Corazón de hielo.

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En una ciudad muy grande, con muchas escuelas, parques y plazas, vivía un jovencito llamado Valentín, quien provenía de una familia con grandes cantidades de dinero. Sus padres eran poseedores de tierras, donde tenían granjas en las que se cultivaba, y se criaba animales. Eran dueños de extensas hectáreas de terreno donde crecía frijol, maíz y varios tipos de granos, también se daban algunas frutas como naranjas, limones, mangos y guayabas. Entre los animales que se criaban en sus granjas había centenares de gallinas ponedoras, vacas lecheras, cabras y ovejas.

La familia de Valentín era conocida por todos dentro y fuera de la ciudad, eran respetados y admirados por su desempeño en los negocios y su buen trato hacia la comunidad. Su conducta intachable era una de sus más atractivas cualidades. Sin embargo, el joven no era nada parecido a su familia y menos a sus padres. Valentín era un muchacho muy reacio, perdía la paciencia con facilidad y detestaba recibir órdenes. Muchas veces lo comparaban con sus hermanos y esto sólo hacía que estallara su ira.

— ¡No seré como ellos, no pueden obligarme!—replicaba.

El ser el hermano de en medio era el que menos recibía atención, y en una familia tan numerosa, el tiempo que se le dedicaba llegaba a ser casi mínimo. Sus padres estaban siempre trabajando u ocupándose de la casa, y los hermanos mayores se ocupaban de los pequeños, entonces él solía ser dejado de lado.

Por comportarse tan apático, la mayoría de las personas a su alrededor preferían dejarlo solo, y pasaba los días aburrido y triste, pensando que jamás encontraría a nadie que pudiese comprenderlo, alguien con quien hablar de vez en cuando.

Al cumplir los trece años le regalaron un teléfono nuevo con una cámara de excelente resolución —cuídalo mucho, es para que puedas comunicarte con todos, hasta con tus amigos, la memoria es muy amplia, así podrás guardar muchos contactos—dijeron sus padres al entregarle el novedoso aparato.

—Como si tuviese mucha gente con quien conversar...—suspiró el muchacho.

Un día decidió levantarse temprano para salir a caminar, al recorrer las plazas observaba cómo grupos de niños se divertían, pese a que no tenían juguetes para entretenerse, cómo las parejas se sentaban en las bancas a parlotear durante horas, y los ancianos le lanzaban migajas de pan a las palomas.

Pasó por una cancha de basquetbol y se detuvo a mirar cómo jugaban unos chicos, los cuales parecían un poco mayores que él, pero no demasiado. Le daba curiosidad saber cómo le hacían para jugar durante tanto tiempo sin cansarse.

—Seguro son verdaderos atletas—pensó.

Al transcurrir la mañana empezó a sentir hambre, recordó entonces que no había desayunado, debía volver a casa, sin embargo, se perdería el final del partido si se iba en ese momento, así que optó por quedarse un rato más.

Uno de los jugadores le llamó bastante la atención, se trataba de un muchacho alto con el cabello teñido de azul, varios piercings en las orejas y jeans rasgados. Recordaba haberlo visto en otro lado, pero no dónde. Esperó hasta que el partido terminara sólo para saludar y preguntar su nombre. El aludido fue el último en salir de la cancha, cuando los demás se fueron se quedó unos minutos contemplando la canasta, como si planease alguna estrategia para el próximo juego. Valentín caminó hasta él y lo saludó cortésmente, elogió su forma de jugar y le preguntó por su nombre. El muchacho le estrechó la mano y le respondió en un tono casi indiferente.

—Un gusto, chiquillo, me llamo Ethan.

—amm, tu nombre no va con tu rostro, es bonito, pero muy simple... yo me llamo Valentín—dijo el menor.

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⏰ Última actualización: Sep 10, 2023 ⏰

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