Capítulo 3

845 72 11
                                    

Capítulo III

Está a una semana de que lleguen los reclutadores del Capitolio, y la discusión en su casa no ha sido lo que se dice completamente fácil. La señora Mellark ha insistido en que sea su hijo más joven quien deba prestar el servicio para el Capitolio, después de todo, Ayron es más útil para el negocio.

O eso es lo que ella ha dicho.

Peeta no se siente ofendido por que su madre no se toque el corazón y ya haya escogido a un hijo sobre el otro, pero no por eso duele menos. Y honestamente sería absurdo esperar otra actitud de su madre a estas alturas. Es un bien conocido secreto a voces que la esposa del panadero de la ciudad golpea a sus hijos. En más de una ocasión, Peeta tuvo que presentarse en la escuela con algunos golpes en la cara. Sin embargo los maltratos físicos terminaron cuando rebasaron la altura de su madre y entonces ella canalizó su ira al mero abuso verbal.

Nada preferible, pero definitivamente mejor.

Entonces mientras Peeta lucha por salir del impacto de saber que será él, quien cumpla la orden del Capitolio, Ayron salta indignado. – ¿Por qué tengo que ser yo quien debe quedarse y no Peeta? –Los ojos del menor de los Mellark se expanden sorprendidos – ¡Yo estoy fastidiado de vivir en el doce!

«Así que sólo es eso» Piensa Peeta, sintiéndose estúpidamente ingenuo por haber pensado bien de su hermano mayor por un segundo.

El señor Mellark mira a su mujer. Es claro para todos que si él pudiera evitar enviar a alguno de sus hijos, lo haría. Esa supuesta debilidad que su esposa ve en él la irrita más que el arrebato caprichoso de su hijo. –No puedes ir tú, Ayron. Te necesitamos en la panadería. –Declara con mucha firmeza.

-¡Pero, mamá! –Exclama el joven. Es delgado y más alto que Peeta, y alardea de no haber temido nunca a nada. Mientras alega, se pone en pie movido por la frustración y el enojo -¡Es una oportunidad única para conocer algo fuera de este aburrido pueblo!

-¡Tú no irás! –Grita iracunda la señora Mellark imitando a su hijo al ponerse sobre sus pies.

Mientras Ayron y su madre discuten acaloradamente. Al igual que su padre, Peeta se sume en sus pensamientos con facilidad. Ya está acostumbrado a que sus opiniones no serán valoradas aunque las grite a todo pulmón. También está seguro que Ayron no ganará esta discusión, por lo que comienza a organizar una lista mental de las cosas que ha de hacer antes de abandonar el distrito donde ha vivido toda su vida.

Sabe de antemano que le será difícil dejar a su padre. Y aunque cualquiera podría pensar que le guarda resentimiento por no haber puesto un alto a los abusos de su madre, él no lo culpa. Lachlan Mellark puede ser considerado un hombre blando, pero Peeta sabe que lo ama a él y a sus hermanos. Ha sido testigo de los desvelos que el día de la cosecha le trae año tras año. Ha visto la constancia de su trabajo, sin quejarse nunca, ni fatigarse por sacar adelante a su familia. Además se opuso rotundamente, cuatro años atrás, a que sus hijos tomaran teselas cuando el negocio iba mal.

El joven Mellark voltea a ver a su padre. A diferencia de su madre, sí sabe apreciar el cabello cano del hombre robusto que está sentado frente a él, perdido en un mundo al que Peeta ha podido acceder en algunas ocasiones. Las hebras plateadas solo pueden ser vistas entre el espeso cabello rubio si miras con atención. Las más notables arrugas del amable rostro, son las que están marcadas alrededor de su boca y de sus ojos. Es claro que en su juventud fue un hombre bien parecido. Si hay algo que Peeta Mellark ha aprendido de su padre, además de saber hacer el pan, es el buscar el lado positivo de las cosas. Y ya tan sólo es por eso que le está eternamente agradecido. Considera que lo primero que hará antes de partir es hacerle saber a su padre cuán buen hombre, y que gran ejemplo ha sido para él en su vida.

Aunque el cielo se derrumbéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora