Karen

3.1K 423 86
                                    

Dos semanas después.

—Mamá, ¿has visto la blusa negra de Dead Threads? —pregunté entrando apresurada en la cocina.

—Cariño, tendrás que especificar un poco más. Casi toda tu ropa es negra.

—La que es bastante larga y muy fina. Me la puse para el bautizo de Tomas —dije buscando entre la ropa para planchar.

—Creo que está colgada en el tendedero.

Hice una mueca de disgusto al escuchar a mi madre. Llevaba todo el día pensando qué ponerme y al final me había decidido por unos pantalones negros de pvc, la blusa y unos botines no muy altos que tenían un par de hebillas —mis adoradas Dr Martens las dejaría para otra ocasión—. La blusa le daba el toque arreglado y los botines el toque informal. Ni muy arreglado ni muy informal. Era perfecto. Pero ahora tenía que volver a pensar en toda mi vestimenta.

Era la primera cita que iba a tener con Chris. Después de nuestro encuentro en el avión no nos habíamos vuelto a ver, aunque nos escribíamos todos los días.

La primera semana no nos vimos porque yo la había pasado de vacaciones —él sólo estuvo tres días en los que se pasó todo el tiempo de reunión en reunión. Luego regresó... en tren—. Y esta semana porque me había reincorporado al trabajo y, después de un mes en el que había sido un zombi que no daba ni una, me tocó ponerme las pilas. Había conseguido mantener mi trabajo a duras penas y no quería estropearlo ahora. Así que preferí no distraerme quedando entre semana con Chris. Además de que decidimos por mutuo acuerdo tomarnos las cosas con calma. Yo porque tenía muy reciente lo de Alan, y Chris porque... No sabía por qué, probablemente porque yo acababa de salir de una relación y no quería agobiarme. Pero todo esa calma y el no habernos visto durante dos semanas hacía que en estos momentos estuviese con los nervios a flor de piel.

—Es probable que ya esté seca —dijo mi madre de repente—. Colgué la ropa hace unos días.

Se me iluminó la cara al escucharla.

—Gracias, mamá. Eres la mejor —dije dándola un beso rápido en la mejilla para salir corriendo hacia el tendedero.

—¿Se puede saber quién es tu amigo? —Escuché que me preguntaba antes de desaparecer de la habitación. "Todavía no" pensé haciendo como si no la hubiese escuchado.

Me eché un último vistazo en el espejo. Los pantalones pitillo de pvc estilizaban mis piernas y el poco tacón de los botines ayudaba. La blusa caía suave cubriéndome el trasero. Iba toda de negro pero me había controlado; no había cremalleras, ni calaveras, ni tachuelas, ni nada muy exagerado que le pudiese asustar. "Quizás debería de ponerme algo de color" pensé en un momento de inseguridad. Negué con la cabeza. No, me gustaba cómo iba. Inspiré profundamente para calmarme justo en el momento que mi móvil vibró. Solté el aire, me atusé una última vez el pelo que caía libre sobre mis hombros y cogí el bolso para bajar. Todo iba a salir bien.

Cuando salí del edificio me encontré a Chris apoyado en la pared del portal. Estaba con las manos en los bolsillos de sus vaqueros y la mirada perdida en la calle de enfrente. Le observé detenidamente: su pelo rubio, su camiseta blanca con el logo de alguna marca, sus vaqueros azules que se ceñían a las piernas y sus zapatillas de deporte negras. Nada en él hubiese llamado mi atención. Era mi anti chico. Volvió el sentimiento de duda que me había asaltado varias veces durante esas semanas. ¿Cómo iba a salir lo nuestro bien si ni siquiera compartíamos gustos? La puerta se cerró detrás de mí haciendo que Chris se girara por el ruido. Sus ojos azules se posaron en los míos. Entonces, como me había pasado las otras veces, todas mis dudas desaparecieron. Sí, Chris no era el chico oscuro con el que había fantaseado en la adolescencia, pero tenía algo que me hacía vibrar por dentro. Con él contectaba, ya fuera por mensaje, llamadas, miradas, besos..., sólo tenía que tener algún contacto con él para recordarlo. Y podía ser que no llevase una cazadora de cuero negra pero... estaba para comérselo confirmé al verlo incorporarse con elegancia y acercarse en silencio sin borrar su sonrisa ladeada.

—Creo que no hacía algo así desde el instituto —dijo cuando estuvo a mi altura.

—¿El qué? ¿Venir a buscar a una chica a casa de sus padres?

Chris se rio y posó sus manos en mis caderas. Mi corazón se disparó.

—No. Tener una cita —dijo acercándose a mi rostro—. Estás muy guapa, ángel.

Un cosquilleó me recorrió la espalda al escuchar esa palabra. Chris había comenzado a llamarme ángel desde el vuelo. Al principio me incomodó el apelativo, no sé... me daba la impresión que no iba del todo conmigo. Incluso Morticia pegaba más con mi estilo que ángel. Pero con el tiempo me había acostumbrado. Ahora que se lo escuchaba de sus propios labios sonaba diferente, más íntimo.

—Gracias. Tú también —dije con sinceridad. Me sonrió en respuesta.

—¿Dónde te apetece ir a cenar?

Me llevé una mano al pecho ofendida.

—No me puedo creer que no hayas buscado un restaurante para nuestra primera cita —dije de forma dramática mientras me mordía el interior de la mejilla para no reír. A Chris se le escapó una carcajada.

—No... estaba demasiado ocupado buscando un piso en el que asentarnos para formar una familia —dijo con malicia.

Sabía por qué lo decía. Durante esas dos semanas había descubierto que a Chris le había sorprendido mucho que en tan sólo tres meses me hubiese ido a vivir con Alan. Así que se pasaba una buena parte del tiempo bromeando con ello.

—Eres un gilipollas —dije golpeándole con suavidad el pecho sin poder ocultar la sonrisa.

—Tu gilipollas —matizó robándome un beso.

No hizo falta mucho, en cuestión de segundos mis brazos estaban rodeando con fuerza su cuello. Empezaba a sospechar que íbamos a tener problemas para guardar las distancias.

Cuando por fin nos separamos y conseguí apaciguar mi respiración le cogí de la mano para dirigirle hacia la calle. Él se dejó llevar.

—Creo que ya sé dónde podemos ir. Conozco un restaurante donde hacen la mejor carne a la parrilla de la ciudad. —Chris me miró con curiosidad. Sin poderlo evitar se me dibujó una sonrisa perversa en el rostro—. Seguro que te suena, ahora está muy de moda y no paran de hablar de él.

Al escucharme Chris se paró de golpe y se puso serio.

—No será el restaurante nuevo que han abierto en la azotea de una de las torres del centro, ¿verdad? —Se amplió mi sonrisa mientras afirmaba con la cabeza. Chris se pasó una mano por el pelo apurado—. Eh... ¿Qué te parece si vamos algún sitio más cerca? Hay un Mc Donalds a sólo dos manzanas, así nos ahorramos el dinero del taxi.

—¿Un Mc Donalds en lugar del mejor restaurante de la ciudad? —pregunté levantando una ceja—. ¿Así es cómo tratas a la futura madre de tus hijos?

Apreté los labios para contener la risa cuando Chris entrecerró los ojos al entenderlo.

—Vas a ir al infierno —dijo mientras me sonreía. Luego sacudió la cabeza y concluyó—: Si te apetece vamos.

Miré a sus ojos azules y sentí un calor en el pecho al comprender que lo haría por mí. Se me dibujó una sonrisa tierna en el rostro y dije:

—No. Es un sitio muy pijo. Además, creo que no voy a un Mc Donalds desde el instituto.

Nos reímos reanudando nuestro paseo.

—Deberías de hacer algo con tu miedo a las alturas —dije.

—No tengo miedo a las alturas, simplemente no me gustan.

—Te dan miedo las alturas. Admítelo de una vez.

—Si tu admites que estuviste suspirando por mí seis meses.

—¡No estuve seis meses suspirando por ti! Y ese no es el tema.

—Ahora sí.

—Chris, eres un capullo.

—Tu capullo.

Morticia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora