La tierra del invierno.

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Soñé que me encontraba en un paisaje helado, un bosque de pinos lleno de nieve, había tanta que aquellos árboles les faltaba poco para tornarse blancos. Era un sitio muy bello y agradable. Caminé un rato con intención de conocer el lugar y, con suerte, encontrar a alguien. No tuvo que pasar demasiado tiempo para darme cuenta de que, evidentemente estaba sola.

Miré a todas partes y sólo podía ver árboles y más árboles, parecía que ese bosque era interminable

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Miré a todas partes y sólo podía ver árboles y más árboles, parecía que ese bosque era interminable. Ya había caminado mucho, el frío aumentaba y los pies me dolían, pero aún no hallaba un camino o una persona. De repente, escuché a lo lejos un carruaje tirado por caballos, salí corriendo siguiendo el sonido y encontré algo bastante parecido a una calle. Pocos minutos después, el carruaje tirado por grandes caballos grises pasó rápidamente, casi ni lo vi. Luego oí un sonido que me hizo estremecer, era metálico. En ese instante, apareció ante mí un caballero. Poseía una enorme y brillante armadura plateada, también portaba una espada gigantesca y pesada, la cual arrastraba por el suelo y lanzaba chispas. Otra cosa que destacaba en él era una larga capa blanca con capucha, que ondeaba con la fría brisa del lugar. No pude verle el rostro porque tenía puesto un casco. Me saludó con la mano y continuó su camino. Más atrás venía un hombre con una capa igual a la del caballero, sólo que este no traía armadura. Era alto y pálido, de lacios cabellos color blanco y ojos como cristales celestes. Se acercó a mí con una sonrisa y me preguntó si necesitaba ayuda.

Asentí con la cabeza, posteriormente pasé a explicarle que estaba perdida y no tenía a dónde ir. Extendió su mano y me dijo—puede venir conmigo si quiere, le daré un lugar para que descanse el tiempo que necesite.

Lo pensé un momento y luego acepté su propuesta, no parecía tener malas intenciones, además, tampoco tenía otra opción, era confiar en aquel amistoso extraño o morirme de frío. Tomé su mano y le seguí. Llegamos a un gran castillo con torres altísimas, y pasamos por un puente levadizo que me dio escalofríos, debajo tenía por trampa afilados picos de hielo.

Al entrar me sentí más a gusto. El ambiente era cálido y habían algunas personas quienes nos recibieron con una reverencia, me sorprendí un poco cuando eso pasó y estuve a punto de meter la pata preguntando porqué nos dieron ese tipo de bienvenida, pero no lo hice. Sin embargo, hubo algo que superó a la reverencia y me dejó impactada cuando sucedió. Fue que, después de la reverencia, aquellas personas exclamaron muy felizmente—¡Bienvenido sea, su alteza! ¡Le estábamos esperando, nuestro querido rey!

En ese instante casi grito—¡¡¿Qué?!! — aunque, preferí no hacerlo, en parte por que no me salía la voz y por que no quería formar un escándalo. Me puse nerviosa y no sabía como reaccionar, necesité al menos dos minutos para volver en mí y asimilar la situación.

El rey notó que estaba bastante callada así que se acercó a hablarme—¿Se encuentra bien? —, preguntó con gesto de preocupación. Yo simplemente traté de disimular los nervios y el asombro y contesté de forma calmada—Sí, de maravilla, majestad.

Sonrió—me alegra —,expresó con un leve suspiro de alivio. Volvió a tomar mi mano que, por nervios alejé de la suya y me guió hasta un salón lleno de libros que se hallaba en la segunda planta del castillo. Allí conversamos sobre distintas cosas. Me contó que aquel frío que caracterizaba a su reino, era en su mayoría causado por él, y que, en cierto modo, mantenía la paz.

Entonces, me distraje con un sonido familiar, asomé mi cabeza por la ventana y confirmé mi sospecha, se trataba del caballero de armadura plateada. Llegó arrastrando su gigantesca espada, la cual soltaba gotas escarlata. Se quitó el casco y pude ver su rostro. Era un hombre de lisos cabellos negros, con piel de un tono parecido al mio (no tan pálido) y ojos café. Se sentó en un escalón de la entrada y procedió a limpiar su arma. Después de ver semejante escena se me puso la piel de gallina, era obvio que la sangre en la espada era reciente. El rey, al ver mi cara de susto, se asomó también para entender lo que pasaba conmigo.

No se asuste, eso sucede a veces—dijo mientras me guiaba a un sillón para que me sentara. La habitación quedó en silencio un breve instante.

Hay momentos en los que se debe tomar decisiones drásticas—agregó—, existen personas que causan mucho daño y que... sinceramente, no me dejan otra alternativa. Sería estupendo si las cosas fueran más sencillas, pero hay personas que nunca cambiarán.

Entiendo—asentí. En lo que conversaba con el rey, pude darme cuenta de que se sentía solo y vacío. Me comentó que yo era la primera persona con la que había hablado sobre sus sentimientos y que estaba agradecido por mi empatía. Ofreció que me quedara en su castillo el tiempo que yo deseara y con alegría, acepté. Cuando escuchó mi respuesta se puso muy contento.

Durante mi estadía, el rey me colmó de atenciones. Tuve mi propia habitación y un armario repleto de ropa. Compró lienzos de todos tamaños, pinturas y pinceles para que yo pintara, ya que le conté cuanto me gustaba hacerlo. Pinté infinidad de cuadros que le fascinaron al apuesto monarca y que eran fuente de elogios para mí. Comprendí finalmente que mi presencia le traía felicidad. Luego, cuando estaba pintando un hermoso cuadro de aquel paisaje helado que vi al inicio, su alteza me llamó para decirme algo "importante", pero por desgracia no lo pude oír por que, justo en el momento que corrí para encontrarme con él, desperté, recordando con tristeza que aquello era sólo un sueño. El paraíso nevado, el majestuoso castillo, los aldeanos sonrientes, el caballero de expresión severa, el galante y amable rey de poderes invernales, mi lujosa recamara, mis abrigados conjuntos, los cuadros que pinté, los placenteros ratos que pasé, eran todos parte de un plano muy ajeno a mi monótona realidad.

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