8. Martina

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―Ma, tengo que irme o pierdo el cole.

―Y andate ―dice mi mamá y empiezo a ponerme de mal humor.

Se suponía que uno de ellos iba a ir a hablar con la directora. Mi papá apareció el domingo, tuvimos un almuerzo súper incómodo en el que se la pasaron tirándose indirectas con mi mamá y volvió a desaparecer.

Mi vieja, como siempre que pasan estas cosas, usa a mi hermano de arma contra mi viejo.

«Ser padre no es venir los domingos, andá y hacete cargo con la directora»

¿Ustedes ven a mi viejo por algún lado? Porque yo no.

En lugar de dar la batalla por perdida y poner el bienestar de Tiago por encima de su lucha matrimonial, ambos se cagaron en él y ninguno se va a presentar en la escuela.

Por lo tanto, pierdo el cole, pierdo la clase del lunes ―que encima es de física― y voy yo a hablar con la directora.

―Tiago, dejá de mirar los dibus y apurate con el desayuno ―le ordeno medio de mala manera y me lamento por agarrármelas con él. Al fin de cuentas, parece la bolsa de box de todos en esta casa; no me sorprende que tenga tantos problemas.

―¿Vas a ir vos? ―pregunta mi mamá.

―Salvo que papá se materialice en cinco minutos...

―Llamá a Darío ―propone mi vieja y yo revoleo el bolso listo para viajar en el sillón.

―No. No pienso llamar a Darío. No sé si notaste, ma, pero él no es el papá de Tiago. No tiene por qué hacerse cargo de esto. Yo tampoco, para el caso ―agrego lo último en voz baja.

―Martina, me das dolor de cabeza con tus reclamos constantes. Todo te molesta, si lo hacés vos, porque lo hacés vos, si Darío ayuda, porque ayuda...

―¿Por qué será? Que loco que no te sumes en la ecuación ―largo el veneno.

―Me cansé ―dice. Le da un beso a mi hermano en la frente y se va. Tiago la ignora por completo y me sorprende que mi vieja ni siquiera se sienta dolida.

A mí no me saluda.

―Tiago, ponete el guardapolvo. Yo, mientras, llamo el remís. Si no estás listo en cuanto llegue el auto, vas a ver ―lanzo mi amenaza vacía.

Mientras mi hermano acomoda las cosas para ir al cole, yo separo mis tuppers para juntarlos a las corridas y, si tengo suerte, no perder todo el día en Ramallo.

Estoy con el teléfono en la oreja, cuando siento que se abre la puerta.

¡La puta madre!

―Martina ―saluda Darío sin besarme en los labios.

―¿Qué hacés acá? ―pregunto molesta y siento como la mirada de mi novio me quema.

―Ayudo. Eso hago. Dios, cada día más pendeja estás.

―Si te molesta, andate. Hoy tengo un pésimo día, voy a perder mis clases...

―Martina, calmate ¿ok? A esto vine. ¡Vamos, campeón! ―le grita a mi hermano.

Cuelgo el teléfono y largo el aire.

Darío nos lleva a la escuela de mi hermano y, mientras Tiago va a clases, nosotros esperamos a que la directora nos atienda.

―No tendrías que estar acá ―le digo entre agradecida y ofendida.

―Amor, sí tengo. Es tu hermano, te preocupa, así que acá estoy.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora