Era una tarde como cualquier otra, regresaba de hacer lo de siempre, ir a clase, caminar por el centro, tratar de pasar por el banco para sacar efectivo, ir a ensayar a la coral...la rutina de la semana.
Como a las cinco de la tarde es que camino de regreso a casa, en compañía de amigos que van por la misma ruta. El trayecto es largo y agotador, y aún más en los días soleados. Recuerdo que ese día era miércoles, nos distrajimos mucho e hicimos varias paradas, y debido a eso, en la mitad del camino comenzó a oscurecer, entonces, decidimos apresurar el paso, faltando un par de cuadras para llegar a la parada que está cerca de donde vivo, casi en medio de la calle, en plena avenida, estaba un gato atropellado.
El pequeño animal yacía inerte en el asfalto, muy cercano a la isla donde están los postes, a la distancia pude notar como un hilillo de sangre chorreaba por un lado de su boca. No estaba aplastado, sino tendido de una forma muy extraña, deduje que se le había fracturado algún hueso, y que el impacto lo dejó en esa posición. Ver semejante escena me daba una sensación de desasosiego, impotencia y, en cierta forma, culpa. Me deprime tener que presenciar ese tipo cosas, ya que me dan una estocada en lo más profundo, en los rincones más sensibles de la conciencia.
Pese a que este tipo de acontecimientos son el pan de cada día, saberlo no me genera ningún consuelo.
Entre el bullicio de los automóviles que esquivaban el cuerpo inmóvil, y los llantos y lamentos de algunos de mis amigos, pude notar que el minino aún albergaba signos de vida. Al notarlo, el grupo se llenó de desesperación, pero nadie se atrevía a acercarse para mover al animal. El pobre con la poca consciencia que le quedaba, maullaba de dolor y gemía en busca de ayuda. Era como si supiese que si alguien no hacía algo sus últimos instantes de vida serían muy traumáticos y dolorosos, imagínense lo horrible que debe ser morir aplastado.
En un impulso repentino que hasta a mí me sorprendió, corrí a la calle, cargué al animal, y lo coloqué cuidadosamente sobre la isla, me mantuve junto a él unos segundos y me miró con un gesto que no olvidaré jamás, con un maullido un poco más calmado dirigió sus pequeños ojos a los míos, como si me dijera gracias, y justo cuando lo estaba soltando para irme corriendo hacia la acera, empezó a ronronear, no pude más y las lágrimas brotaron de mis ojos sin control, me levanté rápidamente y me hice la cruz con la mano (no soy una persona muy religiosa, sin embargo, me vi en la necesidad de hacerlo), al regresar con mi grupo vi como el pequeño felino dejaba de moverse, y su maullido no se escuchaba más.
Todo lo que quedaba del trayecto me quedé en silencio, mientras no paraba de llorar, mis amigos trataron de consolarme, pero no terminé de recuperar la compostura sino hasta que llegué a casa.
Me deprimí mucho después de eso, y es cierto que no podía hacer nada más, aunque me hubiese gustado haber estado en el momento en el que el gatito iba a cruzar la calle.
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Libro de One-Shots
RandomPequeñas historias de todo tipo. Desde simples cuentos a relatos más elaborados.