Capítulo II

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- ¡Te voy a extrañar tanto, mi niño!-gritó Linda Iero, provocando que mi adorable esposo se sonrojara y rodara los ojos.


Así es, antes de irnos al aeropuerto a tomar nuestro avión, fuimos a despedirnos de mi suegra y mi cuñada; pero con lo sentimentales y dramáticas que eran a veces, nos estaba costando un poco de trabajo.


-Promete que vas a cuidarlo-me pidió su hermana, tragándose el nudo de la garganta.

-Lo prometo, Debbie-le informé, con una mano sobre mi pecho, a la altura de mi corazón, en señal de promesa; ella sólo rio entre lágrimas y negó con su cabeza.

-Má, estaré bien-le dijo Frank por décima vez, mientras recibía un recipiente de plástico con las deliciosas galletas de nuez de su madre.

-Nueces para el amor-nos dijo Linda a ambos, como si de una oración se tratara.


Frank simplemente rio y se despidió de su madre otra vez, recibiendo muchas palabras de cariño por parte de ella y su hermana, con la promesa de que los vendríamos a ver en navidad-estábamos en plena primavera-y de que tuviera cuidado con Frankie o iban a romperme las piernas.

Cariñosas ambas mujeres.

Cuando finalmente logré que dejaran a Frank y a mí retirarnos no perdí tiempo y lo subí al taxi, para evitar que en cualquier momento ellas volvieran a quitarme a Frankie de los brazos.

Usualmente esto le hace gracia a Frank, pero a mí no, sé perfectamente de lo que son capaces esas dos mujeres con tal de proteger al pequeño de la familia.


-Me siento tan avergonzado por esto-murmuró Frank, sonrojándose en extremo y mirando las galletas como si fueran la cosa más interesante en el taxi-. Las entiendo un poco, pero a veces se pasan con su protección.

-Es normal, amor; no conozco a nadie que en su total lucidez fuera a dejar escapar un hombre como tú-su sonrojo se hizo más fuerte aún, mientras yo reía y besaba su mejilla.


El camino al aeropuerto fue callado después de eso, y tras bajar con nuestras manos entrelazadas, las maletas cargándolas yo, y pagarle al taxista, entramos al lugar.

Afortunadamente llevábamos muy pocas cosas, y nuestro vuelo en primera clase no fue mucho problema; después de unas cuantas horas en éste ya habíamos llegado a Devon, en donde nos esperaba un hombre listo para llevarnos a Frail, y después a nuestra mansión.

El pueblo me trajo bastantes recuerdos, algunos buenos, muchos malos; me perdí totalmente en mi cabeza, pensando en Isabel, en la terrible crisis que habíamos vivido, hasta que me percate que habíamos llegado a la mansión, a aquel lugar en el que mi esposa había muerto.

Frank venía dormido a mi lado.


-Llegamos, mi cielo-le murmuré, aún con la vista pegada en la mansión, en sus amplios y misteriosos jardines y la ventana de esa habitación.

- ¿Tan pronto?-me preguntó, retorciéndose cual gatito, provocando que yo dejara de mirar la mansión y volteara a mirarlo con ternura.

-Te amo tanto-murmuré, recibiendo la misma respuesta de su parte.


Ambos bajamos del auto y de inmediato entramos al lugar, mientras el chofer se encargaba de las maletas y los trabajadores de la mansión nos saludaban con alegría, porque era la primera vez que venía en años, y ellos apenas llevaban trabajando una semana en aquel lugar, ignorantes a la tragedia de hacía ya 22 años.

Isabel  | Frerard |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora