Chris

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—¡Que va! No me das ningún miedo —dijo Karen indignada—. Además, hemos estado charlando hace un rato —finalizó con una sonrisa un tanto tensa.

Fruncí el ceño disgustado porque intentara llamar a aquello que habíamos tenido "charla", pero mi concentración se desvió hacia su boca. Esa sonrisa... No era su mejor sonrisa, no le llegaba ni a la suela de los zapatos de su mejor sonrisa, pero era suya y por tanto tenía su esencia. Un montón de recuerdos invadieron mi cabeza.

Karen y yo no tuvimos una buena adolescencia, éramos algo así como Tom y Jerry, con la única diferencia de que Karen en ningún momento deseó comerme aunque sí matarme. Por aquel entonces yo no pasaba una buena época y Karen se convirtió en mi foco de diversión. No me siento orgulloso de ello, para nada. Es más, después de descubrir el daño que la hice me arrepiento muchísimo. Pero todas nuestras diferencias las resolvimos cuando hace un año —por casualidades de la vida— Karen y yo nos quedamos encerrados en un ascensor. Durante las dos horas que estuvimos encerrados hablamos mucho y descubrí que Karen era un tía genial y divertida. Además de mucho más bonita de lo que recordaba en la adolescencia, sobre todo si sonreía. Y es que había que reconocerlo, Karen a los dieciséis años tenía un gusto horrible, vestía de tal forma que parecía que quería espantar a todo el mundo y el caso es que lo conseguía. Pero todo eso pasó hace seis años y antes de que la conociera de verdad.

Me debí de quedar demasiado tiempo mirándola porque su gesto nervioso de hacía un rato pasó a enfado y a otra cosa... a otra cosa muy familiar... no... ¿desafío? ¿Karen me estaba mirando con desafío? ¿Con el desafío del instituto? Sentí como mi rostro se enrojecía de indignación. Primero no quería hablar conmigo y ahora me retaba con la mirada. ¡Genial! Y yo que pensaba que éramos amigos y habíamos pasado página. Pues aquello no pensaba dejarlo así, ya me había disculpado con ella y resuelto todos nuestros problemas hacía un año. Me negaba a que aquello nos volviera a distanciar, me negaba a que ella volviera a sentir la mierda de temor que había sentido en el pasado hacia mí, me negaba a que... No fui capaz de pensar en que más me negaba porque mi corazón se subió a la garganta en el mismo instante en que el suelo del avión vibro. "¿Qué ha sido esa vibración?" pensé, y tal cual lo pensé, salió de mi boca.

—Creo que alguien ha tirado de la cisterna del baño —dijo Karen sustituyendo su gesto de desafío por el de curiosidad—. ¿Todavía te dan miedo las alturas?

—Bueno, resulta que no han inventado ningún antídoto para eliminarlo —dije mordaz agarrando con fuerza los reposabrazos e intentando controlar mi respiración que se había vuelto a desbocar.

—¿Por qué no has tomado algo?

—He tomado cuatro valerianas —contesté cerrando los ojos y haciendo las respiraciones que había visto recomendadas en Youtube para relajarse.

—¿Valeriana? —preguntó—. ¡Por Dios, Chris! Tienes fobia a volar, tienes que tomarte un medicamento más fuerte que valeriana. Algo que te recete un médico.

—Yo no he dicho que tenga fobia —recalqué para que quedase claro mientras volvía a hacer frente a sus ojos oscuros—, simplemente no me gusta volar.

—Miedo es igual a fobia —concluyó Karen. Estaba a punto de rebatir su teoría cuando su boca y sus ojos se abrieron como si hubiese caído en algo en ese momento. Alzó un dedo hacia mí y dijo—: No me digas que no se lo has dicho a nadie.

—¡Pues claro que se lo he dicho alguien! Vaya tontería —bufé mientras miraba de soslayo a Karen. Mierda, me estaba empezando a poner nervioso por otros motivos que no tenían nada que ver con el avión.

—¿A quién? —preguntó con los ojos entrecerrados de forma amenazadora.

—A ti —murmuré mientras me recolocaba en mi sitio.

—¡¡A mí!! —El grito de Karen hizo que me sobresaltara.

Vale, hagamos un pequeño inciso para explicar la situación. Entiendo la sorpresa de Karen, no voy a decir que no la entienda. ¿Cómo era posible que la chica con la que me metía en el instituto fuera la única persona que sabía que me daban pánico las alturas? Pero para todo existe una explicación. Para empezar, y quiero que quede claro, no tengo miedo a las alturas, es simplemente que no me gustan. Para seguir, nunca fue mi intención que Karen se enterara, la culpa la tuvo el maldito ascensor que nos dejó encerrados durante dos horas. Y por último, nunca he tenido la necesidad de contárselo a nadie.

Me di cuenta de que no me gustaban las alturas a los trece años. Fue la primera vez que asistí a la feria del barrio y la primera vez que me dejaban salir solo con mis amigos. Estaba emocionado, mis padres nunca nos habían llevado antes. Mi padre porque siempre andaba liado con algo de la tienda y mi madre porque decía que éramos unos trastos y no iba a ir sola con nosotros. El caso es que por una cosa o por otra, no íbamos. Así que para mí aquel día era El Día. Tenía pensado montarme en todo, llevaba ahorrando todo el año para ello. La casa del terror fue genial, y los coches de choque, y la caseta de tiro, y la casa de los espejos... hasta que me subí a la noria. No sé que me pasó ahí arriba. Sentí que mi cuerpo joven y, por aquel entonces, bastante enclenque se resbala por debajo de la barra de seguridad. Mi cuerpo empezó a reaccionar frente al miedo: sudores fríos, respiración agitada y corazón a mil por hora. Bajé de aquel trasto con un ataqué de pánico que me llevó directo a la enfermería. Mi amigo Peter, que era mi compañero de asiento en la noria, se rio de mí durante semanas. Tuve que pelearme un par de veces con él y con mis amigos para que me volvieran a respetar. Lo conseguí, y poco a poco aquella horrible experiencia se fue olvidando.

Mis padres nunca se enteraron de lo sucedido en la feria. Y yo nunca hice el esfuerzo de contárselo. ¿Para qué? Bastante tenían con no matarse entre ellos. Me acostumbre a evitar ciertas cosas y salí airado del tema. Además, ¿a quién le gustaba ir contando sus miedos a los cuatro vientos? Pero, ¿eh? que quede claro que no me dan miedo las alturas, simplemente las tengo respeto.

—Chsss —le dije a Karen intentando que se tranquilizara al ver que varias personas se giraban a mirarnos—. Sí, a ti. ¿Vale? —dije enfadado por sentirme interrogado como si fuera un niño pequeño—. Y si no recuerdo mal, no te lo dije, te diste cuenta. Así que teóricamente tampoco deberías de saberlo.

—Pero... pero, ¿y qué pasa con tu familia? ¿Con la gente que quieres? ¿Cómo has podido ocultar algo así?

—Saben que no me gusta volar, lo cual es cierto. Y, para tu información, siempre se puede encontrar otra forma de viajar. No es necesario coger un avión para ir a los sitios.

—Ni un ascensor para subir o bajar de un edificio —dijo Karen con sorna. Le lancé una mirada de aviso que ella ignoró—. El problema es que a ti no es que no te guste volar, es que le tienes pánico, terror... cómo quieras llamarlo —dijo con un gesto en cuanto vio que lo iba a negar—. Sólo hay que verte para darse cuenta de que no es un simple "no me gusta volar".

Hice una mueca ante sus palabras.

—¿Qué quieres decir?

—Que estás sudando como si estuvieses en una sauna, más pálido que un muerto y seguro que con el corazón a punto de un ataque. —Sí, Karen había dado en el clavo. Pero lo cierto era que todos aquellos síntomas habían mejorado considerablemente mientras hablaba con ella—. Eso no puede ser bueno para la salud —continuó seria—. Lo primero para superar un miedo es hablar de él. Te vendría bien hablarlo con tu familia.

¿¡¿Qué?!? ¡Y una mierda! No pensaba hablar con mi familia sobre mi miedo a volar, entre otras cosas porque no me daba miedo, así que era ridículo hablar de un no miedo.

—No —dije en tono seco.

—Claro que sí, te vendrá bien —dijo cada vez más animada con la idea—. Si quieres yo te ayudo. ¿Por qué no empezamos con tu novia?

¿Mi novia? ¿De qué estaba hablando? Para mi horror todas mis preguntas tuvieron respuestas cuando Karen se levantó y se dirigió hacia donde estaba Lisa.

Morticia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora