¿Alguna vez han sentido el irrefrenable deseo de huir? ¿Irse lejos? ¿no mirar atrás?
Estoy viajando camino a Rosario. En el parador de San Nicolás, las puertas del cole se abren y yo me pregunto cuán lejos puedo llegar con el dinero que llevo y los tuppers con comida.
No es la primera vez que lo pienso. Es que me siento «atrapada», es difícil de explicar.
Volví a pelear con Darío, mi novio. No es novedad, hace un año que peleamos todo el tiempo, últimamente cada vez que lo veo.
Se preguntarán por qué no lo dejo y la respuesta es el eterno cliché: «es complicado».
Les juro que lo es, porque... porque lo quiero. O eso creo. Estoy muy confundida; empiezo a creer que, con él, siempre lo estuve.
Salgo con Darío desde los catorce años. En ese tiempo me pareció un sueño hecho realidad, yo Martina, la chica insulsa, era el amor de la vida de Darío.
A veces me pregunto si me enamoré de él o me enamoré del amor. Como sea... ahora no encuentro la valentía para dejarlo. Y, además, Darío no está dispuesto a dejarme ir.
Esa es la razón por la que siempre peleamos, porque me fui. Dejé mi ciudad, Ramallo, y me vine a Rosario a estudiar arquitectura. Ahora nos vemos sólo los fines de semana y eso lo pone de mal humor.
En cambio, yo... yo nunca fui más feliz en mi vida. No es que sea el himno a la alegría andante, pero me siento distinta. Tengo una nueva mejor amiga, Lorena, con quien me fui a vivir a principio de año. Ella es genial, en serio. Es todo lo que yo no soy: Linda ―para empezar―, simpática, alegre, jodona, desinhibida... La adoro. Ella me escucha y yo la escucho, nos quedamos hasta la madrugada hablando, casi siempre de los chicos con los que sale.
Yo no le cuento mucho de Darío, no por falta de confianza, sino porque... porque lo de Darío y yo es un secreto.
Les dije que era complicado.
Igual, Lore sabe que salgo con él, sólo que no conoce cómo es nuestra relación. Lo único que ve es que yo soy la única persona del mundo que ama los lunes y odia los viernes. Siempre me repite «Dejalo de manera definitiva y bloquealo de todos lados» y les juro que lo intento.
Llego cada fin de semana a Ramallo repitiendo «Dejalo, dejalo, dejalo» y cuando arranco con:
―Darío, tenemos que hablar.
El mundo se desmorona.
Darío tiene un superpoder, de verdad. Tiene la capacidad de hacer que te sientas miserable, culpable y que, de alguna manera, termines dándole siempre la razón.
Así que llego con un «dejalo» y me voy con un «¡Qué pelotuda soy!».
Eso es exactamente lo que se me cruza por la mente cuando el cole se desvía para no pasar por el parque. Juega Newell's y yo, tan apurada por escaparme, no me fije antes de sacar el pasaje.
¡Qué pelotuda soy!
Mientras espero un taxi ―no pienso correr el riesgo de subirme con barras bravas a un cole― agarro el celu para avisarle a Lore que llego antes. Veo la burbujita de WhatsApp y cuando deslizo leo «Darío».
¡La puta madre! Bloqueo el teléfono antes de abrirlo, no quiero que me vea en línea; si no, empieza con el «¿Por qué no contestas? ¿Tanto te cuesta dedicarme cinco minutos?».
―Pellegrini está cortada ―dice el taxista.
―Sí.
―Voy a tener que dar una vuelta... ―se queja.
ESTÁS LEYENDO
Entonces, me abrazó (Completa)
RomanceMartina está atrapada en una relación de la que sabe debe huir, pero no encuentra la fuerza para hacerlo. Hasta que conoce a Emanuel. Emanuel Aguirre le enseñará la diferencia que existe entre los lazos sanos y los enfermos, entre entregarse a a...