O1 |Marea roja|

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Me muevo con incomodidad en mi cama, creo que sólo logré dormir unas cuatro horas en toda la noche. Mi vientre dolía y mi humor estaba por los suelos.

Creo que ya sabrán de que habló. Exacto. Nuestra amada, querida y rojiza menstruación. Un gran compañero por una semana, o tal vez menos, de acuerdo a la suerte que mantienes.

Rápidamente me levanté y fui hasta mi baño, mi entrepierna dolía, y mi estómago rugía. ¿Saben lo peor? Es que mi querida amiga aún no sé digna en aparecer, es decir, sólo fueron síntomas, claro, ella sólo quiere verme sufrir.

Suspirando, tomé mi cabello en una coleta alta y aún con mi pijama extremadamente grande, caminé hasta mi cocina.

Allí estaba mi madre, con una extraña sustancia verde en su rostro. Rodeé mis ojos, sentándome en el primer asiento.

—Mamá, si me encuentro con aquella sustancia en mi desayuno, y luego me intoxico y muero, te vendré a visitar todas las noches, y no como un ángel —murmuré, apoyando mi rostro en la mesa.

—Y sí tú sigues soltando tu saliva en mi mesa, serás tú quien comprará otra y estarás castigada -respondió ella, posicionando una taza con café frente a mi rostro-. Ahora toma de tú café, te hará mejor.

Sonreí inconscientemente, mientras observaba a mi madre. Sin ni siquiera decirle lo que me ocurría, ella pudo descifrarlo. Realmente las madres son brujas, o tal vez las mujeres lo somos.

Lentamente comencé a beber de mi café, observando a mi madre como seguía acomodando de su sustancia, como también comía trozos de pepinos.

—¿Los pepinos no sé colocan en los ojos? —pregunté.

—Eso hacen las personas con dinero, como no tenemos sus banquetes, nosotros nos comemos el glorioso pepino —guiñó un ojo, sentándose.

—Eres extraña —susurré.

—Y tú mi hija —río fuertemente, mientras que yo rodaba mis ojos—. Sabes que de igual modo deberás de trabajar, ¿Verdad?

Solté un suspiro, moviendo mi cabeza en modo de afirmación. Mi madre tenía una cafetería a la vuelta de la calle. Fue un proyectó creado por ella y su hermana. Mamá al verme acostada todo los santos días, decidió obligarme a trabajar, y nada mejor que en su cafetería.

Exacto, mi madre es mi jefa. Y no es nada bonito. Ella literalmente me obliga a hacer absolutamente todo mientras que ella pinta sus uñas de un color rosa chillón.

Se preguntarán, ¿Qué hago durmiendo hasta tarde? Bueno, tengo veintiún años, a mi edad, debería de estar estudiando en una gran universidad y planeando mi futuro y los nombres de mis hijos, pero la verdad, es que no sé que diablos estudiar.

Hay millones de carreras, y yo no soy buena en absolutamente nada. Tal vez en dormir y comer, pero dudo que encuentre algo relacionado con ello.

—¿Al menos puedo estar sólo la mañana? Por favor —saqué mi labio inferior.

—Te pago por trabajar, no por estar acostada. Eso es lo que tú deseás estudiar, pero ya te lo he repetido cientos de veces, eso no existe.

Bufé, levantándome y caminando hasta mi cuarto, para tomar mi uniforme de trabajo y luego hasta el baño.

—Levanta tú cabeza y atiende, Gabriela —mamá habla, golpeando mi cabeza.

—No me llames Gabriela, mamá —rodeé mis ojos sentándome recta.

—Muévete de allí, y ve a atender —ordenó.

—Eso haré, mujer.

Con lentitud me levanté, mi estómago cada vez dolía más, sentía que en cualquier momento iba a desangrar y luego morir por una hemorragia.

Ya había pasado la hora de almuerzo, y yo no había comido absolutamente nada, siempre que mi menstruación llegaba, o ésta vez, acercaba, me ocurría aquello, hasta algunas veces no llegaba a comer por horas.

A pasos lentos pero seguros me dirigía a cada mesa, atendiendo pedidos y recibiendo a los clientes.

—Uff -mamá silbó a mi lado—. Chico guapo a las tres.

Entrecerré mis ojos, mientras tomaba con mis manos mi estómago.

—Mamá, ya estás vieja para novios —hablé, cerrando mis ojos.

—¡Es muy joven para mi, Gaby —exclamó, tomando mi cuerpo y poniéndome recta.

—Mamá basta, me duelen las trompas de Falopio.

—Que idiota eres —carcajeó—. Déjame verte.

Ella comenzó a revisar mi rostro, soltó mi cola de cabello, acomodó mi blusa, abrió dos botones y luego tomó mi rostro con sus manos.

Entré sus dedos tomó mis labios y los presionó. Debo de admitir que dolió. Acomodó mis cejas y luego llevó un dedo a su boca, para luego pasarla por mi mejilla.

—Mamá, que asco —bufé, separándome de ella.

—Vamos, quiero que conquistes a aquél chico —apuntó a mis espaldas.

Cuidadosamente giré, y sentí como si milagrosamente mis dolores se detenían. Jesús, necesitaba de aquélla medicina. Él podría ser mi doctor personal, y yo ser su gatita en celo. Bueno, literalmente, ya que dentro de poco mi menstruación llegará.

Su cabello rubio caía por su frente, sus facciones eran completamente perfectas, y mis piernas comenzaron a temblar. No sé si es por él, o porque el dolor había llegado nuevamente.

—¿Tengo que ir?

—Si no vas tú, voy yo.

—No me gustaría ver eso.

Ordené mi cabello y abroché un botón de mi blusa, sentí a mi madre bufar y levemente sonreí.

Con nerviosismo me acerqué. Él se sentó en una de las mesas más alejadas. Estaba leyendo el menú, cuando me posicione a su lado.

Él levantó su mirada y sonrió. Ay, creo que me desmayare. ¿Por qué sus dientes son tan blancos? Los míos están así y rectos ya que en mi adolescencia viví con aparatos en ellos. Estoy casi segura que él no.

—¿Vas a pedir? —pregunté en un silencio murmuro.

—Aún no, estoy esperando a alguien —respondió, una serie de sentimientos atravesaron mi estómago.

Primero, su voz, joder, pero que voz. Era tan ronca y grave, pero a la vez con un toque dulce y suave. Mi voz era chillona, y peor aún cuando estaba enferma.

Segundo...¿Esperando a alguien? Tiene novia, ugh. Ahora absolutamente nadie está soltero, por tener una novia, o por gustarle el sexo opuesto.

Quise llorar de decepción. Aquél macho ya estaba ocupado, mamá se sentirá completamente decepcionada de mí. Creo que debí dejar mis dos botones abiertos o tal vez más.

—Está bien, cuando estés listo, llámame -dije, pero de inmediato me arrepentí—. No es que te esté pidiendo tú número telefónico, por supuesto que no, aunque no es que aquello fuera malo y no lo haría, pero aquél no es el punto. Lo decía literalmente, llamar, por mi nombre. Tal vez te sirva un grito o tal vez un silbido. Hasta puedes solo alzar la mano, creo que eso será mejor, si... —me detuve al escuchar mi vómito verbal.

—Creo que tomaré la opción de alzar la mano —río, apoyando sus brazos en la mesa.

—Buena opción.

Suspirando, y dedicándole una última mirada, giré no obstante no caminé ni un metro, cuando me detuve. Mi cuerpo entero se tensó, y mis piernas temblaron aún más.

Un fuerte dolor atravesó mi estómago, y lentamente sentí como algo caía por mi entrepierna.

Oh, grandiosa, querida y rojiza menstruación, ahora no es tiempo de aparecer. Te espero en unas horas más, pero ahora no, por favor.

—Uh, señorita —la suave y grave voz del chico interrumpió mis súplicas.

—¿Si? —mis hombros se encogieron más.

—Creo que tú pantalón está manchado, con algo rojizo y viscoso.

Te odio, marea roja.

Menstruation ~Alonso Villalpando~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora