Capítulo IX

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Durante lo que duró mi viaje no pude comunicarme de ninguna manera con Frank, debido al exceso de trabajo y la presión de los inversionistas a los que casi tenía encima para que terminara el trabajo.

Al final, aún con una carpeta de trabajo entre mis manos, tomé el avión que me llevaría de regreso a casa, y decidí pasar el tiempo dormitando para llegar con energías renovadas a mi hogar. Y así pase el tiempo, sumido en un estado entre la conciencia y la inconciencia y delirando con Frank, con sus labios, su risa, su voz, sus bellas manos, sus ojos.

¡Diablos! Aquellos ojos que se guardaban en mi memoria no eran precisamente los bellos ojos avellana de mi amado esposo, ¡Claro que no! Eran aquellas orbes frías y horrorosas que me había dedicado Isabel antes de aquella fatídica noche en la que murió presa de sus delirios.

Isabel.

Isabel.

Isabel-

Escuché como alguien tocaba la ventanilla del auto, sacándome en buen momento de mi ensoñación y trayéndome de regreso a la realidad, en donde Vince tocaba la ventana del auto y yo me encontraba frente al portón de la mansión.

Sentía un extraño sabor metálico sobre la lengua, acompañado de un sentimiento extraño que se acoplaba perfectamente con el olor a lluvia que rodeaba el lugar.

Habría una tormenta pronto.


—Señor Way, es un gusto tenerlo de regreso antes de la tormenta—me recibió el hombre, notándose tenso—. Seguro a Frank le dará un enorme gusto verlo.

—Gracias, Vince—le agradecí de inmediato, bajando del auto y tomando mi pequeña maleta con fuerza—. ¿En dónde se encuentra Clarisse? Debo agradecerle bastante por el favor que ha hecho, debe haberla pasado bien con Frank.

—Sí, bueno, ella...—se detuvo un segundo—. El joven Frank la ha mandado a casa esta mañana, o algo así—carraspeo la garganta al notar mi ceja arqueada—. Dinora debe saberlo bien, estaba ella arreglando la cama cuando sucedió todo.


No tuve que escuchar más para entrar deprisa a la mansión. Frank no era para nada el tipo de hombre que fuera malo con la gente a su alrededor, todo lo contrario, era el hombre más bondadoso que haya conocido; por esa razón me pareció de lo más extraño escuchar aquellas palabras de Vince.

En cuanto entré me invadió un fuerte olor a comino y hierbas de olor, y no el tradicional olor a dulce de leche que siempre abundaba en cuanto regresaba a casa. Eso me preocupó de cierta manera, sin embargo el anhelo de ver a Frank opacaba todos estos pensamientos.


—Oh, señor Way, volvió—mencionó Gina, dedicándome una corta sonrisa—. Su hermano ha llamado esta mañana, sin embargo el joven Frank no ha tenido suficientes ánimos para contestar el teléfono, por lo cual le he dicho que usted le marcaría de regreso en cuanto volviera.

—Gracias, Gina—murmuré, dejando mi maleta en el recibidor y deshaciéndome de mi largo abrigo negro— ¿Cómo está Frank?

—Ha tenido una semana difícil—aseguró la mujer, haciendo una mueca—. No ha querido ver a nadie más que a Eliza, a quien le ha pedido que lleve a su cuarto todo tipo de comida...peculiar—se detuvo un segundo, sonrojándose.

— ¿Comida peculiar?, ¿qué significa eso específicamente? —cuestioné, mirándola atentamente.

—Creo que no soy la indicada para decirle eso, Eliza tiene la lista completa.

Isabel  | Frerard |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora