«6ta Herida»

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«6ta Herida».

POV. Daniel.

—Nada me quita el derecho de llorar y desahogarme. – Susurré mientras mi padre se reía de mí, mientras de mis ojos caían lágrimas sin control alguno, no podía hacerlas parar... Estaba siendo golpeado. Aún no entendía como era que siendo mi padre no le doliera el hecho de golpearme o reírse en mi cara.

— Ya está, ve a tu habitación y colócate algo más decente, quítate el uniforme. – Dijo entrando a la casa, al menos su torso.

—¿Por qué? – Pregunte.

— Iremos a la iglesia... Veremos si se te quita lo marica y llorón. – Escupió.

— No quiero ir. – Susurré.

— ¿¡Que dijiste!?

— Dije que no quiero ir. – Repetí un poco más fuerte armándome de valor.

— Sigo sin escucharte, habla más fuerte. – Sus palabras hicieron que nuevamente su saliva salpicara. — Como un hombre. – Dijo adentrándose completamente en la casa.

No dije nada y resignado me levanté del suelo lentamente sosteniendo mi estómago adolorido, las patadas propinadas por mi padre fueron mucho para mí, entré a la casa y vi directamente como Zenia era peinada por mi madre mientras se quejaba por los tirones de cabello que le daba esta.

Subí a mi habitación y busqué el único terno que tenía, lo observé minuciosamente, ya no me quedaba, así que lo guardé nuevamente. Saque unos jeans azules, tome una camisa doblada y me la coloque.

Salí de mi habitación y bajé por las escaleras lentamente, sobando mi estómago a través de la tela de la camisa, aunque dolía.

— Estoy listo. – Susurré. Desde el incidente con Josh, y el griterío que se armó mientras insultaba a mi padre, ellos decidieron que no podríamos alzar la voz. Ambos, Zenia y yo estábamos obligados a casi susurrar para mantener la paz en la casa. Esa era la nueva regla.

Mi madre me miró de pies a cabeza y hablo.

— ¿Y el terno que te compre? – Alego.

— No me queda. Respondí casualmente.

— Baja la voz idiota. – Abrió los ojos hasta su tope mientras me miraba furiosa.

Están locos.

— Lo siento. – Susurré.

— Amor, ¿estás lista? – Preguntó mi padre bajando de la escalera, me aparté para que pudiese bajar sin topar conmigo.

— Sí, cariño, ¿cómo me veo? – Mi madre soltó la trenza de mi hermana y dio una vuelta, enseñando el vestido floreado que llevaba.

— Perfecta. – Respondió mi padre mientras se acercaba a mi madre y sin escrúpulos frente a nosotros, la besaba. Al separarse volteó a ver a Zenia.

— ¿Y tú?, ¿estás lista? – Preguntó con el ceño fruncido.

— Sí. – Susurró Zenia con lágrimas en los ojos, de la trenza apretaba más de la cuenta, y le dolía un montón.

— Vamos. – anuncio mi madre tomando de la mano a mi padre, saliendo juntos por el umbral de la casa. Atrás, les seguíamos sus hijos, Zenia y yo, en contra de nuestra voluntad.

Caminamos por la plaza, que estaba vacía momentáneamente, cruzamos la calle y llegamos a la parroquia, un edificio enorme en punta, de color blanco y con un cartel donde yacía el nombre de aquel lugar.

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