12. Martina

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Mis fantasías no son más sólo eso. Son reales.

Ahora sé que basta con que me acerque a Ema y lo bese para que todo sea tal y como es en mi mente. Perfecto.

Salvo que no alcanza. Porque mi vida no es perfecta. Porque en mi vida está Darío y mi familia y Tiago y mis problemas.

En mi mente, podía mantener todo eso al margen y centrarme sólo en Ema.

Ya no.

No puedo hacer como si nada. Voy a lastimarlo y lo último que quiero es lastimarlo. ¿Y yo? ¿Qué quiero yo? Esa es la pregunta del millón, porque no sé lo que quiero. Mejor dicho, sí sé, quiero una vida distinta, en la que pueda estar con Emanuel sin preocuparme por nada más.

No tengo esa vida.

Suponiendo que logre cortar con Darío, él siempre va a formar parte de mis días. No va a desaparecer y lo que es peor, voy a seguir necesitándolo.

¿Con qué cara le voy a pedir que ayude a mi hermano si ya no salimos? Y sobre todo ¿qué derecho tengo de pedirle a Ema que soporte mi vida con mi ex?

Tendría que cortar cualquier lazo con Emanuel, ser clara y decir que no hay esperanzas para nosotros. Mejor ahora antes de que nos enganchemos más. Mejor ahora antes de que duela.

«Ya duele».

Sí. Duele como la puta madre.

Me ofreció su amistad. Valoro su amistad.

Cumplió su palabra, lo cual me sorprendió aún más, no estoy acostumbrada a la gente cumplidora. No volvió a sacar el tema ni a decir nada. Me habla, me manda mensajes, quedamos cada tanto para hacer algo, pero jamás se tira o busca más.

Somos amigos. Sé que puedo contar con él y él, sin duda, puede contar conmigo. Le cuento cosas ―no de Darío, me parece morboso― y nos divertimos.

Desde entonces, en casa, construí un muro entorno a mí.

Me aíslo completamente de lo que pasa. No peleo con Darío, simplemente no contesto. Lo mismo con mis papás. Me centro en Tiago y en ayudarlo en lo que sea.

Paso los fines de semana sentada con él, en el sofá, jugando a los jueguitos. Dejo que me cuente de sus compañeros y de sus pesares. Tiene un amigo, Pedro, que lo trata bien cuando nadie lo ve. Parece un buen chico; no se le puede pedir que enfrente a todo el curso por mi hermano, pero al menos le brinda su amistad y nunca se burla.

―Me sostiene los pies cuando hacemos abdominales ―me cuenta―. Nadie quiere hacerlos conmigo porque tardo mucho.

―Es hasta que le agarres la mano. Mirame a mí, puedo hacer cientos sin cansarme.

Me sonríe.

―Igual tenés panza. ―Me río de su comentario algo malicioso.

―No se quiere ir. ―Le muestro el flotador que me quedó de toda la vida. Es más piel que otra cosa, de cuando estuve demasiado gorda.

Como era chica cuando bajé de peso, el desarrollo y estirón hicieron gran parte del trabajo; combinado con ejercicio, me salvé de hacer cirugía.

No llegué a obesidad mórbida, pero, aun así, me quedaron secuelas: el rollito, algo de piel floja y estrías.

―¿Estás triste? ―me pregunta de la nada y me descoloca.

«¿Tanto se nota?».

―¿Por? ―pregunto en cambio.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora