CAPÍTULO 26: TAN LEJOS

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Las invito a leer mi novela《Peligrosa Seducción》sobre Taylor Bradford. Ojalá puedan pasarse por allí♡

Tan lejos

El primer mes sin ella fue el más tortuoso de todos. Quería verla a todas horas, hablarle y escuchar su voz solo para saber que estaba bien. La añoraba a todas horas y cada segundo esperaba por verla, a la espera de que llegara el día para demostrarle que la quería, que realmente lo hacía.

El segundo mes, y aunque todo dolor pareció desaparecer, se sintió tan devastado y culpable que a cada hora se torturaba a sí mismo al pensar que nada de eso estaría sucediendo si, en un inicio, hubiera sabido lo que ella valía. Si la hubiese querido, si tan sólo hubiese mantenido una relación sana con ella, quizá en ese momento disfrutándola y amándola como debía ser. Había dejado que su orgullo fuera más y por eso la perdió. Pero aunque estuvo muy convencido de que le demostraría lo mucho que él la quería, Reece supo después de varias semanas que debía parar con aquel sufrimiento que tanto daño le hacía a su alma. Pensarla y recordarla le dolía hasta el punto de haber derramado aquellas lágrimas que nunca pensó que desperdiciaría por ninguna mujer. Y entonces estaba allí, pasando noches y madrugadas culpándose por aquello que nunca fue y jamás sería. Le dolía tanto aquella situación que supo que, por su propio bien, y tal como Amy misma lo estaba haciendo seguramente en aquel instante, debía olvidarla o al menos sufrir en el intento.

Se merecía aquel dolor, y lo reconocía, pero no podía simplemente con ello.

Al tercero se pasó buscando y disfrutando de diferentes cuerpos femeninos que lucían tan diferentes a Amy que por momentos muy cortos lo hacían olvidarla. Y luego, como un idiota despechado al que claramente le resultaba imposible pasar de ella, recitaba bajo la penumbra de la habitación su tan ardiente amor que guardaba para una sola mujer. Les decía los te quiero y te amaré por siempre que, lamentablemente, jamás pudo decirle.

Le ardía como fuego intenso en el pecho y nada importaba más cuando se perdía en la aventura que un par de piernas expertas podían brindarle, imaginando que era ella a quién acariciaba cada noche. Luego, cada mañana, intentaba olvidarlo sin siquiera reprocharse por tales actos de estupidez y niñerías. Habían cientos de mujeres que amarían pasar un rato con él, ¿por qué perder el tiempo pensando y entristeciéndose por alguien que no quiera ni escucharlo? Alguien como él, Reece Wood, merecía la atención que Amy no podía darle. Así que al cuarto mes, cuando su orgullo pareció despertar, decidió volver a ser el Reece Wood que tan bien era, aquel que le mostró a Amy la emoción y la nueva vida nocturna, siempre tan alegre y atrevida, que fiestas a lo grande podían brindarle. Fue sólo, sin amigos ni conocidos a aquel bar donde, además, habían jóvenes bailando de la manera más caliente posible.

Sentado en una de las largas sillas de madera, bebió su quinto tragó de Tequila y suspiró tranquilo al saberse, por primera vez, tranquilo -o al menos lo intentaba. Recorrió la mirada sobre las largas e interminables piernas de las mujeres y silbó por lo bajo al ver a una joven cobriza a unos metros de él. ¿O era pelirroja? Dispuesto a pasarla bien como sólo él sabía, dejó reposar el pequeño vaso sobre el bar e inclinó la cabeza hacia la muchacha que acababa de conocer, acariciando con los labios la mejilla de la morena, sonriendo embobado por la diversión de la noche ante cada tontería que sus labios soltaban.

―Quiero ir contigo ―La oyó decir con un puchero en los labios―. Llévame a tu casa, ¿sí?

Y claro que lo haría.

―Dame otro ―Le dijo al bartender, empujándole con los dedos el pequeño vaso antes de sujetar a la muchacha de la cintura y levantarla hasta sus piernas―. Claro que sí, cariño, como quieras.

Su dulce debilidad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora