26. Martina

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Estoy delirando.

Giro mi cabeza de lado a lado, desesperada. Me tengo que morder los labios para no gritar.

Siento que palpito contra su lengua, lo tengo justo ahí. En cada pasada, en cada círculo que traza con ella, en cada caricia, estoy más cerca del orgasmo.

Tenía tanto miedo.

Nunca fui buena en la cama, me cuesta llegar, me cuesta hacer cosas o lucir sensual. Pero siento que todo está yendo tal y como tiene que ir.

Emanuel es perfecto y lo que me hace sentir, maravilloso.

Una parte de mí no quiere que termine tan pronto. La otra, quiere dejarse llevar en lo que se avecina como un orgasmo devastador.

Agarro las sábanas con fuerza y me tenso más. No me atrevo a tocarlo por miedo a clavar mis uñas en su piel con la fuerza con la que lo hago en el colchón.

―Ema... Emanuel... por... favor ―me sale cortado. No puedo más.

Usa ahora también sus dedos, que se adentran en mi vagina y me dilatan. Siento la humedad correr por mi abertura.

―¿Así? ―pregunta y sigue con su tortura.

―No. Así no ―respondo sin pensar.

Ema sube y me cubre con su cuerpo. Me besa y siento mi sabor en sus labios.

―¿Cómo?

―Con vos.

Me roza y lo siento aún más caliente de lo que estoy yo.

Sigue besándome mientras con su mano palpa la mesa de luz. Siento que abre el cajón y rebusca.

No puedo evitar reír nerviosa.

―Te juro que tengo ―dice contra mis labios y se me escapa una carcajada nerviosa.

No nos queremos separar ni para buscar los preservativos, pero no nos queda más remedio. El cajón se sale y cae con estruendo contra el piso. Volvemos a reír.

El contenido se dispersa y el sobre de Prime termina demasiado lejos.

―Dios me odia ―gruñe Ema con humor y no le queda otra que pararse.

Lo veo ir y venir y me deleito de la imagen de su cuerpo desnudo. Su piel trigueña, apenas más clara en la zona dónde nunca toca el sol, cubre unos músculos delgados y flexibles.

Se nota que son de hacer deporte y no de gimnasio, porque no están muy abultados en ninguna parte.

No tiene casi vello, ni en el pecho, ni en las piernas, ni en el culo que ahora queda frente a mis ojos cuando se agacha.

Nunca pensé que encontraría encantador el culo de un hombre. En general, no me gustan. Excepto el de Ema, el de Emanuel es un poema.

Un poema que se me atora en la garganta cuando se gira victorioso con el envoltorio entre los dedos.

En la desesperación de quitarnos la ropa, tocarnos y besarnos, no pude detenerme a admirarlo. Ahora lo hago. Y... «¡Oh!» es todo lo que puedo decir al respecto.

Se arrodilla en la cama mientras con los dientes abre el sobre y yo no aguanto la tentación de tocarlo. Rodeo su pene con mis dedos y voy de arriba abajo, acariciando, apretando y disfrutando de la sensación. Sintiendo la piel suave que lo envuelve, la humedad de su preseminal, la dureza de su excitación...

―Martina ―ruega tenso. Y yo, sin proponérmelo, hago algo que nunca me gustó hacer. Me lo llevo a la boca.

Emanuel larga el aire y gruñe, todo al mismo tiempo. Jugueteo con la lengua, con los labios y pruebo cuán hondo me entra.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora