Caso 3: Puzles y Rabietas

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Un cordial saludo a todos:

Agradeciendo sus lecturas y esperando no haber tardado tanto (nada como la última vez), aquí les dejo el tercer capítulo de esta historia para su goce.

Bienvenidos a la lectura

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Los golpes en la puerta me despertaron. Y aturdido como estaba, apenas concebí una respuesta:

−¡No estoy! –Demás está decir que los golpes siguieron y con más insistencia que antes, como una forma de castigarme por tan estúpida excusa. Y cuando dejé pasar unos minutos, di por sentado que todo cuanto hacía esa persona era albergar la absurda esperanza de sacarme de la oficina por cansancio...y lejos no estaba, cualquier cosa era mejor que oír los golpes insistentes que te impulsaban a mandarlo todo al diablo.

Pero qué prisas tendría...y qué cansado estaba yo. Finalmente tenía un segundo de paz que sabía que no sería eterno, pero lo ansiaba...aunque de ahí a imaginar que no tardaría ni diez minutos en dormirme y volver a despertar me parecía casi una burla. Una pastilla antes de olvidarlas, la seguridad de la estabilidad cerebral por unas horas y ya podía levantarme e intentar reponer el cuerpo en tiempo récord, preguntándome qué sería aquello que impulsara la continuidad de los golpes, como si no fuera suficiente el resonar de mis pasos para dar a entender que ya había escuchado su llamado, bastando únicamente que abriera para acallar de una vez el grito silente reemplazado por los nudillos sobre la madera, sin sorprenderme más de la cuenta encontrar la presencia responsable de tanto escándalo ahí, a la espera.

−Déjame adivinar –solté con una mano en la cabeza y la otra apoyada en el umbral–, ahora Lane no te recomendó venir, ¿verdad?

Y en el fondo, me obligué a decirlo para que no se notara que acababa de despertar y para alejar la impresión de que esperaba algo así...en realidad, no sabría decir si lo esperaba o no, sólo tenía claro que no me sorprendía demasiado, o estaba demasiado cansado o los acontecimientos de la noche anterior quizás seguían demasiado frescos en mi memoria como para verse consumidos por una posible extensión de mi amnesia o permitirle espacio de acción a mi capacidad de asombro ya mermada.

−Doctor...yo... −Apenas un hilo de voz quebrada, apenas un susurro angustiado que escapó de sus labios con excesiva dificultad antes de mirarme al ojo con esa misma mirada que imaginé en ella de estar destrozada, la misma que me había mostrado parcialmente durante la que había sido la primera y última (dentro de mi concepción de gratitud) sesión...aunque seguía estando más presente en ella esa necesidad de agradar a los demás o en última instancia, de pedir disculpas cuando no hacía falta, como toda mocosa que intenta ser o aparentar ser una niña buena–, la...lamento no...no ser más agradecida, pero...pero...

−Sólo pasa –gruñí mientras volteaba en busca de agua, el mismo vaso lleno que le ofrecí en silencio una vez ella tomó asiento, el mismo que ella prácticamente vació en un par de tragos con tal de ahogar su propia angustia–, y si vas a explicarme qué carajos haces aquí, ahórrate las disculpas, nada disculpa que hayas decidido venir, simplemente estás y ya.

−Pero...es que usted dijo...

−Ah, ¿y te tomas en serio todo lo que dice la gente? –En realidad, sí lo había dicho en serio, pero lo último que quería era que me cantara las mil y un razones que tuvo para tragarse toda mi actuación...y parecía dispuesta a eso y lo último que quería era darle más razones para sentirse miserable, más de lo que ya se sentía, que si llegaba a salir llorando de la oficina, que no fuera por mi culpa, que ésta se quedara simplemente en cierto rastro de inseguridad con la que parecía cargar desde la única sesión–. Chica...ya estás aquí, yo estoy aquí para la gente que lo necesite, así que no hagas caso a lo que te pueda decir alguien en su trabajo con el ceño fruncido y un pésimo humor, te aseguro que el noventa por ciento de lo que te dijo carece de credibilidad y no tardará demasiado en decirte que olvides todo lo que pasó –porque en cierta forma, la ira es como el alcohol o cualquier droga, adictiva, te ha sentir poderoso y capaz de todo sin contemplaciones y cuando baja su efecto, recae sobre ti el cargo de conciencia por todo aquello que hiciste y que muchas veces eres incapaz de recordar, así como el dolor que produce la certeza de saber que no puedes reparar lo que dejas atrás.

Hollywood Arts: Academia del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora