Metida de pata
Reece Wood recordaría aquella maravillosa vez por siempre. Aquella última vez que la tuvo solo para él, Amy apenas musitó palabra. No importaba cuánto Reece había intentado arrancarle una sonrisa, ella había permanecido inexpresiva y fría a cada palabra que salió de la boca del muchacho. Y a ella pareció darle igual. La había citado una vez más solo para enrollarse con ella, ¿para qué decir algo al menos? Reece estuvo anonadado al verla tan seria que no dudaba en que algo malo le había sucedido. Pero no importaba lo dura que ella intentara hacerse, él sabía cómo doblegarla.
Ya impaciente había colocado una mano sobre la pequeña e impaciente cobriza que se perdía casi por los botones de la camisa, lista para desabrocharlos, y la obligó a prestarle atención. Solo recién tuvo la impresión de que aquellos ojos claros y hermosos estaban observándolo por primera vez. Lo miraba fija y detalladamente, entre ansiosa y fastidiada por la interrupción cuando sin poder evitarlo, Reece se quedó sin palabras. Sus labios se entreabrieron ligeramente al verla a centímetros de distancia, las pestañas aleteando hacia él con lentitud y gracia, aquella inocente mirada desnudándole el alma. Pero lucía tan vacía que una culpable opresión hincó su pecho con molestia hasta hacerle remover el estómago.
―Amy, nena... ―murmuró preocupado mientras le acariciaba las mejillas con excesiva suavidad, deslizando la yema de los dedos en un lento y cadencioso camino por el rostro de la cobriza―. ¿Qué sucede?
Esperaba que le sonriera débilmente o que se rompiera frente a él como antes había sucedido, incluso pensó que derramaría algunas lágrimas y él podría reconfortarla entre sus brazos, pero no lo que hizo a continuación. Un ligero atisbo de debilidad cruzó por la mirada de Amy antes de, repentinamente, empujarlo sobre la cama y sujetarle los fuertes brazos por encima de la cabeza hasta dejarlo vulnerable. Sus ojos se agrandaron y una corriente cálida bajo por su cuerpo con intensidad al sentirla semidesnuda encima suyo, moviéndose lentamente sobre él.
―Te amo, Reece, no me dejes nunca, porfavor... ―La oyó decir en un suave hilo de voz.
Sus labios se entreabrieron aún más en busca de la dulce boca de Donovan que acariciaba su rostro en besos débiles.
―Te amo, Amy.
Y luego la perdió.
El recuerdo se escapó de su mente y sus ojos se abrieron con fuerza. Reece despertó agitado en su cama, el rostro sudoroso y la respiración entrecortada ante aquel vívido recuerdo que acababa de soñar minutos atrás. Había sido tan real que algo dentro suyo parecía haberse roto tras el recuerdo. Ver aquellos ojos mirándolo tan fijamente, aquella sonrisa que era solo para él, hacía su corazón palpitar furioso contra su pecho. La había querido sólo como amiga con derechos y disfrutarla por completo sin darle nada a cambio. La había utilizado sin detenerse a pensar en qué era lo que ella quería realmente.
Eran apenas las siete de la noche cuando eso sucedió. Se vistió anonadado por el reciente sueño y luego condujo lento hacia la casa de Taylor donde sus amigos y él se encontrarían una vez más. Antes, porque siempre había sido así, debía pasar por Jake y Hunter. Pero lo que menos quería entonces era ver a ese par. Deseaba escapar, tomar algunos fuertes tragos y luego, con algo de suerte, se sentiría lo suficientemente valiente como para buscar a Amy. Necesitaba verla, tocarla y ver ese rostro que tanto le fascinaba.
―Vámonos ―apuntó Jake una vez estuvo dentro del auto.
Miró a las afueras de las calles y frunció el ceño al no ver a su otro amigo ahí. Hunter no vivía allí, sino mucho la lejos, así que precisamente por ello se encontraban antes de casa de Ross.
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Su dulce debilidad ©
RomantizmReece Wood no era un chico bueno pero tampoco era cruel. No bebía en exceso pero ello no significaba que no le gustara el alcohol. No fumaba en demasía y tampoco suponía que no le gustara la nicotina. No vivía de mujeres pero, por supuesto, no impli...