45. Emanuel

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No puedo desprenderme de ella. La beso sin apenas separarme para respirar. ¿Para qué? Si no vale la pena vivir sin sus besos.

Martina está igual que yo, noto el cambio en ella. Esta vez, lo desea emocional y físicamente, y yo muero por complacerla. Sus labios me recorren el cuello, el mentón y vuelven a mi boca.

Empezamos a desvestirnos en el living de su departamento, extraño su piel. La toco por todas partes y la llevo contra la mesa. La ayudo a subir y abre sus piernas acogiéndome entre ellas.

―Te amo ―murmuro en su cuello y sigo bajando. Desabrocho su corpiño y desnudo sus pechos. Empiezo a lamerlos y ella se arquea contra mi boca.

Sí. Es tan perfecta.

Lleno mis manos de ella, también mi boca. Marco con mis dedos el camino que me conozco de memoria a pesar del tiempo que hace que no lo recorro. Su cintura ahora es más estrecha y el pequeño rollito está casi extinto. Sus muslos más delgados me rodean con la misma fuerza que antes y llevan mis caderas hasta el centro exacto en donde nace el máximo placer.

Me desabrocho el jean, no sólo para sentirla, sino también, para no lastimarla con el cierre sobre la delgada tela de su bombacha.

―¿Tréboles? ―se ríe y yo sonrío contra su boca.

―Son nuevos, noté que el estampado me trae suerte ―contesto y muerdo sus labios. Ella me devuelve el favor introduciendo su lengua en mi boca. Profundizo más el beso y ella hace lo mismo. Un duelo de lenguas se desata entre nosotros y ambos ganamos.

―No te hacía tan cabulero ―bromea con poco aire y me acaricia sobre la tela. Gimo y muevo mis caderas para rozar mejor su mano.

―Porque no me conociste en el mundial.

―Probemos tu suerte ―dice Martina―. A ver ¿tenés preservativos? Porque lamentablemente, hice cualquiera con las pastillas este mes.

Largo una carcajada y vuelvo a besarla.

―Funcionan. Sí, tengo uno.

Y eso es lo último que digo por un buen rato. La recuesto sobre la mesa y beso cada rincón de su cuerpo, luego hago que me dé la espalda, para prestar la misma atención a su espalda y a ese culo hermoso que me hace delirar.

No quito su bombacha todavía, me deleito de sentir la humedad sobre la tela. Yo tampoco me desvisto por completo, dejo mi bóxer de la buena suerte hasta último momento.

―Ema ―me pide más.

―Te dije, tengo uno. Así que me lo guardo para el final.

Paso mi mano por debajo de su ropa interior y busco la entrada a su cuerpo. Está tan resbaladiza... introduzco un dedo y luego otro, abriéndola y lubricándome con ella. Con el pulgar, comienzo a trazar círculos en su clítoris hasta que la siento gemir desesperada.

―Así amor, así ―le pido que se deje llevar.

Martina se recuesta sobre la mesa, dándome mejor acceso y permitiendo que vaya más hondo en mis caricias. Parece un manjar servido sólo para mí.

Y pienso darme una panzada.

―Ema, Ema ―gime cerca del orgasmo y acelero mis caricias hasta que la siento explotar entorno a mis dedos.

Cae laxa y satisfecha y yo también, aunque no saciado. Quiero mucho más de Martina esta noche y quiero darle mucho más también.

Espero a que los espasmos remitan para volver a acariciarla. Lo hago suave, acompañando todo con mi boca. Vuelvo a besarla, en los labios, en el cuello... Tomo sus pezones rosados dentro de mi boca y succiono.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora