fue entonces que las palabras volvieron a azotarme la cabeza. —Khaos está dentro de mí... —le comenté a mi reflejo, la misma chica infectada. Igual que muchos como, lamentablemente, Nathan y Nicky.

Respiré hondo cerrando los ojos y tratando de controlarme. Confiaba en los doctores y mi madre, de que nada me pasaría. De que no terminaría postrada en el hospital.

¿Qué es exactamente Khaos? ¿Por qué solo afecta a los humanos? ¿De dónde surgió? Y lo más importante ¿Cuál podrá ser su cura?

Necesitaba aclarar mis dudas.

Salí del baño secándome las manos con un trozo de papel higiénico, el cual dejó trozos en ellas. Que molestia...
A mi alrededor reinaba el más profundo silencio. "¿Por qué por esta zona no había nadie cerca, si en el salón principal abundaba la gente? No creo que solo se concentren en otras partes del edificio." pensaba para mis adentros mientras caminaba arrastrando mi medicina por el largo pasillo interminable.

Aquí solo residen los monstruos... —dijo de repente la misma voz retumbándome en la cabeza.

No pude evitar sobresaltar ante aquello. Escaneé el lugar una y otra vez. Nadie.

Cada vez la preocupación me invadía aún más.

"Tal vez así empieza la enfermedad, con leves casos de algo parecido a la esquizofrenia."

Ansiaba gritar. Volteaba a cada segundo. Quienquiera que me vea en aquel estado pensaría que había perdido el juicio y posteriormente se alejaría lo más pronto posible de mí. Mis ojos buscaban la proveniencia de aquella voz con locura mientras mi boca se abría y cerraba de manera intermitente dejando escapar mi acelerado y nervioso jadeo.

—¡Ya basta! —grité aferrándome al helado fierro del soporte, como si lo abrazara. —¡¿Dónde estás?!

Eso no tiene importancia.—reprimió la voz con tono neutral.

—¡Dime donde estás! —vociferé nerviosa. Me sentía cada vez más lejos de la correcta conciencia.

La voz calló de repente. Llamé una y otra vez sin conseguir respuesta. Aterrada, crucé por los pasillos a marcha rápida arrastrando el soporte.

La caída de ÍcaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora