PRÓLOGO.

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Agradecimientos.

A todos aquellos que me esperaron y nunca perdieron el vilo de esta obra... ¡Esto regresa para quedarse!

23/Agosto/2004

Salió de la casa bufando de rabia y con la garganta ardiendo. Sólo por si las dudas, volvió a gritar todas las blasfemias que le había dicho segundos atrás, de cara. No era algo nuevo, ni de lejos; las peleas siempre tomaban lugar entre ellos dos y esa noche no parecía la excepción. Él le regresó el gesto, repitiendo una vez más todos los insultos que nublaban su mente. La castaña cruzó sus brazos sobre su pecho y, aunque el frío le calaba hasta los huesos, se negó rotundamente a volver a entrar a por su abrigo. No si él iba a verla entrar por la misma puerta que recién había cerrado por última vez y de manera definitiva. Se sujetó de la puerta y bajo los peldaños poco a poco, con miedo a resbalar y tener que pedirle ayuda; claro que su miedo no era el golpe, sino él y tener que doblegar su orgullo para pedirle ayuda. Sus manos tiritaban y sus mejillas, que seguían mojadas por las lágrimas, se sentían entumecidas por el gélido viento que le golpeaba el rostro y hacía volar su cabello.

Los gritos aún la aturdían y a cada kilómetro que avanzaba sus manos temblaban más, causando brutales sacudidas en el volante del pequeño auto que comenzaba a derrapar en la nieve. Sus sollozos le sacudían los hombros, las lágrimas distorsionaban su campo de visión y la culpa la inundaba por completo, haciéndola sentir el peor ser humano que haya pisado la tierra. La imagen de sus hijos no dejaba de brillar en su mente. Los iba a extrañar sin duda alguna, pero la verdad es que estarían mejor con él antes que con ambos y las constantes peleas que les costaban lágrimas a los pequeños niños.

A final de cuentas todo había sido un engaño; el matrimonio había sido forzado por el padre de ella, dejando sin opciones al joven quien pensó que todo era tan real como el amor que sentía por su futuro hijo...que no era suyo.

─ ¡Tonta! ¡Tonta! ─ se dice a si misma mientras seca su rostro con una de sus manos de manera torpe y siendo sacudida por los sollozos. Llama el nombre de sus hijos hasta que este pierde su significado y deja un sabor agridulce en sus labios. El sentimiento de culpa se vuelve aun peor al recordar un detalle: Ni siquiera se despidió de ellos.

Egoísta. Esa era la palabra que la definía perfectamente en esos instantes, inclusive aún más cuando pisó el acelerador y decidió que lo mejor era simplemente dejar todo eso de lado. Todos esos años que estaba demás recordar, junto con todas esas peleas acerca de lo riesgoso de ser un policía y lo mucho que podría afectar si algo indeseable llegase a suceder.

Se concentró en el camino por primera vez desde que había salido de su casa, observando un auto detrás de ella. No le tomó la importancia suficiente, sino hasta que la camioneta se le adelanta y sin necesidad de las intermitentes se frena de golpe a tan solo un par de metros, sin darle la oportunidad a la chica de frenar a tiempo.

Es el feroz crujido de metal el que la hace levantar la cabeza. Todo giró a su alrededor mientras que puntos de colores bailaban en su campo de visión. El sudor corría por su frente y espalda como agua helada, pero ella ni siquiera podía reaccionar; las lágrimas se detienen abruptamente; aquello que las había causado ya había quedado en un segundo plano.

Le sobran los motivos para llorar, pero le faltan las lágrimas.

El único nombre que acudió a su mente fue el de su esposo, y le llamó entre susurros, esperando a ser rescatada y llevada a cada, de donde nunca tuvo que haber salido.

《ARMA DE DOBLE FILO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora