Capítulo 1

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Lucy

Fairy Tail había vuelto.

Sentí que mi corazón se paraba durante unos segundos antes de empezar a latir a trompicones. No sabía cómo sentirme.

Había deseado aquello durante tanto tiempo... y sin embargo, al verlos a todos en la fotografía del periódico, no pude evitar sentirme triste.

La nostalgia se apoderó de mí. Ellos estarían juntos de nuevo, pero yo...

Yo no iba a volver. Y de todos modos, no me habían encontrado. No creí que fuesen a conseguirlo.

Esperaba que no lo consiguiesen. Eso solo haría que tuviese que mudarme. Y no me veía capaz de soportar una nueva ronda de despedidas.

Dejé el periódico sobre la mesa de la cocina y fui a buscar unas tijeras. Recorté el artículo y tiré el resto del periódico a la basura.

No volvería a comprar uno. Estaba segura de que si Fairy Tail había vuelto, iban a tener muchas primeras páginas.

Pensé en enmarcarla, pero me dolería cada vez que los viese, como me pasaba con el resto de imágenes que había tratado de tener por la casa pero había acabado por retirar.

Abrí un libro que tenía por duplicado, porque me había gustado tanto que me compré la edición limitada, tomé la fotografía y la introduje entre sus páginas gastadas, para que no se arrugase.

Me dirgí a mi mesita de noche y puse el libro en el último cajón, evitando mirar las imágenes que allí reposaban.

Me miré con desgana en el espejo de cuerpo completo que tenía en frente de la cama. Después de leer aquello, no tenía muchas ganas de ir a trabajar, pero si no iba, no me pagarían el día, y entonces no podría pagar el alquiler.

Iba un poco justa de dinero.

Abrí el armario empotrado que se hallaba a la derecha de mi cama, en el lado contrario de mi mesita de noche, y haciendo esquina con el enorme ventanal que ocupaba casi toda la pared.

Miré la parte del armario que evitaba mirar con frecuencia, aquella al fondo que contenía todas las minifaldas y camisetas cortas y escotadas que había llevado tan solo un año atrás embutidas en una caja de cartón.

Giré la cabeza bruscamente en un intento vano de alejar los recuerdos bien contenidos en una parte remota de mi cerebro y agarré con fuerza un pantalón corto negro y una blusa de tirantes rosa, fina y con el cuello cerrado.

Me calcé torpemente unas sandalias y me eché el pelo hacia atrás.

No me arrepentía de habérmelo cortado a la altura de la barbilla.

Respiré hondo para tranquilizarme y me puse una diadema negra y lisa que me echó el flequillo hacia atrás. Cogí el bolso que estaba colgado en el perchero en la entrada y salí al pasillo.

Preparada para intentar soportar otro día.

Preparada para intentar olvidar.

***

La cerradura traqueteó mientras introducía en ella la llave.

Una enorme y pesada llave dorada.

Empujé las puertas (también enormes y pesadas), como cada estúpida mañana a las ocho, y caminé lentamente hacia el interior de la polvorienta biblioteca. Mis pasos ligeros resonaban en el silencioso interior.

Llegué al mostrador, encendí una vela y agarré un libro, lista para pasarme todo el día sin ver ni a una persona pasarse por allí.

Rebusqué en el bolso hasta encontrar mis gafas: de pasta negra con dos gruesos cristales.

Si me encontrase con alguien del gremio, seguro que no me reconocerían. Me había convertido en toda una empollona.

No tenía ni idea de qué libro había agarrado, así que miré la portada.

Parecía perseguirme.

Había una brillante ilustración de un dragón rojo con remaches dorados en las escamas que parecía observarme con dos brillantes ojos verde jade.

En letras llameantes se podía leer: SALAMAMDER, guía del dragón de fuego.

¡¿EN SERIO?! Como solía ser su costumbre, Natsu no me dejaba tranquila ni en el trabajo.

Frené mis pensamientos en seco e hice una mueca al recordar su nombre.

Sacudí la cabeza con energía y le di un manotazo al libro para alejarlo de mí.

Tragué saliva y trate de retener las lágrimas que me enturbiaban la visión.

Respiré hondo: inspiración, pausa, espiración...

Logré tranquilizarme lo suficiente para poner el libro en el estante más alejado que pude y corrí a buscar otro.

Uno que le borrase de mi mente, que los borrase a todos de mi mente.

Y así es como acabé por sentarme con las manos vacías, las gafas manchadas de lágrimas y la respiración agitada detrás de mi escritorio.

Y así es como volví a escribir.

***

Hacía mucho que no escribía. Por el simple hecho de que cada vez que agarraba el papel y la pluma ellos venían a mí.

Y sólo podía poner un gran bloqueo en mi mente para no llorar.

Pero ese día, ese día que había llorado por primera vez en un año, pude volver a coger mi pluma.

Pude volver a pintar con palabras.

Escribí sobre él. Sobre el chico de cabellos rosados que me había hecho miembro del gremio de mis sueños, sobre el gato azul que siempre le acompañaba, sobre su manera de colarse en mi apartamento por la ventana o de insultarme. La manera en que Happy me llevaba.

Escribí sobre Titania, sobre su armadura de Heart Kreuz y su amor por las tartas de fresa. Sobre que era mejor no hacerla enfadar.

Sobre la manera que tenía Gray de ir dejando un rastro de ropa allá por donde iba, y de su amor-no-demostrado por Juvia.

Sobre esta, su manera de llamarme rival de amor, su bondad y sus abundantes cambios de peinado.

Sobre Levy-chan y Gajeel. Wendy, Lily, Charle, Romeo, Cana, Laxus, Fried, Evergreen, Bickslow, Elfman, Lissana, Wakaba, Macao, Bisca, Alzack, Asuka, el Maestro...

Y con cada palabra, cada nombre, cada historia que plasmé ese día en el papel, aligeraron un poco el peso que cargaba en mis espaldas.

Y por primera vez en mucho tiempo, lloré.

Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí ligera.

Y libre. Y ya no me dolía tanto el no poder volver, porque al fin y al cabo, siempre me quedarían las palabras.

Tears ~ Fairy Tail NaLuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora