Una tarde de amor
Amy dejó de mirar a su alrededor cuando, después de más de casi una hora esperándolo, no lo vio por ninguna parte. Era la única que continuaba sentada en las gradas, con algo de frío, a la espera de que alguien saliera. No iría. Realmente había querido felicitarlo, aunque posiblemente estuviera con sus amigos y la hubiera olvidado en el proceso. Es más, normalmente tenían fiestas cuando ganaban algún partido importante.
Bajó a trompicones y salió del estrado algo desanimada. Pero no importaba, otro día, quizá luego, se encargaría de felicitar a Hunter personalmente. Fue mientras caminaba por el largo pasillo completamente desierto que daba a la salida cuando se cruzaron. No había absolutamente nadie allí, ninguna voz ni sombra de nadie. Por eso, cuando sintió que alguien deslizó la mano en su cintura de manera repentina, le fue imposible ahogar el grito de sorpresa, cuando halaron de ella y a empujaron dentro de un pequeño armario repleto de artefactos de limpieza.
—¡Dios! —murmuró con el corazón latiéndole desbocado de la impresión.
Una enorme sonrisa se extendió en el rostro de Hunter, mordiéndose el labio inferior lentamente cuando la arrinconó contra la puerta de la estancia de limpieza. Apoyando el antebrazo sobre su cabeza, no dejaba de reír en voz baja por su reacción.
—¿Te asusté mucho? —Se burló, jugueteando con un mechón de su cabello largo—. Lo lamento, pequeña.
Amy negó un par de veces, una sonrisa amenazando por escabullirse en su rostro hasta que lo notó. Hunter la observaba con una sonrisa tensa, los labios presionados y los ojos tan fastidiados como pocas veces estaban.
Alzó una mano hacia él, pensando en las miles de cosas que pudieron suceder en ese lapso de tiempo. Creyó verlo feliz por haber ganado el partido, pero lucía muy abatido e incluso molesto como para que se hubiese tratado de cualquier cosa. Acarició el rostro de Nowell lentamente, deslizando sus dedos en él con preocupación.
—¿Qué sucedió?
—Sólo Zack siendo un idiota —bramó exasperado—. Anne me tiene harto, joder —murmuró entre dientes—. No sé cómo pude estar con ella, no me deja en paz ahora. Pero olvídalo, sólo fue una tonta discusión que no vale la pena —Entonces alzó una ceja y sonrió hacia ella, tomándola del mentón y acercándose en demasía hasta que no hubo distancia en ellos—. ¿No hay algo que quieras decirme?
Claro que sí.
Le dio un corto beso en los labios y lo abrazó efusiva, repartiendo besos en Hunter por su mejilla, su nariz y su cuello. Estaba tan feliz por él...
—Lo hiciste muy bien —Le dijo entre besos, abrazándolo tanto como podía—. Fuiste el mejor de todos.
La risa de Hunter acarició su mejilla de una calada. De pronto, aún más cerca, sentía el cuerpo del muchacho encima suyo, apresándola contra la puerta, y , arrinconada en el pequeño espacio en el que se encontraban, bajo la escasa iluminación que se filtraba por las rendijas del armario, vio la maliciosa mirada oscura que él le dirigió.
—Qué linda... —sonrió Nowell ampliamente, inclinado hacia ella y moviendo la cabeza de lado a lado, tan lento y cálido que ella sentía su rostro cosquillear a cada segundo. Con los dedos, acarició los labios entreabiertos que mantenía Amy tan absorta—. Me alegra saber que soy el mejor para ti.
Lo último que vio con claridad antes de fundirse en la boca de Hunter fue aquellos ojos oscuros mirándola con tanta calidez que sin decir ninguna palabra, sin promesas ni juramentos a veces vacíos, se sintió tan querida por aquella mirada que nunca antes había recibido. Inclinada la cabeza hacia él, le tomó el rostro y junto sus bocas en el beso más apasionado que pudo darle. Fundió sus sentimientos y cada emoción que Hunter causaba en ella con una sonrisa, con una mínima mirada que la hacía aflorar hasta hacerla sentir en las nubes. Jugó con su lengua en él, los ojos cerrados y permitiéndose querer sin temores, sin preocupaciones ni corazonadas frías y dolorosas. Por una vez no se sentía incorrecto, podía sentirse segura con él, entre aquellos brazos que tenían siempre un espacio para ella, con aquella persona que la quería tal y como era, sin lamentaciones ni vergüenzas.
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Su dulce debilidad ©
RomansaReece Wood no era un chico bueno pero tampoco era cruel. No bebía en exceso pero ello no significaba que no le gustara el alcohol. No fumaba en demasía y tampoco suponía que no le gustara la nicotina. No vivía de mujeres pero, por supuesto, no impli...