Karen

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Aquello estaba siendo peor que las burlas del instituto porque por lo menos en aquellos casos podía levantar la cabeza bien alta. Pero ahora... ¿cómo iba a mirar a la cara a Chris? No, no podía volver a mirarle a los ojos. ¡¡Dios, era tan humillante!! Me tapé el rostro con las manos amortiguando un quejido.

Escuché un par de golpes en la puerta.

—¡Está ocupado! —grité para que se me oyese por encima del ruido del avión.

Llevaba demasiado tiempo en el baño, pero tenía la esperanza de poder quedarme allí encerrada hasta que aterrizase. Los golpes volvieron a sonar con más insistencia. ¿Qué pasaba? ¿Es qué no había visto la lucecita roja de ocupado?

—¡Ya voy! —dije enfadada mientras respiraba un par de veces profundamente para darme valor.

La persona de fuera debía de necesitar pasar al baño con urgencia porque volvió a golpear. Abrí la puerta con enfado y un comentario mordaz en la punta de la lengua cuando mis ojos se posaron en el rostro de Chris. Cualquier otra persona le hubiese cedido el baño sin miramientos al ver su cara pálida, y yo en otra circunstancias también lo hubiese hecho, pero no hoy, no después de lo que había pasado hacía un rato entre nosotros. Así que como un acto reflejo, en cuanto lo vi mi mano se aferró a la puerta para cerrarla. Chris fue más rápido y un segundo después nos encontrábamos los dos dentro del diminuto espacio del baño.

—No puedes hacer esto, es... es ilegal —dije en un tono un tanto histérico por tener el cuerpo de Chris pegado al mío.

—Bien, pues dime por qué no me llamaste —dijo serio. Así de cerca podía ver su rostro sin problemas y, sí, tenía mal aspecto.

—¿De verdad piensas que es un buen momento para preguntarme eso? Tienes mala cara —dije cada vez más agobiada.

—Se me pasará, y es un momento tan bueno como otro cualquiera —contestó con tranquilidad. Y lo cierto era que, mientras yo me iba poniendo más histérica por segundos, él parecía más tranquilo y relajado. ¿Qué le pasaba a este tío? ¿Es que se tranquilizaba martirizándome?

Unos golpes sonaron en la puerta antes de que la voz de una azafata se escuchase tras ella:

—Por favor, salgan de ahí. En los baños sólo pueden entrar de uno en uno.

—¿Por qué no me llamaste? —me preguntó Chris ignorando a la azafata. Estábamos tan pegados que pude sentir su aliento rozándome la mejilla y cómo los latidos de su corazón se iban calmando. Volvieron a sonar los golpes—. Ahora salimos. Mi amiga se encuentra mal -dijo Chris a la azafata antes de girarse y murmurarme—: ¿Por qué?

—Si no salen ahora mismo llamaré al comandante y serán arrestados.

—Ya la has oído —dijo Chris levantando una ceja—. Tú decides.

Ahora era yo la que tenía el corazón a mil por hora y, por horrible que me pareciese, estaba segura de que Chris podía sentirlo al igual que yo había sentido el suyo hacía unos instantes. Mis mejillas tampoco me estaban echando una mano, me ardían. Pero todas aquellas evidencias frente a Chris no eran lo que me preocupaba, lo que me preocupaba era la determinación de sus ojos, esa que decía: "No me voy a mover de aquí hasta que hables". Bueno, eso y lo de salir de allí detenidos, aquello también me preocupaba bastante.

—Me asusté, ¿vale? Me asusté y por eso no te llamé. —Las palabras me salieron apresuradas—. ¿Estás contento? Ya te puedes reír de mí con ganas. Ahora, por favor, abre.

A Chris se le iluminó el rostro con una sonrisa enorme.

—Muy contento —dijo girándose en el pequeño espacio para abrir—. Pero nuestra conversación no ha terminado.

En cuanto abrió una azafata con cara de pocos amigos nos regañó obligándonos a sentarnos. Al parecer el avión había entrado en una zona de turbulencias y teníamos que ponernos los cinturones. ¿Cómo era posible que no me hubiese dado cuenta? Mis ojos se desplazaron al que, estaba visto, iba a ser mi compañero de vuelo quisiera o no. Ajeno al bamboleo del avión Chris se abrochaba el cinturón como si jamas le hubiese dado pánico volar. ¿Qué le pasaba? Parecía como si tuviese la cabeza en otro sitio. Una vez concluyó su tarea, sus ojos volvieron a estar atentos a mí. Entonces entendí por qué Chris estaba tan ausente, por supuesto que tenía otra cosa en la cabeza: yo. Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de decirme:

—Bien, no me pienso reír de ti, pero quiero que me cuentes qué pasó cuando nos separamos hace un año.

Morticia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora