Yo creo en el caos

132 15 3
                                    

Un cordial saludo a todos:

Además de pedirles disculpas por la tardanza, me parece justo avisar que a esta historia le quedan, sin contar el presente capítulo, otros tres para terminar. Agradezco el apoyo que me han brindado a pesar de mi falta de constancia.

Sin nada más que agregar, los invito a la lectura y les doy la bienvenida.

x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x

Desperté sobresaltado, acción que, en sí misma, bastaba para sobresaltarme, porque ni siquiera recordaba haber cerrado los ojos.

Lo más extraño fue encontrarme a mí mismo en una habitación, tendido sobre una de las familiares y duras camillas que suelen tener a disposición de quien la necesite. Se habían tomado la molestia de quitarme la ropa, la cual permanecía doblada sobre una silla. Debía de estar por amanecer, al menos eso indicaban los débiles destellos que se insinuaban a través de la única ventana...sí, recordaba haber...recordaba haber salido precipitadamente del departamento, pero... ¿Cómo chingados había derivado todo en eso? Quizás tenía relación con el horrible dolor de cabeza que sentía...canijo, sí, dolía, como no recordaba, aunque las migrañas no me resultaban desconocidas, pero de ahí a sentir que el mismo cráneo había sido rearmado a la fuerza después de desarmarlo a martillazos... ¿Qué había pasado? ¿Qué hacía ahí en primer lugar?

−¿Señor Santana? Por favor, tranquilícese.

No podía pedirme algo así si la misma voz bastaba para aumentar mi desconcierto, acompañada de la enorme presencia de delantal blanco...canijo, no, no era enorme, estatura promedio gracias al cielo, pero desde mi posición todo se veía demasiado grande, sin contar que la percepción distorsionada no ayudaba demasiado. Pero todo cuanto le ayudaba era su especialidad, el hecho de verlo desde abajo...y mi nerviosismo, el desconcierto, la incertidumbre de intentar dar con una explicación razonable para todo y no encontrarla.

−Qué...qué carajos...

−Tranquilícese, le aseguro que no le ayudará en su estado actual...

−Quién...quién y qué...

−Soy el doctor Francis Miller del Hospital General de Los Ángeles y en estos momentos se encuentra en observación –no era necesario que empleara la maldita luz para verificar la reacción de mi pupila, eso sólo incrementaba el dolor–. Dígame, ¿recuerda lo acontecido las últimas doce horas?

−No funciono midiendo margen horario –ladré con molestia, intentando apartar la pinche linterna.

−¿Siquiera recuerda qué fue lo que lo trajo aquí?

La pregunta del millón, la que bastaba para que todo hiciera clic...bueno, no del todo, al menos gradualmente y con los recuerdos, también las emociones experimentadas...al menos podía dar respuesta a la primera pregunta de la que, con toda certeza, serían muchas. Es curioso cómo una palabra puede bastar para iluminar e incluso para traernos la calma de saber que sí teníamos un motivo para ser o estar, incluso si los motivos de fondo bastan para que el sudor frío no tarde en hacer acto de presencia, como en ese segundo en particular, el mismo que no parecía cuadrar con mi presente, acaso porque sabía que tenía mayor importancia.

−Sí...sí...sí recuerdo –y con las palabras, el inevitable deseo de querer saltar de la maldita cama–. Canijo...sé por qué vine...

x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x

No hacía falta que me dijeran dónde estaban. Lo sabía sin explicación lógica mediante. Acaso porque no me cabía en la cabeza que fuera de otra forma. Acaso porque no concebía la imagen de esos pasillos sin ese cuadro en particular o uno que pudiera asemejársele. Uno que transmitiera la misma emoción que brotaba en mí a medida que caminaba repitiendo en mi mente el mensaje, la información que me habían dado...canijo, había jurado nunca más pisar ese lugar, ni en sueños ni en realidad, aunque los motivos fueran poderosos...no, aquí ya no existían motivos, existía más bien un deber, una obligación ajena a cualquier anhelo que pudiera albergar de vivir en relativa calma sin riesgos de sentir cómo se abrían las heridas...como si éstas no me atormentaran a diario...no, no necesitaba pisar ese lugar para sentir el dolor del alma, aunque sí se acentuaba por el recuerdo y lo que vivía...mi presente, uno que no me pertenecía desde el momento en que acepté que tenía que apersonarme allí...uno que, a decir verdad, hacía ya mucho que me resultaba ajeno.

Hollywood Arts: Academia del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora